Como parte del 6.° Congreso Americano Misionero (CAM6), realizado el 20 de noviembre, Rodrigo Guerra López, secretario de la Pontificia Comisión para América Latina (PCAL), presentó la ponencia “El Reino como horizonte de la misión: camino para la transformación social en un contexto de desigualdades”.
Guerra afirmó que América Latina es una de las regiones más desiguales del mundo y que nos encontramos frente a un escenario de desafíos políticos, económicos y culturales donde “la Iglesia no está fuera del mundo, sino que existimos como Iglesia al interior del difícil y complejo escenario que nos toca vivir”.
“La distancia entre los más ricos y los más pobres se ensancha, se amplía cada vez más, y esto que es muy doloroso”, lamentó, pero también recordó que esto es “un signo de que no estamos en una mera época de cambios, sino en un verdadero cambio de época, es decir, que todo el paradigma, todas las certezas acríticamente aceptadas que nos daban seguridad a nuestra vida personal y en nuestra vida comunitaria, se están reformulando”.
Necesidad de transformación
El secretario de la Pontificia Comisión para América Latina explicó que “los lenguajes, los símbolos, los afectos, las maneras de socializar, han entrado en un cambio profundo desde las más hondas raíces del ser humano y de la sociedad”, e invita a no mirar solo las tragedias, porque “el corazón de nuestra fe es la certeza existencial de que el mal no tiene la última palabra”.
Recordó que Jesús también sintió zozobra e inseguridad, sin embargo, la experiencia de las tentaciones en el desierto las logra superar por la confianza real que tiene en la voluntad de su Padre.
Guerra invitó a mirar que, en medio de una necesidad de profunda transformación política, económica y social, lo que la Iglesia anhela es “el encuentro con una persona que nos muestre una caridad y una misericordia, que nos haga advertir que nuestra vida sí le importa a alguien, y que ese alguien con “A” mayúscula es el Amor que nos sostiene y da razón de nuestra existencia… Cristo, y es el Reino que Él viene a predicar y que está más allá de cualquier utopía política, económica o cultural”.
La Trinidad en la historia
Guerra se refirió a la ponencia magistral de monseñor Raúl Biord Castillo, “La misión nace de la Trinidad”, como una premisa que mostró que la Trinidad no es una metáfora, sino que realmente el Kerigma es trinitario y, por lo tanto, tenemos que aprender a anunciar “desparpajadamente” a Dios Comunión.
Citando al teólogo Zizoulas: “La predicación y los hechos de Jesús, Hijo de Dios enviado por el Padre, instituyen la Iglesia. La efusión del Espíritu la constituye”. Guerra explicó que “es cierto que la Iglesia nace del costado de Cristo, es cierto que la Iglesia nace de la Eucaristía, es cierto que la Iglesia nace de Pentecostés, en realidad todos los hechos y palabras de Jesús fundan la Iglesia. Y la vida y la fuerza que anima y mantiene a la Iglesia proceden del Espíritu”.
Igualmente, tomando la cita de Lubac dijo: “Padre, Hijo y Espíritu están presentes en la Iglesia, que es como una misteriosa extensión de la Trinidad en el tiempo, que no solo nos prepara para la vida unitiva, sino que nos hace participar ya de ella”. En otras palabras, “el Reino no es una utopía lejana, inspiracional, remota, para el fin de la vida o para el fin de la historia, sino que ya está presente y esta presencia es la que estamos llamados todos a descubrir para poder seguir caminando”, enseñó Guerra.
La misión tiene el objetivo de instaurar el Reino
“La Iglesia es misionera por naturaleza”, reiteró Guerra, y añadió: “La misión no tiene otro objetivo más que anunciar e instaurar el Reino”. A su vez, recordó que la brújula para la actividad misionera se encuentra en la Constitución Dogmática Lumen Gentium, que indica: “La Iglesia recibe la misión de anunciar el Reino de Cristo y de Dios e instaurarlo en todos los pueblos, y constituye en la tierra el germen y el principio de ese Reino”.
Desde el Evangelio de san Mateo, Guerra explicó que el Reino conlleva una gran cantidad de valores. Sin embargo, destacó que el corazón del Kerigma no es una propuesta de valores, sino que la esencia del cristianismo “es Cristo”.
“Cristo tiene carne hoy en la Iglesia, el misterio de la Encarnación no se agotó hace 2000 años, sino que continúa presente en medio de nosotros, a través de la carne concreta de las personas que nos rodean”, afirmó con firmeza.
Reconocer a los más pobres como sacramento de Jesucristo
En 1968, durante su visita a Colombia para inaugurar la Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, el Papa Pablo VI ofreció un discurso emblemático frente a una multitud de indígenas y campesinos. Este mensaje, descrito como extenso e inusual, se centró en una idea poderosa: “La Iglesia no puede dejar el dolor, la aflicción, el sufrimiento y la contradicción del pueblo latinoamericano”.
