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José Antonio Maeso, ‘el cura pandillero’: «Estamos llenos de palabras y lo que faltan son gestos de misericordia»

“La vida es una gran aventura para ser vivida y disfrutada en plenitud”, afirma el sacerdote José Antonio Maeso, coordinador de la Pastoral Social Cáritas en Esmeraldas – Ecuador.

Un español formado y llamado a la misión bajo la influencia de personajes icónicos como San Óscar Arnulfo Romero, la madre Teresa de Calcuta y el discurso social del Papa Juan Pablo II que tras cinco años de ordenación sacerdotal y experiencias pastorales cercanas a las personas con capacidades especiales, migrantes y víctimas de las violencias en su tierra natal, tuvo claro su deseo de hacerse misionero en América Latina.

Empezó acompañando niños en condición de calle en Puyo, luego pasó a Esmeraldas a trabajar con integrantes de grupos al margen de la ley, el mundo carcelario y la realidad de los privados de la libertad. El cura pandillero, como le conocen en las calles de Esmeraldas, fue uno de los testimonios que se escuchó en el 53º Congreso Eucarístico Internacional.

¿Cómo ha logrado construir lazos de fraternidad en grupos de personas vulnerables o con historias de vida difíciles?

Yo creo que es algo tan sencillo como mirar a la otra persona, primero como una persona con su dignidad y segundo para nosotros que somos cristianos católicos, sabiendo que es imagen de Dios.

Nosotros o tú nunca pegarías una patada a la foto de tu papá, de tu mamá a no ser que seas un resentido o que tengas mucho dolor dentro. Yo creo que, si vemos al otro como una imagen y un rostro de Dios, probablemente cambiaría nuestra perspectiva.

Si viéramos a un Cristo sufriente que hace un llamado a la misericordia, no al paternalismo de que yo te ayudo, sino a tener un mismo corazón, como el pasaje de los discípulos de Emaús que escuchamos el primer día. Es seguir ese camino de sanación, ese camino de re significación de nuestra vida. Caminar juntos para buscar la fraternidad, eso cambiaría todo, pero todo pasa por ver al otro como un amigo, un compañero, una imagen de Dios.

 

¿Qué ha aprendido en estos 18 años de trabajo? Son casi dos décadas construyendo una Iglesia en salida, superando prejuicios sociales y culturales…

Pues que a veces las palabras sobran. Estamos llenos de palabras y lo que faltan son pequeños gestos de misericordia. Tener un mismo corazón, no de paternalismo sino de acercarte, reconociendo en el otro una persona que está llena de valores, llena de oportunidades. Yo creo que el mayor aprendizaje es ver que tú no lo puedes todo, tú no lo sabes todo, es descubrir que uno necesita de alguien.

Yo creo que la solidaridad es hacer sólido y no es cosa de uno, es cosa de trabajar en comunión. Cada uno con nuestro genio, con nuestro carácter y también con nuestros errores. Yo creo que es desde ahí, sentir que no lo podemos todo y necesitamos también del otro.

Usted invita a trabajar por una justicia restaurativa, un proceso con diferentes implicaciones y detractores… ¿Cuál es el mensaje para quienes piensan que no hay segundas oportunidades porque el que es, no deja de ser?

Claro, pero es que eso es decir que una planta no puede llegar a desarrollarse y que un hijo no puede crecer. Yo creo que una planta, un árbol, un animal crece mejor cuando mejor contexto tiene, cuando mejor cuidado tiene y en nosotros puede ser igual y no creyéndonos los reyes de la creación por ley lógica. A veces lo que falta es ayudar en nuestros contextos.

Es cierto que en contextos complejos hay gente que se convierte en sobreviviente y es capaz, es muy resiliente, tiene mucha fuerza interior, pero son poquitos. Por eso son tan importantes tener esos ejemplos. Creo que si es importante creer y dar oportunidades porque quién no se ha equivocado, como dijo Jesús: «Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra».

A veces es muy fácil juzgar y sobre todo desde nuestra posición de poder, desde nuestra comodidad, desde nuestros criterios pero, ¿realmente conocemos?, ¿somos misericordiosos?, ¿conocemos el corazón del otro?, ¿conocemos la vida del otro?

