“Dichosos los que trabajan por la paz, porque se les llamará hijos de Dios” (Mt 5,9)
Los vientos de guerra a nivel internacional, el sicariato en muchas sociedades, la violencia intrafamiliar, los abusos de poder-conciencia-sexual, el deterioro de las condiciones de vida de los pobres y los multitrastornos personales en mucha gente conocida, nos hacen pensar que la “paz” es un bien escaso o al menos difícil de mantener.
La paz no es sólo la ausencia de guerra o de violencia -que ya sería mucho-, sino la “relación” fraterna en la diversidad, la “amistad” que supera la inercia del resentimiento, y el “perdón” que se reconstruye constantemente con la fuerza del amor -no con el encasullamiento del dolor-.
Por eso, hoy queremos formar parte de los/as bienaventurados/as que “trabajan por la paz” -la promueven y la defienden-, a pesar de las bombas, tanques, pistolas, chismes, mentiras, corrupción, abusos o el supermercado de recetas pseudoreligiosas. Aunque nos cuesta descubrir el árbol de la vida en el bosque de la violencia, nos sabemos “felices” cuando practicamos la justicia, somos “resilientes” en el dolor, “fieles” en la persecución, “humildes” en el servicio, “misericordiosos” con los heridos, “auténticos” en el mundo de la apariencia y “alegres” en la incertidumbre.
Jesucristo no contagia resignación o fatalismo a sus seguidores, sino el Espíritu que da vida, esperanza y amor, hasta entregarlo por un mundo lleno de paz, como hacen los “pobres” que cada día construyen el Reino por encima de sus egoístas intereses, y sabiéndose sujetos proféticos de la transformación del mundo al ritmo cardiaco de Jesucristo.
Nosotros, seremos los/as dichosos/as hijos/as de Dios, si seguimos trabajando por la paz
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