La séptima entrega del subsidio de Pascua llega con la Festividad de la Ascensión del Señor para desafiarnos a “ser testigos de Jesús”, de esta manera “como Él es testigo del misterio del Padre, así los discípulos son testigos de la muerte y resurrección del Señor hasta que Él vuelva”.
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Ante la Ascensión no debemos tener sentimientos de tristeza, abandono o soledad, sino debe provocar una gran alegría y el deseo de bendecir a Dios. Porque lo que celebramos es su triunfo y viene a la mente la imagen del acto de fin de carrera, cuando el estudiante recibe su diploma y la familia y amigos lo acompañan llenos de alegría.
Al mismo tiempo, las palabras de despedida de Jesús nos recuerdan dos temas centrales: el don del Espíritu Santo, que celebraremos de modo especial el próximo domingo, y la misión “hasta el fin del mundo”. Aunque estas palabras se refieren ante todo a la misión de los apóstoles y misioneros, todos nosotros debemos ser testigos de Jesús en cualquier parte del mundo. Para eso necesitamos la fuerza del Espíritu, y eso es lo que tenemos que pedir.
Palabras iluminadoras
Tanto la predicación de Jesús antes de la Resurrección, como la tarea de la comunidad después de la experiencia pascual tienen el mismo telón de fondo: el Reino de Dios, vivido y predicado y aunque a los primeros cristianos les llevó tiempo encontrar la manera de trasmitir lo que había experimentado, hoy, tenemos que continuar esa obra y transmitir el mensaje, acomodándolo a nuestra cultura.
Hoy, a 15 años de haber celebrado la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano y Caribeño en Aparecida, seguimos en camino de comprensión del modo de ser discípulos misioneros de Jesús para que nuestros pueblos en Él tengan vida, orientando todo hacia la misión, que va exigiendo una conversión personal, comunitaria, pastoral y sinodal para “salir al encuentro de las personas, las familias, las comunidades y los pueblos para comunicarles y compartir el don del encuentro con Cristo, que ha llenado nuestras vidas de ‘sentido’, de verdad y amor, de alegría y de esperanza!” (DA 548).
La Iglesia que peregrina en América Latina y El Caribe tiene una responsabilidad singular en esta etapa histórica pues se dejó ver en Aparecida, más madura, más plural e incluyente, con mayor capacidad de diálogo y de tolerancia. “No podemos desaprovechar esta hora de gracia” (DA 548) pues ha constituido un motivo de renovada esperanza para los mayores y ofrecido a los jóvenes, orientaciones hacia el futuro.
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