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Apagando el infierno en la tierra

La primavera llega a la sede de gobierno de Bolivia, La Paz. Son los primeros días de septiembre, el cielo debería verse azul, sin nubes, pero la ciudadanía se ve sorprendida por una capa de humo que enturbia el aire. En cuestión de 48 horas, la humareda impide la visibilidad, tanto así que por un día el Aeropuerto Internacional de El Alto suspende operaciones. Entonces la población del occidente boliviano toma conciencia de la magnitud del desastre, de los más de tres millones de hectáreas que están ardiendo en Santa Cruz y Beni.

En Bolivia, existen “leyes incendiarias”, un paquete de medidas y legislaciones aprobadas durante el gobierno de Evo Morales, que autorizan el desmonte de un área de 20 hectáreas, para el desarrollo de actividades agrícolas o de ganadería, esta práctica es conocida con el nombre de “Chaqueo”, que es tradicional, pero también controlado. El problema radica en que, con el pretexto de ampliar la frontera agrícola o ganadera, la quema se torna inmanejable y deviene en catástrofe ambiental. Algo así opina el padre Hugo Carrasco, quien no tiene dudas: la mano del hombre está detrás de esta tragedia.

“No es el clima, definitivamente, por lo que he visto y estando en vivo en los hechos, no es el clima; es producto de la mano humana, ya sea de una agricultura, agroindustria expansionista, ya sea de avasalladores que quieren ocupar tierras, ya sea de ganaderos industriales que quieren quemar pastizales para extender su ganado, y ya sea también cuestiones políticas, porque sabemos también que por cuestiones políticas se está haciendo este tipo de daño ambiental”, declara con tono de voz sereno, algo pausado, que hace pensar en una persona con templanza y, obviamente, de fe.

El padre Hugo Carrasco se ordenó hace 14 años y desde enero del presente es párroco en Ascensión de Guarayos, una de las zonas más afectadas por los incendios. En su traje de bombero voluntario luce algo pequeño, y la gente se pregunta cómo alguien que, a priori físicamente no es apto para estas labores, puede combatir este infierno. Todo es cuestión de fe, de entrega a la comunidad, de hacer carne el Evangelio, de llevar a la práctica las prédicas. Y de hecho, incluso el padre Hugo dudó un poco cuando le propusieron que se uniera a los bomberos voluntarios. “Bueno, no sé si seré capaz, pero voluntad no me falta, les dije, y es interesante, es una emoción de sentirte útil a la sociedad; a mí me impresiona mucho, por ejemplo, tratar de vivir el Evangelio y no solamente de predicar desde el ambón, desde la Iglesia, sino también con la misma gente, es una interpelación para mí el Evangelio, si yo puedo estar ahí y ayudar en algo, ahí estoy”, cuenta con seguridad contagiosa. Quien lo escucha siente motivación, deseos de estar combatiendo el fuego para ayudar a salvar la Creación.

En 2019, cuando los incendios alcanzaron a ser del tamaño de la ciudad de Lima, Perú, el padre Hugo era párroco de la Recoleta, en Sucre y, ya en ese entonces, recolectaba víveres e insumos médicos para mandar ayudas a San Javier, donde luego sería párroco por tres años, antes de iniciar su misión en Ascensión de Guarayos: “Mira cómo es el Señor, prepara los caminos, no es que tengo mucha experiencia, pero más o menos había vivido, aunque de lejitos ya anteriormente esta situación, ahora ya lo estoy viviendo de cerca”.

El padre Hugo está donde se lo necesita, un día reuniendo víveres, otro día combatiendo el fuego, otro día trasladando a los voluntarios a los lugares donde hay que apagar el incendio, otro día llevando donaciones a los afectados, otro en apoyo médico, lo que demuestra, a su manera de ver, que hay varias formas de ser voluntario.

Gracias a su testimonio, que se hace aún más visible en sus redes sociales de Tik Tok y Facebook, el padre ha conseguido que un gran número de personas de su Iglesia local y a nivel nacional quieran ser voluntarios y aportar a enfrentar la crisis ambiental.