Probablemente si la conociéramos desde la luz de la fe, desde la escucha que no es para decirles lo que nosotros pensamos, no es para rebatir, sino para entendernos mejor, una escucha para querer ser uno con el otro, eso cambiaría las cosas, pero no sabemos escuchar.

¿Cómo entender la fraternidad con las personas privadas de la libertad y que viven una condición de marginalidad en la sociedad por causa de sus decisiones?

La solución la tenemos cada uno de nosotros, a veces en nuestras preguntas están las soluciones, pero cuidado, sin polarizarnos, tampoco podemos decir que son angelitos, ni monaguillos de Iglesia. Realmente son personas que llevan una vida dura y han tenido una vida dura, tampoco vamos a andarnos con medias tintas.

Pero si es cierto que no podemos perder la ternura, pero tampoco la firmeza y no podemos romantizar ninguna de las situaciones. Siempre tenemos que tener la perspectiva de las víctimas, esto es muy enriquecedor, ¿por qué? porque te hacen superar ese sentido de que ¡ay que buenito!. No, eso es el complejo de Estocolmo, es decir, idealizar.

Yo creo que hay que ser objetivos y por eso es bueno de vez en cuando que como Iglesia nos insulte, nos den duro en las redes, está bien. Aprendamos qué tenemos que hacer y qué tenemos que cambiar. También son los clamores de Dios en nuestra Iglesia y ver desde las víctimas qué podemos hacer para restaurar, porque todas las personas somos parte de esta construcción de la fraternidad.

La Iglesia universal está camino a la segunda sesión del Sínodo y América Latina ha trabajado para hacer un aporte desde la realidad. ¿Cómo ha vivido la sinodalidad en el trabajo que realiza?

Imagínese, yo no estoy solo, tengo muchos equipos detrás de gente católica y no católica, de gente creyente y de gente que es muy crítica. Yo creo que cuando nos abrimos, cuando ante los clamores del mundo dices realmente, ya no puedo más y eso uno lo siente, hasta aquí llegué, yo ya no sé qué más hacer.

Sin duda alguna es ahí, donde uno encuentra esa solidaridad para seguir adelante. Yo creo que nuestra Iglesia debe salir, como dice el Papa, salir de las iglesias y correr el riesgo de equivocarse. Se gana o se aprende, pero nunca jamás se pierde y aprendemos más de nuestros errores que de nuestros aciertos, porque nos hacen tener una posición de no dormirnos en nuestra comodidad, de no estar en nuestra zona de confort; sino que nos remueven para seguir emprendiendo y claro, el Espíritu dice que en el caos Dios creó el orden, en este mundo un poco en caos, veamos, escuchemos. La solución no la tengo yo, pero estoy seguro que entre todas las personas podremos lograr un mejor camino.

El adagio popular dice que nadie es profeta en su tierra… ¿Qué es eso que a diario le confirma su opción vocacional como misionero?  

Pues a veces a uno le gustaría volver a su comodidad, pero yo creo que uno ya no puede, porque como digo a veces… Recordemos que Dios no habla, sino que a veces grita, ¿Qué haces ahí? Abre los ojos. Yo recuerdo una navidad que vinieron a visitarme unos compañeros no estaban en realidades tan complejas como las de ahora, pero estaban en contextos difíciles y ellos volvían a su casa y yo les dije… Verás los curas también echamos maldiciones, ay no me diga eso, me respondieron, cuando en navidad estés tomando champaña, comiendo mucho, ahí te acordarás de mí.

Me llamó entonces y no les digo las cosas feas que me dijo, pero eso también es un bomerang. Es cierto que necesitamos nuestros espacios, pero todo tiene que ser con moderación, pero a veces uno también se ha acostumbrado a vivir de ciertas maneras que por desgracia están lejos de los clamores y la gente; entonces la llamada de alguien cuando tú quieres vivir cómodamente te saca de tu ambiente y te dice que no te me duermas.

No puedes estar sentado en tu zona de confort porque como cristianos nos toca estar en camino, como el pueblo de Israel, debemos ir peregrinando y sorteando las dificultades diarias.


Fotos: Cortesía oficina de comunicaciones del Congreso Eucarístico Internacional

 

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