Hemos llegado al tercer domingo de Adviento y Juan el Bautista está en el centro del Evangelio que hemos escuchado hoy, él es el “testigo” por excelencia. Al inicio leemos una estrofa del grandioso “prólogo” de San Juan, el célebre canto “el Verbo que se ha hecho carne, ha puesto su tienda en medio de nosotros”. Y hay una frase temática que se repite siempre: “Juan vino como testigo, para rendir testimonio de la luz… Él debía dar testimonio de la Luz.
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Y la respuesta que el Bautista da sus contemporáneos sobre su identidad, está implícita de una frase: Él confesó y no negó, y confesó: Yo no soy el Cristo. Juan a los ojos del Evangelista San Juan, es por excelencia “el mártir”, es decir “el testigo”, como se dice en griego. Este motivo se viene retomado con insistencia en otros pasajes bíblicos y llega a ser como el emblema del bautista y de toda su vida.
Quedémonos entonces sobre esta palabra que el Nuevo Testamento que aplicará también al cristiano, incluso al mismo Cristo, “el testigo fiel” en el libro del Apocalipsis; al Espíritu Santo, en el Evangelio de San Juan y al Padre: “También el Padre me da testimonio”.
El significado original de esta raíz griega designa a la persona que recuerda y de su recuerdo trae conocimiento, amor, pasión por el hecho recordado, tanto que se debe comunicar a los demás. Y puesto que el término entra en el ámbito judicial, sobre todo en el mundo oriental, en el testimonio oral, el falso testimonio, es un crimen gravísimo, porque su palabra matará a un inocente.
Dar testimonio
En el ámbito cristiano “el mártir” no sólo es un testigo en un proceso judiciario o judicial, sino es aquel que se alinea totalmente con Cristo atestiguando su divinidad al mundo. Esta decisión lleva a menudo a una revolución en la propia vida, hasta el punto de dar testimonio con la propia sangre.
Al respecto, luminosa es la figura de San Esteban que después de haber testimoniado en un proceso ante el Sanedrín, llega a ser testigo – mártir con la lapidación como lo leemos en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Juan el Bautista sin reserva da testimonio, manifiesta su adhesión a “uno que viene detrás de él, a quien él no es digno de desatarle la correa de sus sandalias”, que quita el pecado del mundo y que bautiza con Espíritu Santo. Y que muere “mártir” dando “testimonio de la Luz”.
Jesús es el gran acusado contra quien se lanza el falso testimonio del “príncipe de este mundo”, del príncipe de las tinieblas, del príncipe del mal. Pero a favor de Él se levanta también el testimonio del Padre, de las Sagradas Escrituras, del Espíritu, de las obras que Él realiza, de su misma persona y finalmente de Juan el Bautista.
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Seamos precursores
Juan el Bautista encarna también el testimonio de todos los creyentes que proclaman su fe en Cristo “luz del mundo,” “vida de aquellos que creen en Él y lo siguen. En el rostro de Juan el Bautista se puede mirar como en un espejo todos los fieles que aman a Cristo.
En la primera carta de San Juan evangelista el verbo testimoniar y confesar usados por el Bautista, vienen aplicados al cristiano “Nosotros mismos hemos visto y damos testimonio que el Padre ha enviado a su Hijo como Salvador del mundo. Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios”. De frente a Juan el Bautista, testigo de Cristo, re-encontramos también nosotros la capacidad de ser “precursores” de Jesús ante nuestros hermanos. No somos nosotros sino es Cristo quien tiene que brillar, prevalecer.
Y oremos como el Obispo Helder Camera: “Haz de mí, oh Dios, un arco iris del bien, de esperanza y de paz. Arco iris, que por ninguna razón anuncie bondades engañosas, esperanzas falsas, superfluas y una falsa paz. arco iris, de anunciar que jamás fallará el amor del Padre, las gracias de Cristo y la maravillosa acción del Espíritu del Señor.
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