ADN Celam

Reflexión Bíblica Dominical: 6 de octubre de 2024

“Jesús, al ver esto, se indignó y les dijo: Dejen que los niños vengan a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos”. (Mc 10,14)

Si la “indignación” es la expresión disconforme con todo tipo de maltrato, abuso, injusticia, corrupción, discriminación, manipulación o violencia… es lógico que tengamos “indignación” ante la realidad que vemos en las pantallas, en nuestras calles y en nuestra Iglesia. No podemos quedarnos impasibles -como simples espectadores y menos aún cómplices- de un sistema que no valora ni respeta a los niños/as, los vulnerables, los ancianos/as o tantos descartados/as de la conexión con la internet y con la dignidad humana.

Es indignante que haya, en nuestros ámbitos sociales y eclesiales, personas que se acercan a los poderosos-famosos, mientras se alejan de los pobres y sufridos. Porque no deja de ser incoherente la persona que busca un vistoso ropaje consagrado, pero rehuye el compromiso samaritano. No tiene lógica evangélica desacreditar la “sinodalidad” mientras se pretende recuperar los odres viejos con los vinos viejos.

Ciertamente, hay muchas “aduanas religiosas” que impiden la participación de los pobres, de las víctimas-supervivientes o de quienes han errado en su vida… mientras se ponen alfombras a los que pueden pagar, reconocer, agradecer o compensar desde la solvencia social y la anemia evangélica.

Y tenemos que indignarnos frente a esta injusticia humano-cristiana, para reaccionar ante los “menores” de nuestra sociedad, que reivindican más que regalan, gritan más que piden y buscan -y a veces, mendigan- su puesto en la comunidad de Jesucristo, que tiene la vocación de escuchar, acoger y abrazar a todos, todos, todos…

Así como Jesús se acerca a los más pequeños, también nos dice que “dejemos que los niños vengan a mí y no se lo impidan”, dado que ellos son la “puerta” del Reino de Dios, los “primeros” de su comunidad y los que “disciernen” la autenticidad de nuestros discursos.

¿Somos aduaneros de los “indignos”? ¿Buscamos nuestra santidad de “dignos” o seguimos el evangelio incluyente de los descartados?

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