Carolina Bacher Martínez es una laica argentina, doctora en teología pastoral por la Universidad Católica Argentina (2019), especialista en organizaciones Sociales (San Andrés, 2003) y Educativas (Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, 2003).
Además se dedica a la investigación sobre la Pastoral y la Teología Pastoral Latinoamericana en el Instituto Teológico Egidio Viganó de la Universidad Católica Silva Henríquez (Chile).
Tiene a su cargo dos proyectos de investigación en torno a las estructuras de la sinodalidad: Sinodalidad Mujeres y liderazgos, la interacción de los Consejos Diocesanos de la Arquidiócesis de Córdoba y participa del proyecto la renovación de las Iglesias locales con perspectiva sinodal.
Forma parte del cuerpo docente del curso global del curso global “Hacia una Iglesia constitutivamente sinodal”, organizado por varias instancias eclesiales del mundo, entre estos, el Centro de formación Cebitepal del Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño (Celam) y del que aún siguen abiertas las inscripciones de forma gratuita.
En este curso que comenzará el 2 de marzo de 2024, Bacher tiene la encomienda de profundizar en el tema “Parroquia, comunidad de comunidades”, por lo que indicó a ADN Celam que “la Iglesia a lo largo del siglo XX fue descubriendo cada vez más que las comunidades no son agregados de individuos aislados, sino que ya existen vínculos de sangre, de afinidad, de vecindad, laborales, culturales”.
Comunidad puertas abiertas
PREGUNTA.- ¿Cómo entender la parroquia comunidad de comunidades?
RESPUESTA.- Cuando hablamos de comunidades, es bueno recordar que nos referimos a comunidades de fe, esperanza y caridad, es decir, somos comunidad porque Dios nos hace comunidad a través del bautismo.
A esa presencia de Dios vamos correspondiendo en cada momento y en distintos contextos. Esas formas de corresponder son históricas, y podemos discernir comunitariamente a la luz del Evangelio que están llamadas a cambiar, porque ya no nos permiten vivir y expresar hoy el proyecto de Jesús.
En esto aportó el diálogo con otras disciplinas humanas y sociales. Este descubrimiento desafió a las parroquias en dos sentidos: en primer lugar, las comunidades cristianas descubrieron que hay aspectos transversales que le costaba abordar, y por eso se articularon con otras parroquias, movimientos o congregaciones. Ahí surgió la pastoral por zonas y por ámbitos.
En segundo lugar, descubrieron que en su territorio existen pequeñas comunidades ya constituidas: familias y grupos de familias; vecinos, red de comerciantes, organizaciones sociales, clubes de fútbol, grupos étnicos o migrantes. Y así asumió esas dinámicas humanas como punto de apoyo para el anuncio, para la oración, la lectura de la palabra, la celebración comunitaria y el compartir la vida cotidiana. A esto respondieron las comunidades eclesiales de base, entre otras experiencias.
Entonces, podemos decir que la parroquia es una comunidad entre otras comunidades diocesanas, al mismo tiempo que está conformada por pequeñas comunidades.
A su vez, quiere ser una comunidad de puertas abiertas para todo el Pueblo de Dios que peregrina por el barrio, constituyéndose como un santuario hacia el cual acercarse para compartir la fe en los momentos más dolorosos y alegres de la vida.
Y quiere estar en salida hacia la humanidad que vive y transita por las calles, con quienes quiere comprometerse por una sociedad sin excluidos, sin violencia y que viva en hermandad también con el ambiente. Para este proyecto buscar articularse con creyentes de otras denominaciones cristianas o de otras religiones.
Tradición latinoamericana
P.- Desde su experiencia como laica, docente, investigadora y teóloga, ¿cuál considera es el mayor legado que dejó la Asamblea Eclesial?
R.- La Asamblea Eclesial puede comprenderse como fruto del dinamismo propio de la Iglesia en América Latina y el Caribe, junto al proceso sinodal impulsado por el Papa Francisco para la Iglesia en el mundo. Es, al mismo tiempo, una experiencia y un texto.
