El texto de la Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe, el lugar de la Palabra Santa en la vida de los creyentes y la condición que nos presenta de Dios como un soñador, son los temas que ocupan a Monseñor Jorge Lozano en su reflexión semanal.
El secretario general del Celam recuerda que, aunque soñar con grandes ideales es una condición que generalmente se asocia con la juventud, muchas de esas grandes aspiraciones logran acompañarnos y movilizar nuestra existencia.
Anhelos profundos
Ejemplo de ello han sido grandes personalidades que marcaron la historia del mundo o personajes trascendentales de la Sagrada Escritura. Abraham, los Patriarcas, Moisés, Rut, Esther, José y María en el contexto de la fe y Mahatma Gandhi, Martin Luther King, Teresa de Calcuta, aparecen en la lista. Algunos no necesariamente compartieron nuestra fe, recuerda el prelado, pero «alentaron sus corazones con un fuego sagrado que marcaron cambios significativos».
En palabras del obispo argentino el «Espíritu Santo nos impulsa a desplegar esos anhelos profundos de plenitud de vida, tanto en lo personal como en lo social,» de hecho el Papa Francisco en diversos momentos de su pontificado ha acudido a la imagen de los sueños tanto para hablar de la Iglesia y la humanidad.
«Nosotros mismos necesitamos alentar sueños para alcanzar logros importantes. De otro modo nos volvemos conformistas, mediocres y la rutina puede aplastarnos,» afirma, aunque en la mayor parte de nuestra vida rara vez implicamos a Dios como un poseedor de sueños, es un soñador.
Un Dios que sueña
En ese sentido Mons. Lozano se refiere al texto conclusivo de la Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe, asegurando que en los numerales 177 a 183 aparece nueve veces la frase «Sueño de Dios,» entonces cuestiona si esto puede considerarse como una actividad intimista y reservada, a lo que responde negativamente aclarando que se trata de una manifestación por desborde.
En el numeral 179 del texto se afirma que el sueño de Dios tiene una dimensión comunitaria, porque el Señor eligió un pueblo con el que compartió su plan”. Así el arzobispo argentino nos invita a “ver con los ojos de Dios, sentir con su corazón y soñar sus sueños. Tenemos confianza de que el sueño de Dios no fracasará,” advierte.
Se trata de constatar la auténtica esperanza que nos sostiene en medio de los sufrimientos que a veces nos pueden llevar al desaliento y que en el texto sagrado reitera que “no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado” (Rm 5,5).
En este sentido “la gloria de Dios consiste en que el hombre viva, entendiendo que la vida del hombre consiste en la visión de Dios,” afirma Mons. Lozano citando a San Ireneo de Lyon, un santo del siglo II que nos ayudó a entender que parte de nuestra fe es saber que Dios se comunica de muchas maneras, empezando por la belleza y majestad de la creación en donde se hace cercano y poderoso. A Él como a los grandes artistas lo conocemos por sus obras, “a Dios lo empezamos a percibir por medio del universo, fruto de un proyecto de su amor,» agrega.
Más que un libro
Al respecto el prelado indica que Dios nos busca para encontraros. Él dialoga con nosotros como amigo y esto lo hallamos plenamente consignado en documentos pontificios como la Constitución dogmática «Dei Verbum” sobre la divina revelación que en su numeral 2 enseña que Dios invisible, movido por el amor, habla a los hombres como amigos, trata con ellos para invitarlos y recibirlos en su compañía”.
Por ello insiste en que es importante entender que la Biblia no es solamente un libro. Es una Palabra que quiere entrar en diálogo con nuestra vida para iluminarla y despertarla. «Nos muestra el camino para que tengamos vida en abundancia. Nos inquieta y estimula a ponernos en marcha,» en definitiva a trabajar por los sueños.
Es algo que vemos en cada celebración Eucarística con los gestos de los sacerdotes. Cristo nos nutre con el pan de la palabra y el pan de la Eucaristía, por lo que resulta oportuno analizar si estamos dando lugar a que se fortalezca nuestro camino de encuentro con Dios a través del texto sagrado, porque al final «no se trata de dar explicaciones de una idea o una fábula, sino de compartir una experiencia de encuentro concreto con la palabra de vida,» concluye.
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