“Llegada la tarde, Jesús se puso a la mesa con los Doce. Y mientras comían, les dijo: En verdad les digo: uno de ustedes me va a traicionar. Se sintieron profundamente afligidos, y uno a uno comenzaron a preguntarle: ¿Seré yo, Señor?” (Mt 26,21-22)
La “traición” ha sido y sigue siendo un duelo difícil de llevar, porque mata los vínculos de amor y de esperanza que pudieron sostener la felicidad de una persona o entre personas. La traición conyugal, ideológica, económica, política… y también religiosa… eleva a categoría absoluta la mentira, manipulación, abuso, infidelidad, sinvergüencería, sicariato, electorismo y a todos los “judas” de nuestro mundo.
Las promesas que no se cumplen, las expectativas que se inflan y los sueños vacíos han provocado la dramática “desconfianza” que respira nuestro mundo. ¡Qué difícil es recuperar la confianza perdida! No solo en los políticos o cónyuges o instituciones… incluso en la misma iglesia. La desconfianza y el descrédito vacían de sentido las opciones existenciales para convertirlas en relaciones líquidas y gaseosas, que duran lo mismo que un chat, …solo el tiempo del consumo ególatra.
“El amor de Jesús es fiel hasta la muerte”, mientras que los demás le traicionan por salvar su prestigio, poder o propiedad. La “sangre” de Jesús denuncia a Judas, Pilato, Pedro, Tomás, autoridades y seudoamigos que “comen” de las manos de Jesús pero no quieren ensuciarse en el servicio; “recuperan” la vista y las piernas con la autoridad de Jesús, pero prefieren salvarse a sí mismos sin solidaridad; “olvidan” primerear sus valores por defender sus privilegios, y nunca entienden el Reino de Dios como bien común y ecología integral, sino como la manipulación de lo religioso.
Traicionar (privada, familiar o públicamente) los propios valores o las promesas de amor o los compromisos de fe es un empujón hacia el abismo de la humanidad y el primer paso para el asesinato actualizado de Jesucristo.
Asesinar al que te da de comer, ignorar a quien te dio su amor, chismear contra quien confió en ti, abandonar a quien se arriesgó por salvarte, poner precio a las cosas de Dios que son gracia, manipular las ideas para engrosar las arcas… es de lo que la Cruz de Cristo “nos libera” y de lo que el amor de Cristo “nos resucita”.
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