La experiencia tiene el mérito de ubicarse en dicha tradición latinoamericana al buscar profundizar la reflexión de la V Conferencia. Y, al mismo tiempo, ha dado un paso más con respecto a las Conferencias Episcopales antecedentes: gracias a la tecnología, las consultas han llegado a más integrantes del Pueblo de Dios; y, gracias a la perspectiva sinodal la Asamblea estuvo conformada por las distintas vocaciones presentes en la comunidad eclesial, constituyendo una verdadera red de vínculos interpersonales que favorecen procesos de renovación.
Aún así, nos falta seguir profundizando en aquellas claves, temáticas y metodológicas, que favorecieron la conversión pastoral a lo largo del siglo XX. Pienso, por ejemplo, en el rol que desempeñó un estudio encargado a un equipo de sociólogos de Brasil sobre el perfil religioso de los latinoamericanos y que se presentó al comenzar la II Conferencia Latinoamericana en Medellín (Colombia). Me pregunto qué lugar le estamos dando en estos procesos sinodales a lo que pueden ofrecernos las otras disciplinas a nuestra reflexión pastoral.
Desde el punto de vista de los temas que han quedado plasmados en el texto de reflexiones y propuestas pastorales de la Asamblea Eclesial, considero que el título ya merece nuestra atención: concibe la sinodalidad de manera dinámica y en apertura hacia los demás, en especial, hacia las periferias económicas, sociales, ambientales y existenciales. Este es un gran aporte de América Latina a la reflexión de las demás regiones sobre la sinodalidad.
Si focalizamos en el eje de las parroquias, lo dicho se corrobora. La III Conferencia en Puebla (México) constituye un hito de la práctica y la reflexión sobre la comunión y la participación en la Iglesia, incluyendo la dimensión estructural.
Y esto está recuperado en los aportes: una apuesta por la sectorización en unidades territoriales menores (cf. AE* 149), la necesidad de generar estructuras para el trabajo en red (cf. AE 283), la promoción de la corresponsabilidad entre los bautizados y su organicidad a través de estructuras, como los consejos pastorales (cf. AE 302);
Asimismo todos aspectos que implican una revisión profunda del modo de ejercer la autoridad, para que se reconozcan y generen nuevos liderazgos alejados del clericalismo, tanto de ministros ordenados como de laicos, especialmente de mujeres (cf. AE 320).
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Llamados a la conversión
P.- Entre una Iglesia en salida, misionera y sinodal, ¿cuánto trecho falta para lograr este cometido?
R.- Las comunidades son muy diversas y, por lo tanto, los desafíos también lo son. Sin embargo, me interesaría subrayar algunos, que percibo como transversales.
En primer lugar, necesitamos avanzar hacia una sinodalidad responsable. El teólogo Pedro Trigo dice que los obispos reunidos en Medellín en la II Conferencia hicieron una propuesta responsable, porque no le pedían ni a la Iglesia ni a la sociedad, aquello que no estuvieran dispuestos a hacer ellos mismos. Entonces, creo que es muy importante referir a que hablar de sinodalidad misionera supone autoimplicarnos.
Si soy una teóloga, estoy llamada a preguntarme: ¿qué implica la sinodalidad misionera en el modo de hacer teología? De igual manera los demás. Y, a más responsabilidad, mayor urgencia de la pregunta. Entonces, imagino que los obispos se preguntarán: ¿qué implica la sinodalidad misionera en el modo de ejercer el ministerio episcopal? Cada una y cada uno está llamado a hacerse estas preguntas y a obrar de acuerdo a su discernimiento.
Más que decirnos unos a otros que tenemos que hacer, considero que es bueno ofrecer espacios de discernimiento orante para que se pueda dar ese proceso de conversión personal y pastoral. No será lineal, no será fácil, no será rápido, no será simultáneo en todas las comunidades: pero se inscribe en el horizonte del Reino y el Espíritu nos irá mostrando el camino y dándonos las fuerzas para transitarlo.
Los trayectos formativos constituyen el segundo desafío. En mi opinión, es necesario ensayar las transformaciones sinodales de la formación pastoral: de los ministerios ordenados y laicales; de la vida consagrada; de los laicos.
