ADN Celam. Cuida lo tuyo, una advertencia que hemos recibido muchas veces, pero que en la medida en que somos hombres y mujeres de fe, debe llevarnos a asumir la necesidad de cuidar lo que es de todos, lo que es común.
Salir de nosotros mismos
Para ello, es urgente que entremos en un camino de conversión que nos lleve a salir de nosotros mismos y a tener una visión mayor, una visión divina, que nos haga dejar atrás nuestra mezquindad humana, que nos hace encerrarnos en nosotros mismos, que fomenta actitudes individualistas que nos separan de todo y de todos los que nos rodean.
El cuidado es una llamada que aparece en Laudato Si’ más de 30 veces, pero desde el principio de la Encíclica de Francisco, inspirada por otro Francisco, se nos hace ver que este cuidado se refiere a lo que es común a todos: la Casa Común. Cuidar lo que es frágil, porque estamos acostumbrados a decir que cuando algo es fuerte, resistente, no necesita mayores cuidados.
Clamor de la Tierra y de los pobres
La realidad planetaria nos muestra que esta atención es cada vez más urgente. Siete años después de la primera encíclica del Papa Francisco, vemos que lejos de mejorar en cuanto al cuidado de nuestra casa común, la situación empeora, que nuestra Casa es cada vez más frágil. No aprendemos, ni siquiera ante las catástrofes naturales cada vez más frecuentes, ante los fenómenos climáticos cada vez más extremos, que afectan sobre todo a los más pobres, porque «tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres» (LS 49), es el mismo, ellos son los que más sufren las consecuencias de esta falta de atención, que tanto dolor causa al Planeta y a la humanidad.
Un cuidado que aprendemos de Dios, en la medida en que nos asumimos como instrumentos suyos, que «todos podemos colaborar como instrumentos de Dios para el cuidado de la creación, cada uno desde su cultura, su experiencia, sus iniciativas y sus capacidades» (LS 14). Fomentar esta cultura del cuidado debe ser un compromiso en nuestra sociedad, también en nuestra Iglesia, en la medida en que nuestra fe se apoya en el relato bíblico donde el Creador confía a la humanidad el cuidado de su obra.
Dios nos ha confiado el cuidado de su obra
Un cuidado que ha de ser a nivel general, planetario, pero también a nivel local, donde cada uno vive, asumiendo la conversión ecológica, una llamada decisiva en la preservación de nuestra casa común. Un cuidado que «interpela nuestra inteligencia para reconocer cómo deberíamos orientar, cultivar y limitar nuestro poder» (LS 78). No podemos olvidar que formamos parte de un mundo frágil, y que somos los seres humanos a quienes Dios confía su cuidado.
¿En qué medida la Encíclica Laudato Si’ nos ayuda a «procurar una mayor coherencia en nuestro compromiso con el ambiente» (LS 15), para que » los creyentes reconozcamos mejor los compromisos ecológicos que brotan de nuestras convicciones» (LS 64)? No podemos ignorar la exigencia de «una preocupación por el medio ambiente, unida a un amor sincero por el ser humano», algo que el Papa Francisco plantea como «un compromiso constante con los problemas de la sociedad».
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Son compromisos que concretan la conversión ecológica, algo que es personal y comunitario, también eclesial, y que debe llevarnos a mirar la realidad de una manera diferente, con una mirada más atenta, que nos lleve a hacer realidad un mundo mejor para todos, un mundo que sea verdaderamente imagen y semejanza de Dios, del Dios creador, del Dios que es fuente de vida plena. La Semana Laudato Si’ es otra oportunidad para ello, no dejes pasar esta ocasión una vez más.
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