Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros (Lc 17,13)
La presión interior o la opresión del sistema, nos llevan a momentos de preocupación e incluso de cierta desesperación, donde no podemos menos que gritar: “Señor, ten compasión de mí”. Es el grito de quien ha intentando liberarse de la culpabilidad, pero sigue atado a las cadenas del resentimiento. Es el clamor de quienes no tienen lo suficiente para vivir con dignidad, o quizá sufren la violencia que impide los sueños de felicidad. Es la súplica de quienes temen el abandono y el desprecio -familiar, social o eclesial- y dudan del sentido de sus vidas.
Hay muchos motivos para la súplica, porque hay necesidades y hay confianza. “Necesidad” de crecer como persona, salir de los propios infiernos o liberarse de tantas fatalidades injustas. “Confianza” -también- en la misericordia de Dios que incluye la justicia social y la decisión personal. Necesidad de vida plena y confianza en el amor total, que nos regala el “Maestro”.
Jesús Hijo pone su confianza en el Padre, felicita a quien vive-practica la palabra, levanta a quien proclama su fe, “limpia” a quien sufre la exclusión sistémica, y valora la gratitud de sus amigos. Jesús es el “hijo” amado por el Padre, el “amigo” que da la vida por los suyos, el “maestro” que muestra el Reino y el “Señor” que da vida en plenitud.
Si quisiéramos conocer y reconocer nuestro nivel discipular, tendremos que valorar la relación entre la súplica confiada, el agradecimiento responsable, la entrega por los descartados y la belleza de nuestras relaciones.
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