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Reflexión Bíblica Dominical: 06 de noviembre de 2022

«Él no es Dios de muertos, sino de vivos, y todos viven por él» (Lc 20,38)
Así como hay mucha gente que quiere matar a Dios en la vida personal y social, también hay quienes tratan de idolatrar la muerte como si fuera lo único que nos vincula entre las personas y el infinito. No podemos ensalzar el dolor, el odio o la muerte, pero tampoco podemos ignorar que existe y que hay que vencerla con el amor, el perdón y la vida.
Dios no es un complemento para nuestras incapacidades ni un brebaje contra la impotencia. Dios no es “tapahuecos” ni la versión ideal de nuestra humanidad; porque Dios es de “vivos” que luchan cada día para dar sentido a la frustración y a la ansiedad, sin quedarse en el fatalismo del dolor y la muerte. Jesucristo nos muestra, en cada herida de su cuerpo abusado-herido-masacrado, que el amor es vida, que se entrega por amor a los amigos y a los enemigos… “para que todos tengan vida en plenitud”.
Hay poca gente (todavía quedan algunos) que sigue aferrándose a una deidad de papel, de melcocha o de cadenas, porque es un invento de los poderosos para someter a los débiles. Jesucristo nos muestra y nos regala la alegría, el espíritu y la misma vida de Dios.
Que nuestros gestos, palabras, decisiones, acciones, sentimientos e ideologías contagien la misma vida de Dios, es una “necesidad” que tienen las víctimas del sistema de muerte, y también es la “vocación” que hemos recibido los seguidores de Jesucristo, arriesgando todo para defender-entregar la vida.
Nosotros/as, en lo personal, social y eclesial ¿contagiamos más vida que muerte, más amor que resentimiento, más esperanza que dolor? ¿vivimos de/por/con Él?

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