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Reflexión Bíblica Dominical: 27 de octubre de 2024

“Muchas personas trataban de hacerlo callar. Pero él gritaba con más fuerza: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!»” (Mc 10,48)

El “silencio” es una respuesta ante la perplejidad, una actitud para la escucha, una fatalidad para quien sufre, una oportunidad para el diálogo y -en no pocas veces- la revictimización de quien necesita gritar su dolor ante los oídos sordos o pérfidos.

Los poderes establecidos de la familia, la sociedad y la iglesia silencian a las víctimas del sistema y hacen silencio ante el abuso de unos y el clamor de los otros.

No es lo mismo buscar el silencio para validar la palabra, que silenciar a los demás para eludir la justicia y la verdad. El secretismo, la negación, el encubrimiento y el sometimiento no pueden convertirse en la cultura de nuestro mundo, tan abierto -por otra parte- a las modernas telecomunicaciones masivas.

Con todo, la “pasión” de los que sufren hace que -mucha gente- siga gritando con más fuerza: “Hijo de David, ten compasión de mí”; pero -a la vez- la “compasión” de Jesucristo abre el corazón a las víctimas y cierra la boca a los “mediadores de la mediocridad” que no quieren escuchar ni responder a los que gritan con desesperación y -a la vez- suplican con confianza.

Ya sea por errores propios o por violencias externas -de todo tipo- hay muchas personas que esperan un mínimo de empatía y mucha compasión. No necesitan consejos morales, juicios condenatorios o paracetamoles religiosos, sino amor que sane, misericordia que cuide y justicia que repare todos los daños.

Se acabó el tiempo de tapar la boca a los que gritan su impotencia, o de arrogarse el derecho de ser la voz de los silenciados… solo nos toca “escuchar” el doble de lo que hablamos y “callar” cuando nuestras palabras -o gestos- no dignifican a los demás o no transforman la realidad.

¡Gritemos con fuerza la compasión! ¡Escuchemos con confianza el corazón, que late de amor, como el mismo Jesucristo!


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