Padre Francisco “Chico” Hernández es el director del Centro de Programas y Redes de Acción Pastoral del Celam (Ceprap). Participó toda esta semana del XXI Encuentro Latinoamericano de Pastoral Juvenil que concluye hoy Asunción, Paraguay, y nos compartió sus impresiones sobre lo vivido, la palabra del Papa Francisco, qué se lleva en su mochila para repartir en sus ambientes.
Pregunta: ¿Qué balance hace luego de esta semana tan intensa, variada y en clave de juventud continental, en alto compromiso eclesial y discernimiento comunitario sobre las realidades de sus países que se vivió en Asunción?
Respuesta: Un balance muy positivo. Estos chicos y chicas tienen un gran sentido de la fiesta, de saber que están viviendo una fiesta de Dios en ellos: la alegría de encontrarse con Jesús, de generar esta cultura del encuentro aun ante el hecho de que son de países distintos, culturas distintas, etnias distintas.
Han logrado ir construyendo un espacio de comunión disfrutando de la alegría de su juventud, de la alegría de todo ser humano —que ninguno deberíamos perder— pero que ellos la tienen a flor de piel, despierta, es una actitud permanente que hay en ellos.
El encuentro con el otro que es distinto no es solo un encuentro casual sino que es para comprender, para “compasionar” con el otro, con él o con ella, y entrar en las dinámicas de aprender a captar la fuerza de Dios que hay en él y caminar juntos. Los veo con mucha disposición para caminar juntos, para ser iglesia sinodal, para ser sembradores de esperanza. Y, aunque no siempre tienen todas las certezas —no es que tienen toda la claridad del mundo—, hacen un esfuerzo permanente por confiar en el Señor. Lo hacen con estilo de experiencia abrahámica, de carácter exodal, en la que confían en Dios, creen en Dios para caminar sabiendo Él camina con ellos y con ellas. Hacen un esfuerzo conjunto, van descubriendo las rutas y haciendo los hitos necesarios para construir esa tierra prometida permanentemente.
Veo también muy positivo la disposición al trabajo, a la entrega al servicio, a la búsqueda de “por dónde es la cosa”, hacia dónde nos quiere llevar el Señor, cuál es la fuerza del Espíritu que nos impulsa hacia dónde. También los veo con mucha disponibilidad para la articulación, para realmente vencer todo individualismo y vivir la fraternidad.
Otra cosa que me parece muy positiva es cómo celebran la fe, el encontrarse con Jesús los llena de pasión, de entusiasmo, de ganas de disponerse para el compromiso.
P: ¿Cómo fue convivir con la espiritualidad (expresiones y relación con Dios) joven, qué le sorprendió, qué vio de notable, qué le gustaría llevar al mundo “adulto” de la fe para dar aire fresco a los ambientes eclesiales del continente?
R: Pienso que toda espiritualidad tiene una jovialidad, una lozanía que nos hace sentir habitualmente llenos de fuerza y de ganas de realizar la acción de Dios en medio de la historia. Pero particularmente estos jóvenes experimentan una espiritualidad de la alegría, ellos saben disfrutar, gozar de la vida, del segundo, del minuto de su trabajo, de los espacios de recreación, de lo lúdico, de relacionarse con el otro, convierte cada momento casi en danza. Es una espiritualidad muy bonita porque los dispone para el cambio, sabiendo que hay que entrar en conversión permanente, uno no siempre está acabado ni totalmente elaborado, que hay que replantearse horizontes, ponerse en búsqueda, no hay que estacionarse sino ser dinámico, estar en salida. Es una espiritualidad de la comunión, del compromiso con el otro, de mirar en el otro no tanto lo que hace sino quién es, que se trata de una persona y que toda persona merece ser amada y también merece amar. Una espiritualidad de estar en camino, estar en salida para realizar la misión juntos, buscando la participación de todos reconociendo las limitaciones para saber hasta dónde están sus capacidades, encontrando articulaciones en las comuniones, la posibilidad de fortalecer la limitación y están dispuestos a las novedades.
P: “Los animo a aferrarse fuerte de sus raíces e ir adelante sin miedo. Busquen la unidad entre todas las diferencias. Trabajen por la justicia que hace a la paz efectiva y duradera, edifiquen el bien común y fecunden la felicidad de la Patria Grande que conforman los pueblos latinoamericanos para seguir acrecentando el Reino de Dios”, dijo el Papa Francisco a los jóvenes reunidos en Asunción en su carta. Su reflexión, por favor.