La labor de bombero voluntario es ardua, ya que las comunidades de la región no se concentran alrededor de una plaza, sino que están dispersas en espacios muy grandes. Las casas distan casi a un kilómetro una de otra, y en esas condiciones es muy difícil socorrer a una comunidad entera. Aún así, el padre Carrasco cuenta con satisfacción que lograron rescatar dos casas, evacuar familias, preservar el principal bien, que es la vida. Claro que relatado por él mismo, la historia se siente más cercana: “Hemos llegado, por ejemplo, a una casita donde estaban dos ancianos y tenían el ganado al lado de la casita, en corral, no sé, yo no he contado mucho, pero más o menos 50 cabezas de ganado, y el fuego estaba a dos metros de distancia de entrar al corral. El ganado estaba loco, no sabía por dónde escapar, tuvimos que soltar al ganado para evitar que se quemen, y el fuego estaba a dos metros o tres de entrar a la casa. Evidentemente, nosotros hemos actuado, nuestra cuadrilla era de 15 más o menos. Lo primero que hicimos fue apagar el fuego, un grupo, y otro grupo ir a salvar a la familia, a la parejita de ancianos, y otro grupo, a soltar a los animales, como sea que se vayan al monte, no importa, después ya los dueños saben cómo recuperar, pero debíamos salvar la vida tanto de las personas como de los animales”.

Y experiencias como estas abundan por estos días, donde los medios y las redes están inundadas de imágenes y videos de la tragedia ambiental que atraviesa la Amazonía de la región, aunque quizá sea Bolivia el país más golpeado, ya que se encuentra en el corazón de Sudamérica y prácticamente está rodeado por el fuego y cubierto de humo.

El padre Hugo, además de rescatar personas, también ha dado cobijo a animales silvestres, que, heridos, se abandonan a la piedad humana. El escenario es dantesco, las imágenes que circulan por internet muestran monos, armadillos, osos, aves y otras especies calcinadas, familias enteras devoradas por el fuego azuzado por la codicia humana. Y en medio del caos dramático, también aparece la esperanza: animalitos que salen de entre el humo y prácticamente se arrojan a los brazos de rescatistas, como si supieran que esas personas no están ahí para hacerles daño, sino para reparar lo que otros hicieron.

Yo tengo aquí en la casa, por ejemplo, a un mono manechi, un poco delicado; ya han venido los veterinarios y lo han llevado al centro, tiene quemaduras de un grado por lo menos en 30% de su cuerpo. Después tengo petas (tortugas), después tengo armadillos, lo que aquí nosotros decimos Tatú”, revela el sacerdote con satisfacción sincera. Conmueve escucharlo hablar desde la esperanza, desde el sitio privilegiado de rescatista.

Pero claro, no por la coyuntura el padre Carrasco deja de servir a Dios y a su comunidad en su parroquia. El sacerdote franciscano durante el día es bombero voluntario y durante la noche atiende a su comunidad en acrecentar su fe. Pese a las intensas y extenuantes jornadas de voluntariado, por las noches encabeza las procesiones y encabeza las rogativas.

No se puede flaquear, porque la comunidad lo necesita, cuenta el párroco: “De hecho, a veces estoy cansado, quiero descansar, pero la gente viene y me dice ‘padre, ¿va a haber rogativa?, ¿va a haber procesión?; padre, ahora, ¿por qué vamos a rogar?’. Porque cada noche rogamos por una cosa, por otra cosa. Entonces, ya tengo que pensar… ‘Estoy cansado’, así me da ganas de decirles, ‘no, quiero descansar’, pero también la gente me anima, y si la gente me está pidiendo porque la oración hace mucho, lo hacemos. Y yo sé que entre tanto pedir incansablemente, yo sé que el Señor nos ha de mandar la lluvia, porque ahorita, vuelvo a repetir, ahorita lo que necesitamos es lluvia”.

El padre Hugo Carrasco recuerda que voluntario también es aquel que ora, y si no es posible llegar al “campo de batalla” para combatir el incendio, no importa, “cierra tu puerta, ora, pide a Dios para que acabe todo esto de una vez”. Y a aquellos que son bomberos voluntarios, “fuerza, ánimo, las cosas no son así por así, Diosito algo nos está diciendo, lo que nos toca ahora es descubrir qué nos está queriendo decir Dios con todo lo que está pasando”.

Tomando las palabras del Papa Francisco, el padre Hugo nos dice: “Este mundo es lo único que tenemos, no tenemos otro y, por lo tanto, hay que amarlo, hay que respetarlo, hay que cuidarlo y hay que quererlo”. Y acaba nuestra charla con él, porque tiene que volver a su lucha por apagar el infierno en la tierra.

 

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