“Que no se oiga más el estruendo de las armas”, suplicó el Papa Francisco al mundo en su mensaje Pascual Urbi et Orbi. Hizo un llamado urgente para que se detengan los conflictos armados y se opte por el desarme como condición indispensable para alcanzar la paz.
Desde la logia central de la Basílica de San Pedro, y en un mensaje leído por Monseñor Diego Ravelli debido a su estado de salud, el Pontífice suplicó a la conciencia global en este Domingo de Pascua: “No más estruendos de armas. No más muerte. No más odio”.
En unas sentidas palabras de Resurrección, Francisco instó a los pueblos y líderes del mundo rechazar la lógica de miedo y la violencia, y a forjar un futuro basado en la solidaridad, la justicia y la reconciliación. “La paz no es posible sin un verdadero desarme”, expresó. Según indicó, la defensa de los pueblos no puede confundirse con una carrera desenfrenada hacia el rearme, que solo multiplica el sufrimiento.
La Pascua como esperanza viva y comprometida
El obispo de Roma mostró la Pascua como una promesa concreta de vida y transformación. “Jesús ha resucitado, el mal no tiene la última palabra”, explicó.
La victoria de la luz sobre las tinieblas —añadió— debe impulsar a la humanidad a actuar con responsabilidad. “Gracias a Cristo crucificado y resucitado, la esperanza no defrauda”, afirmó, advirtiendo que esa esperanza no puede ser pasiva ni ilusoria: es activa, valiente y comprometida con la historia y el dolor del prójimo.
Igualmente, se dirigió a los que sufren diciéndoles que sus lágrimas no son invisibles. “Sus gritos silenciosos han sido escuchados. Sus lágrimas han sido recogidas. ¡Ni una sola se ha perdido!”, declaró. Su mensaje se ofrece en un contexto donde el mundo está marcado por la guerra, el desplazamiento, la pobreza y la falta de respeto por los derechos humanos.
- Foto: Vatican News
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Clamor fin de los conflictos y ayuda humanitaria urgente
El Pontífice, alzó su voz en defensa de los más vulnerables que sufren las consecuencias de la violencia. Se refirió al caso específico de Gaza, Israel y Palestina, reiterando su llamado de alto el fuego, liberación de rehenes y envío de ayuda humanitaria urgente. Igualmente, mostró su preocupación por el antisemitismo creciente y por la comunidad cristiana de Gaza, duramente golpeada por la guerra.
En general, hizo un recorrido por todos aquellos países marcados por el conflicto en el mundo, pidiendo por la paz en Ucrania, por la reconciliación en el Cáucaso Meridional, por el cese del hambre y la violencia en Yemen, Siria y el Líbano, y por los pueblos de África que sufren agresiones continuas. Hizo especial énfasis en la crisis prolongada en Sudán, Sudán del Sur, y la persecución contra los cristianos en diversas regiones del continente.
Asimismo, evocó a Myanmar, golpeado por la guerra y recientemente sacudido por un terremoto, donde el anuncio de un alto el fuego ha sido una pequeña luz entre tanto dolor. En ese contexto, el Pontífice agradeció a los voluntarios que ofrecen ayuda en medio de la tragedia y pidió a la comunidad internacional a no ser indiferente.
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La dignidad humana como centro del mensaje pascual
Por otra parte, en su mensaje observó que “donde no hay libertad religiosa o libertad de pensamiento y de palabra, ni respeto de las opiniones ajenas, la paz no es posible”. Al condenar los ataques desmedidos a civiles, hospitales y escuelas, reiteró con firmeza que lo que está en juego no son meros “objetivos militares”, sino vidas humanas con dignidad, historia y esperanza.
“La lógica del miedo aísla, pero el amor abre caminos”, dijo al exhortar a los responsables políticos a redirigir sus recursos hacia la lucha contra el hambre y la promoción del desarrollo. Las verdaderas “armas de la paz” —dijo— son las que salvan, no las que matan.
Un Jubileo de reconciliación y liberación
Finalmente, el obispo de Roma enlazó el mensaje pascual al próximo Jubileo Ordinario de 2025, expresando su deseo para que esta celebración eclesial sea ocasión para liberar a prisioneros de guerra y presos políticos. Que esta Pascua –concluyó- nos recuerde que la vida ha vencido a la muerte, y que en Cristo resucitado hay una promesa de plenitud para todos. “Sólo Él puede hacer nuevas todas las cosas”, proclamó con fe.
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