Resultará difícil lograr acuerdos, pero es necesario acordar lo mínimo que nos permita modificar las prácticas de formación pastoral. Como bien refiere el criterio aplicado en el Concilio de Jerusalén (50 d.C.): “El Espíritu Santo, y nosotros mismos, hemos decidido no imponerles ninguna carga más que las indispensables” (Hch 15,28).
Ante la agenda de las nuevas generaciones que nos interpelan, ¿qué es lo mínimo a sostener? ¿qué es lo que podemos dejar, aunque haya hecho mucho bien a las generaciones antecedentes, entre las que nosotros mismos nos encontramos?
«nos contó una señora en un barrio popular de Buenos Aires: somos un guiso, estamos todos en la misma olla… capaz que la sinodalidad tenga sabor a guiso».
Ambigüedad de la historia
P.- ¿Cómo traducir el término sinodalidad más allá de afirmar “caminar juntos”?
R.- Considero que la pregunta se puede desdoblar en dos. En primer lugar, es necesario seguir profundizando en los fundamentos de la sinodalidad. Constatamos en la Síntesis de la Asamblea Sinodal 2023, que en varios puntos teóricos no hay acuerdo y se pide mayor clarificación conceptual. Creo que es un aspecto importante.
Sin ánimo exhaustivo podría decir que sinodalidad denota diversidad del Pueblo de Dios, comunión en el Espíritu, comunicación, participación orgánica, discernimiento evangélico, descentralización, liderazgos, redes, vínculos recíprocos, procesos de conversión, estructuras.
En segundo lugar, considero que es importante ampliar el interrogante y preguntarnos cómo serlo, es decir, profundizar en las mediaciones que nos permiten pasar de una Iglesia poco sinodal a una Iglesia más sinodal, y quiero subrayar los dos adjetivos -poco y más-, ya que, en términos prácticos, no existe la nada y el todo, sino la ambigüedad de la historia.
Ahora bien, al mismo tiempo, de acuerdo a las culturas, puede haber distintas modalidades de experimentar la sinodalidad. Por eso vuelvo al punto de que los acuerdos necesitan concentrarse en lo mínimo: cada uno buscará vivir la sinodalidad a pleno, pero como la comprendemos, la experimentamos y la promovemos de diversas maneras según nuestras tradiciones culturales.
Los acuerdos necesitan focalizarse en aquello que sea inclusivo de la mayoría, en especial, de aquellos que están o se sienten excluidos: ¿de quiénes nos haremos más próximos? El Espíritu suscita al mismo tiempo la diversidad y el entendimiento recíproco, pero no una homogeneización.
Lenguaje simbólico
P.- Se ha detectado un fenómeno en algunas parroquias, la gente no tiene la mínima idea de la sinodalidad, ¿cómo se podría corregir los flujos informativos para que a la parroquia más remota llegue el mensaje con claridad?
R.- Si bien acuerdo con la descripción es una pregunta compleja y la respuesta requeriría de una investigación empírica comparada. El ruido en la comunicación puede darse por distintos factores. En un grupo de diez personas en una asamblea sinodal sobre la evangelización, tres de ellas no sabían qué significaba la palabra Kerigma.
Lo más probable es que sepan cuál es su contenido, pero no conocen la expresión. Con esto quiero expresar que considero que el problema es más amplio que la comunicación puntual sobre la sinodalidad. Y, en último término, no me importaría mucho si cuando les consultamos sobre la experiencia de lo que connota la sinodalidad, esas personas lo estuvieran viviendo en sus comunidades, aunque no identificaran el término.
Esto significa que necesitamos corrernos de un imaginario ilustrado del cristianismo y reconocer que el Pueblo de Dios, en su gran mayoría, más que conceptual es simbólico.
Entonces pienso que Francisco tiene razón: más que hablar de sinodalidad podemos referirnos a un poliedro y, sobre todo, mostrarlo. Y quizás, también a nosotros mismos, esa contemplación nos enseñe algo sobre la sinodalidad.
Como nos contó una señora en un barrio popular de Buenos Aires: somos un guiso, estamos todos en la misma olla… capaz que la sinodalidad tenga sabor a guiso.
*AE: Texto Asamblea Eclesial
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