Según Rodrigo Guerra, este discurso marcó un hito al afirmar que en las personas más sufrientes, humilladas y abandonadas se encuentra el “verdadero sacramento de Jesucristo”. Para el Papa Pablo VI, los más pobres no son solo destinatarios de la misión de la Iglesia, sino su presencia viva y sagrada, un signo tangible del abrazo de Dios al mundo.
Los sacramentos son vividos en comunión
Guerra explicó que este mensaje no es una mera idea, es una experiencia que transforma la manera en que la Iglesia vive y anuncia su fe. Señaló que los sacramentos son vividos en comunión con quienes más sufren “los más pobres en particular son verdadero sacramento de Jesucristo”, remarcó. En este sentido, la Eucaristía solo alcanza su plenitud cuando es compartida en comunión con la Iglesia, en fidelidad a los más pobres y en unidad con el Papa.
El secretario destacó que la unidad propuesta por Jesús trasciende los modelos organizacionales, y que no se trata de estructuras políticas ni de corporaciones rígidas, sino de una comunión viva que brota de la Trinidad.
Este tipo de unidad, agregó, “encuentra comunión gracias al amor; tenernos paciencia, perdonarnos frecuentemente, la disposición que tengamos para pedirle perdón de corazón a aquel que hayamos lastimado o para rencontrarnos con aquel que nos haya herido”.
La Sinodalidad como dinámica de comunión
Para Guerra, la Sinodalidad es más que un concepto: es el movimiento vivo que verifica la fe en acción y nos convoca a caminar juntos como hermanos, tanto dentro como fuera de la Iglesia: “Sinodalidad es la dimensión dinámica de la comunión, es el momento de verificación real y existencial de que creemos que existe una persona viva, que se hace encuentro y que nos convoca a vivir fraternalmente”.
“La Sinodalidad que vivimos ad-intra es la base para poder afirmar valerosamente la fraternidad ad-extra”, dijo, como una propuesta a todos los hombres de buena voluntad de fraternidad: “El mundo desgarrado, fracturado y herido que hoy tenemos delante de nuestros ojos, no necesita simplemente consignas políticas o económicas, no necesita nuevos Mesías sociales; lo que se necesita es la experiencia de Jesús vivo que reconcilie, que disminuya el extremismo, que disminuya el fanatismo, que nos invite a caminar juntos, reconociendo que en la diferencia hay enriquecimiento”.
El temor, señaló Guerra, es una de las principales causas de la polarización y la fractura social, tanto en las comunidades como en la Iglesia. Este miedo, alimentado muchas veces por desconfianzas y divisiones, solo puede ser superado confiando radicalmente en el Espíritu Santo como el verdadero protagonista de la vida eclesial y de la salvación del mundo.
El método del Reino
En su reflexión, Guerra planteó la pedagogía del misterio de la Encarnación como el fundamento del camino misionero. Jesús –explicó Guerra– dejó su condición divina para hacerse uno de tantos, actuando como un hombre cualquiera y entregándose plenamente a la humanidad.
“Jesús no hizo alarde de su divinidad; se anonadó, se hizo nada”, dijo, a tiempo que indicó que esta actitud de humildad radical es un llamado para los misioneros a reconocer sus propias limitaciones y confiar plenamente en Dios: “En medio de esa vacío, de esa falta de apoyos y en medio de esas pobrezas, es justamente el momento en el que tenemos que pedir a Dios: ‘Yo no puedo, pero Tú sí puedes’, y así es como el Reino comienza”.
“El método del Reino, en otras palabras, no es otro que el método del encuentro con Dios, con nuestra condición humana a través de la Encarnación, y el encuentro de nosotros con lo más frágil de la condición humana, para continuar viviendo dentro de la analogía de la Encarnación, para continuar reproponiendo sacramentalmente la presencia de Cristo en la historia”, subrayó.
Explicó que “en la medida en que yo doy el paso decidido y valiente de dejar mi comodidad y mi área de seguridad, e ir a tocar físicamente el dolor de mis hermanos más heridos y lastimados, más pobres y humillados, en esa experiencia, más que en mis palabras, en ese gesto de acompañamiento, el Reino se hace presente”.
Poner en la mesa del presidio a la gente más sencilla
Guerra advirtió que tampoco se trata de cualquier encuentro, debe ser concreto, empírico y arraigado en la realidad de las personas a quienes estamos llamados a servir: “Si yo no me doy permiso de hacerme encuentro con las personas a las que supuestamente estoy llamado a servir, entonces empiezo a vivir una gran mentira”.
El ponente recalcó que el Espíritu Santo es el protagonista de la historia de salvación, incluso en medio de las imperfecciones humanas: “No es a pesar de la imperfección que Dios actúa, sino a través de ella”, dijo enfáticamente.
Hizo un llamado a construir una Iglesia con audacia, donde los más sencillos, los olvidados y los marginados ocupen un lugar central: “Poner en la mesa del presidio a la gente más sencilla, al misionero más olvidado, al laico más despreciado; es en estos atrevimientos como empezamos a vivir la confianza”.