R: Esa propuesta del texto del Santo Padre a los jóvenes me parece un texto maravilloso. Es un grandioso itinerario de vida, una forma de dimensionar las bienaventuranzas en un aquí y en un ahora. Lo que nos regala el Papa es un camino para construir la civilización del amor, para pasar de la conceptualización de la palabra al hecho en la construcción permanente. Se resaltan aspectos que son fundamentales para hacer un camino.
Un primer aspecto que el Papa deja entrever ahí es el sentido de la identidad, el sentido de pertenencia, nos invita a valorar sus raíces, a considerar su historia, a mirar el pasado con alegría, con esperanza y aprender de ahí a sacar las lecciones aprendidas y aprender también de los errores para replantear mejor las cosas. Entonces ahí hay un primer elemento importante: el valor de la memoria histórica, el valor de cada cultura, de cada territorio, de todo eso que –de alguna manera– me ha ayudado a que yo sea yo y en mi relación con los otros. Pienso que con la naturaleza, con la casa común, el Papa nos regala ese valor de la identidad y la pertenencia en el trabajo comunitario, en la construcción de la comunidad.
El otro aspecto que me gusta de este itinerario es la valentía. Los jóvenes son muy disponibles para el riesgo, para entrar en la aventura, para dejarse llevar hacia los descubrimientos de posibilidades nuevas, lanzarse, a veces sin medir las posibles consecuencias. Ellos y ellas caminan, siempre buscando realizarse no sin temor, venciéndolo para dejarse conducir por la esperanza. El Papa les regala un segundo elemento: ser valientes, con la capacidad que tienen ellos para desinstalarse, para ponerse como iglesia en salida, para caminar juntos, para generar comunión, invitando a todos a la participación, extendiendo la tienda para que todo ser humano encuentre en ella un espacio para caminar con otros, sabiendo que el reino es la meta y que –al mismo tiempo– es camino porque vamos generando símbolos del reino durante el proceso histórico y al mismo tiempo tenemos al reino como horizonte. El Papa los invita a ese desafío y les da algunas dinámicas propias del reino: ser constructores de paz ante la diversidad de violencias que tenemos hoy día, una violencia muy significativa contra nuestra hermana y madre la tierra; el Papa ve también una profundidad en los jóvenes y las jóvenes con el cuidado de la casa común.
Otro valor muy significativo: los invita a luchar por la justicia, el mínimo necesario del amor, a considerar aspectos de empoderamiento, de participación en las decisiones que una comunidad debe asumir para construirse como comunidad, para construir un país, para hacer un proyecto país, para participar políticamente en el sentido de la construcción del bien común y que todos nos sintamos responsables y que los jóvenes sientan que ellos tienen que tomar ahí un papel protagónico también.
También los invita a construir unidad respetando las diferencias, no queriendo anular la diferencia sino al contrario: saber caminar con las diversidades, con los diversos, con los distintos, con los que no son igual a mí pero que también son personas, son seres humanos, que quieren ser amados, que quieren amar, que quieren ser comunidades, que anhelan ser recibidos en la comunidad como toda persona, no importa su cultura, su etnia, su historia. Lo importante es que todos somos personas y construyamos una gran fraternidad universal donde todos podamos sentirnos hermanos aun sabiendo que todos somos pecadores. Porque si esperamos a construir la fraternidad sobre la base de que ninguno de nosotros es pecador no vamos a tener fraternidad nunca. Creo que la clave está en eso: en poder construirnos fraternalmente aun sabiendo que todos tenemos algunas limitaciones, pero –sobre todo– que todo ser humano es persona, que todo ser humano tiene un valor para Dios porque es su hijo y es su hija del cual Él se siente maravillosamente feliz de haberlos creado, a cada uno de nosotros, aun sabiendo que en cada uno de nosotros puede haber algo que nos deshumanice. Él confía que con su ayuda podemos ir haciéndonos cada vez más humanos.
Nos invita además a construir el bien común: que todos tengamos las mismas posibilidades para desarrollar nuestras capacidades y nuestras potencialidades.
Nos invita a ser felices pero viendo felices a todos: no mi felicidad a costa de la felicidad de otro, una felicidad compartida, en comunión, en la fiesta de todos. Se trata de una felicidad construida sobre la base de que todos nos amamos mutuamente, o que queremos amarnos, hacemos ese esfuerzo por construir una sociedad equitativa, solidaria, justa, fraterna, donde todos podamos encontrar la realización y sonriamos como seres humanos plenamente realizados.
El Papa nos regala el proyecto de la Patria Grande. Ahí tenemos toda una significación de lo que es un anhelo para la América Latina y el Caribe de construirnos desarrollos más equitativos, más justos, con más igualdad de condiciones, donde todos puedan encontrar una razón de ser para su historia, para su vida, para su país.
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