En el marco del Congreso de Universidades Iberoamericanas que se celebra en Río de Janeiro, la mesa redonda “El camino a seguir: de Río a Belém” conversó en torno a la urgencia de repensar modelos de desarrollo, recuperar las voces de las periferias y articular una incidencia efectiva en la agenda climática global desde el Sur.
Moderada por María del Pilar Barba Buscalia, de la Universidad de Chile, la mesa contó con las intervenciones de Mauricio López, director del Programa Universitario Amazónico (PUAM) y vicepresidente de la Ceama; Christopher Ljungquist, director del Comité de Justicia y Paz Internacional de la USCCB (Conferencia Episcopal de EE.UU.); y Federico Montero, profesor y dirigente del Consejo Nacional de Docentes Universitarios de Argentina.
Del diagnóstico a la acción
Mauricio López propuso una lectura histórica y crítica del camino recorrido desde la Cumbre de la Tierra de 1992 hasta hoy. Recordó la Carta de la Tierra y el espíritu de la Río+20 como antecedentes que siguen siendo “deuda pendiente”, especialmente en lo que llamó una “ruptura epistemológica necesaria”.
López advirtió que la simulación de participación sigue siendo una herida abierta para los pueblos indígenas y las organizaciones de base: “Llegamos a las cumbres demasiado tarde, cuando las decisiones ya están tomadas”.
Para López, el rol de las universidades es valioso: “Son interface entre las bases territoriales y los espacios de decisión”. También mencionó que se necesita una opción firme por las periferias, donde el Papa Francisco ya dio el mapa en los capítulos 5 y 6 de Laudato Si’.
Construir puentes entre la doctrina social de la Iglesia y el poder político
Desde la perspectiva del centro político global, Christopher Ljungquist compartió la experiencia de la Conferencia Episcopal de EE.UU. en su labor de incidencia ante el gobierno de su país.
“La función principal que tenemos es crear esos puentes con los políticos estadounidenses y políticos de alrededor del mundo para poder hacer llegar la doctrina social de la Iglesia a la cúspide de la estructura política”, explicó.
Sorprendió al relatar que incluso durante la administración Trump hubo una apertura significativa a dialogar sobre temas ambientales desde una perspectiva ética: “La verdad es que el poder de la doctrina social de la Iglesia, el mensaje fundamental de solidaridad,del cuidado de la casa común, sí que tiene resonancia con la alta con la cúspide del gobierno estadounidense”.
Educación, justicia social y deuda ecológica
Federico Montero, desde Argentina, llevó al centro del debate la mirada del mundo sindical universitario. En su intervención señaló desde su perspectiva se debe socializar el debate ecológico y articularlo con los derechos sociales, donde el Papa Francisco ha logrado interpelar a sectores no creyentes porque ha devuelto el problema ecológico al corazón de la cuestión social.
Montero propuso que una parte de la deuda ecológica sea saldada a través del financiamiento de la educación, especialmente la educación superior, como derecho colectivo. Recordó experiencias concretas como los fondos de regalías del Presal en Brasil, o el canje de deuda por educación implementado en otros momentos históricos.
“Creo que el mayor aporte que podríamos hacer, desde la experiencia de la disputa, de la experiencia de la construcción de demandas colectivas, es articular en términos de propuestas concretas que nos permitan incidir en la dinámica de la discusión real”, manifestó.
Hacia la COP desde las periferias
Mauricio López, recuperando el valor simbólico del camino hacia Belém, alentó a ver este espacio, como lugar de encuentro, pero teológico y político de reubicación de los excluidos: “Para los creyentes, Belém significa periferia. Significa ubicarnos en medio de los gritos concretos para ser parte”, expresó.
Desde su experiencia amazónica, denunció la continua simulación de participación en las cumbres climáticas y exhortó a las universidades a asumir un rol más firme: “No basta el maquillaje verde ni las reformas institucionales pasajeras. La transformación necesita una ruptura epistemológica real”, advirtió, mencionando iniciativas interuniversitarias de base como el Programa Universitario Amazónico (PUAM) que acompaña procesos territoriales en varios países de la región.
La Iglesia como conexión entre periferia y poder
Por su parte, Christopher Ljungquist aportó la mirada desde el centro geopolítico global. Afirmó que la Iglesia posee una ventaja institucional única: “Puede conectar la periferia con el centro. No para hablar en su nombre, sino para que la periferia hable por sí misma ante los que detentan el poder”.
Ljungquist resaltó la experiencia de incidencia directa con el gobierno estadounidense en ciclos anteriores, incluso en contextos adversos, y confió en que el Papa León XIV, el primer pontífice norteamericano, puede ser un actor principal para articular ese puente. “Ha vivido en las periferias, puede hablarle al centro con autoridad”.
Educación como puente intergeneracional y transformador
El académico argentino Federico Montero, centró su intervención en el poder transformador de la educación como política pública: “La educación es un puente… un puente de inclusión, un puente intergeneracional”, dijo, a tiempo de recordar que es un instrumento concreto para saldar la deuda social que también es una deuda ecológica, expresó.
Montero advirtió sobre el riesgo de convertir las demandas educativas en reclamos corporativos y llamó a construir una agenda de incidencia que articule la participación comunitaria con políticas concretas.
Propuso como ejemplo que parte de los compromisos asumidos por los países del Norte respecto a su deuda ecológica se traduzcan en financiamiento directo para la educación superior en el Sur global, donde lo importante no es solo llegar a la COP con acuerdos, es llegar habiendo recorrido un camino colectivo y transformador. Concluyó, citando al cantautor argentino Fito Páez: “Lo importante no es llegar, lo importante es el camino”.
El rol de las universidades
Cada panelista propuso una frase que sintetizara lo que debería quedar como legado de las universidades iberoamericanas en la declaración de la COP30. Mauricio López habló de una “ecología integral comprendida desde la territorialidad y la interdimensionalidad”. Citó a Teilhard de Chardin: “Cada elemento del cosmos está entretejido con todos los demás. Es imposible romper esta red”.
Christopher Ljungquist evocó la frase escuchada en la mesa de la mañana: “Donde los pies no pisan, el corazón no siente”, para insistir en que la incidencia debe partir de la realidad concreta y no de ideas abstractas: “La Iglesia tiene la capacidad de cerrar esa brecha entre la idea y la realidad”, afirmó.
Asimismo, Federico Montero planteó que la Iglesia puede ser el ámbito que tiende la mesa para un nuevo pacto global: “Entonces, creo que poder incidir en la COP con un renglón que diga que parte de esa deuda ecológica la tienen que destinar los países deudores, que son los del norte, con los países acreedores, que somos los del sur en iniciativas que garanticen un porcentaje de financiamiento a la educación y en particular la educación superior, entendiéndola como un derecho social, con un derecho colectivo; y que cada uno de los países se comprometa a llevar acciones nacionales en ese sentido, que son las dos dimensiones en las que operan los compromisos en la COP, las dimensiones globales y las dimensiones que asume cada país, podría ser una propuesta que podríamos trabajar”.
La mesa redonda dejó en evidencia la necesidad de un giro profundo en la manera en que se abordan los acuerdos climáticos internacionales. Las universidades, como espacios de pensamiento crítico, acción pedagógica y vinculación territorial, tienen una responsabilidad insoslayable. Belém se perfila como sede de la COP30, pero, sobre todo, será un símbolo de una nueva centralidad para las voces y saberes del Sur, que ya no pueden ser ignorados.
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