El Reino se construye con osadía
Guerra abordó las críticas que surgieron tras la publicación del documento sobre la sinodalidad, el cual algunos consideraron “imperfecto” para ser presentado como magisterio ordinario. Sin embargo, señaló que la decisión del Papa Francisco de publicarlo en su estado actual no es un descuido, sino un acto de fe en la obra del Espíritu Santo: “El Papa prefiere publicar este documento como magisterio ordinario inspirador para toda la Iglesia, para mandar un mensaje, que hay que confiar en la obra del Espíritu Santo que actúa a través de la Iglesia, para mandar ese mensaje clarísimo. Así es como se construye el Reino, con esa osadía”.
Para Guerra, esta confianza es clave en la misión de la Iglesia, “no es a pesar de la imperfección que Dios actúa en la historia, sino es a través de ella”. también destacó la necesidad de adoptar una perspectiva radical sobre la presencia del Espíritu Santo, reconociendo que no es intermitente ni está ausente, sino que actúa incluso en quienes no piensan como nosotros: “El Espíritu Santo no nos va a fallar”.
Inspirándose en el Papa Francisco y su mensaje en Fratelli tutti, Guerra insistió en la visión de una Iglesia de puertas abiertas, en salida y al servicio de todos.
La fe es creíble cuando se convierte en abrazo
“La fe solo es creíble cuando se vuelve abrazo generoso y restricto para con todos, cuando no nos tapamos la nariz delante de nadie, cuando pedimos las bendiciones de Dios para cualquier persona por el mero hecho de ser persona, y por lo tanto Hijo de Dios”, dijo Guerra, recordando que la radicalidad de la Encarnación no es invento, ni nueva, ni exótica, ni momentánea, sino que “es la radicalidad de la Encarnación que se ofrece como camino de reconstrucción de nuestra humanidad herida para con todos”.
Al abordar la relación entre fe y política, Guerra enfatizó que ningún proyecto político puede identificarse completamente con el Reino de Dios. Sin embargo, los católicos están llamados a participar con libertad y conciencia crítica en los espacios públicos, llevando el mensaje del perdón, la reconciliación y la fraternidad: “La madre de familia con las vecinas, el comerciante con los que están en el mismo sector, el sindicalista defendiendo los derechos de los trabajadores, el maestro en la universidad pública… en la medida en que todos en nuestros ambientes llevemos las novedades del Evangelio, podremos extender el Reino”.
María, primera misionera de América
Guerra habló sobre la posibilidad de imaginar cómo deberá de ser el perfil del discípulo misionero renovado por el Sínodo de la Sinodalidad, el Concilio Vaticano II y los desafíos actuales. En su análisis, destacó a María como el modelo esencial para comprender cómo debe ser la Iglesia misionera en el contexto contemporáneo.
Tomando la Constitución Lumen Gentium, explicó que, en el capítulo 8, la decisión final fue que todas las reflexiones sobre la Virgen se insertaran dentro de la eclesiología, para que María no sea solo un recurso devocional: “María es un contenido teológico real, y una presencia materna real y efectiva que tenemos que aprender a vivir pastoralmente”, remarcó.
“María, primera misionera de América, que en distintas advocaciones ha anunciado al verdadero Dios por quien se vive”. En este contexto, señaló que América Latina es testigo de esta realidad a través de la experiencia de Guadalupe, una buena noticia para todo el continente: “María viene a anunciar el verdadero Dios por quien se vive, lo anuncia a través del encuentro con el indio, con Diego… ese encuentro, de manera inculturada, usando todos los lenguajes y signos posibles para que Juan Diego entendiera que el verdadero Dios por quien se vive es Jesucristo”.
Perfil del discípulo misionero sinodal
Guerra destacó que este encuentro entre María, Juan Diego y el obispo Zumárraga es un ejemplo temprano de Sinodalidad misionera: “El laico llega a anunciar una buena noticia, a evangelizar, el laico evangeliza al obispo, y el obispo no le cree; el obispo pide una señal, y entonces, mucha atención, ¿qué hace el laico cuando el obispo no le cree? El laico obedece al obispo y va por la señal… Esta es una dinámica de Sinodalidad misionera”.
Explicó que, fruto de esta dinámica de comunión entre Juan Diego, María de Guadalupe y el obispo, el milagro es, por un lado, la estampación de la imagen de María en la tilma de San Juan Diego, pero resalta que el milagro es que dos pueblos profundamente enemistados se reconciliaron. “María de Guadalupe es la primera teología indígena”, resaltó.
“Si queremos saber cuál es el perfil del discípulo misionero sinodal, tenemos que volver la mirada a María, no tanto inventar un perfil con nuestras grandes ideas, sino mirar que ella fue la primera en acoger la palabra, la primera en ser dócil al Espíritu Santo, la primera en confiar radicalmente en que lo imposible es posible con la fuerza de Dios, la primera misionera en nuestras tierras, la primera en que redignificó a los más humillados, y la primera que nos enseñó a que nuestra vocación es construir una casita sagrada”, dijo Guerra, detallando que la casita sagrada es “un espacio de fraternidad y de libertad en toda América, para que podamos creer con gran libertad y con gran dignidad todos por igual”.
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