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Reflexión Bíblica Dominical: 28 de julio de 2024

“Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos pescados. Pero, ¿qué es esto para tanta gente?” (Jn 6,9)

El deseo de “mejorar” en la vida nos hace superar las adversidades, acrecentar nuestras capacidades y esforzarnos por lograr los sueños. Todo ser humano tiende a “crecer”, aunque muchas veces esto signifique aplastar, quitar o suprimir a los demás, como potenciales adversarios de la avaricia o arrogancia.

Una cosa es tener afán de vivir mejor y otra cosa es permanecer esclavo de la ambición por tener más “poder, plata, placer, prestigio o privilegios”, que es el pentágono de la violencia personal y estructural, o sea las cinco “p” que nos conducen o mantienen en la deshumanización.

Por eso, es importante “compartir” lo que se ha recibido, ya sea por esfuerzo personal, por generosidad de otros o por justicia distributiva. Partir, repartir y compartir son una urgencia humana y ecosinodal, y -además- es un imperativo de Jesús, que se hace opción cristiana, para que no se normalice el pecado de omisión cómplice.

No todo es cuestión de cantidad, sino de “actitud”, como la de aquel “muchacho” que tiene los cinco panes de la gratuidad y los dos pescados de la novedad, es decir la relación de amor distributivo, recíproco, retributivo y agápico de Dios con la comunidad. Cada persona está llamada a compartir lo recibido -todo-, a valorar lo compartido -del todo- y a redistribuir lo sobrante -para todos-, de tal manera que nadie pase necesidad, ni por la escasez ni por el abandono ni por la insolidaridad.

¿Todavía no hemos descubierto el valor de la solidaridad liberadora? ¿Cómo vivir en la sobriedad para que ni falte ni sobre? ¿Qué hacemos con los bienes que nos sobran y con el tiempo, los afectos y la súper-religiosidad?

Ojalá que nunca justifiquemos la indiferencia ante el dolor y la normalización de la violencia, invalidando la “actitud solidaria” que debería vencer la impotencia sistémica ante la injusticia social, donde pocos tienen panes -avariciados- y a muchos se les daña el pescado -insolidario-.

Que el afán de poder, plata, placer, prestigio o privilegios nunca predomine sobre la opción cristiana de rehumanizar la “solidaridad” y recuperar la espiritualidad del “compartir”… al estilo de Jesucristo.

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