Por Manuel José Jiménez R Pbro. /Miembro del laboratorio de catequesis del CELAM
El directorio de catequesis cuando habla de la catequesis no sólo en el contexto de nueva evangelización, sino también al servicio de la nueva evangelización, señala tres características en ella: Catequesis en salida misionera, catequesis en el signo de la misericordia y catequesis como laboratorio de dialogo. Sobre este último dice: En el tiempo de la nueva evangelización, la Iglesia desea que también en la catequesis se adopte este estilo de dialogo propio de Jesús en cada uno de sus encuentros con las personas. Y sobre ello afirma: “La catequesis eclesial es un autentico laboratorio de diálogo, porque en lo más profundo de cada persona, se encuentra con la vitalidad y a la vez la complejidad de los deseos y búsquedas, las limitaciones e incluso los errores de la sociedad y de la cultura de nuestro mundo” (DC 54).
Para describir este mundo que solicita una catequesis a modo de laboratorio, habla del contexto urbano y del contexto rural, pero dejando claro que los limites entre uno y otro en muchos de nuestros países es muy difuso, hasta el punto de decir que casi toda la realidad hoy es urbana. No sólo porque la gran mayoría de la población hoy viva en ciudades, sino, y por, sobre todo, porque prima en todos lo urbano como cultura. Y denomina esta cultura como cultura de la complejidad, del pluralismo, del debate, de mentalidad científico-técnica y de cultura digital.
De este modo llega a decir que la catequesis como laboratorio de dialogo se justifica en principio por tres razones. Primero, inspirada en la pedagogía de Dios, sirve al diálogo de salvación entre Dios y cada uno de nosotros. Segunda, porque acompaña la vida humana en su amplia diversidad, riqueza, complejidad y apertura. Y tercero por el contexto urbano de hoy.
Dada la inspiración de la pedagogía de Dios para la catequesis, las condiciones y cultura propias de las ciudades de hoy, la realidad propia del habitante urbano y de la pedagogía catecumenal, es que el CELAM propone como reto a la catequesis en el continente que se configure y modele a modo de un laboratorio.
El desafío es doble:
– Como fue dicho, que la catequesis se modele a modo de un laboratorio.
– Que todas las estructuras y organismos a nivel nacional, local y parroquia, incluyendo los centros de formación de catequistas se modelen como un laboratorio.
En síntesis, esta forma de laboratorio es la forma que ha de tomar la catequesis en la ciudad y su cultura. Más cuando este mundo cultural es fragmentado, flexible, liquido, incierto y de la innovación. Es una sociedad cansada de respuestas hechas e inamovibles. Es una sociedad del descubriendo, abierta a la novedad y de mentalidad flexible.
Una forma simbólica y adecuada de decir todo esto lo encontramos en la parábola del vino y la copa del estudioso María Corbí:
“Todo nuestro mundo humano, el de cada época y el de cada cultura es la copa donde viene el vino sagrado de la religión. Nuestras maneras de pensar, sentir y vivir las realidades, nuestras maneras de concebir y expresar las cosas, nuestras formas de comportamiento, organización y trabajo son la copa donde llevamos y podemos beber el sagrado vino. En esa copa lo bebemos y lo damos a beber».
Cada forma de vida es una copa, por tanto, a diversas culturas, diversas copas. Hay tantas formas de presentarse los hechos religiosos como culturas. El vino siempre viene en copa. No se le puede ni recibir ni beber o entregar a otros más que en copa. Pero el vino no es la copa. El vino no tiene forma, su forma es siempre la de la copa. Toda forma es de la copa, no del vino. Quien se adhiere a las formas porque ama al vino, no comprende la manera de ser del vino y confunde la copa con el vino. El vino, con ello, queda indisolublemente ligado a unas formas culturales, excluyendo cualquier otra.
Iniciarse a los hechos religiosos es aprender a discernir entre el vino y la copa; es aprender a gustar la sutileza del aroma y del sabor del vino que siempre se bebe en copa pero que no es ninguna de las copas en las que se ha vertido.
La iniciación religiosa consiste en aprender a sutilizar las facultades hasta llegar a reconocer la finura del vino. Solo cuando se aprende a gustar el vino se llega a saber que no es la copa, aunque esté contenido sólo en las copas que tenemos en nuestras manos.
Lo que recibimos en copas construidas con patrones agrarios, autoritarios, patriarcales, sacerdotales, clericales, preindustriales y estáticos, hemos de verterlo en las copas que hoy realmente existen y que todos los indicios señalan que serán las únicas que existirán durante un largo periodo de tiempo: copas construidas con patrones científicos, tecnológicos, industriales, democráticos, laicos y dinámicos.
No perder ni una gota del vino que nos legaron nuestros antepasados; pero no guardándolo en lugares puros y retirados de las sociedades industriales en continua transformación, sino para darlo a beber a los seres humanos que realmente existen en las calles de nuestras ciudades industriales y laicas”. (María Corbí, Religión sin religión, PPC Madrid 1996).
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