El llamado de Francisco a suscribir y asumir el Pacto Educativo Global (PEG) es una oportunidad para dar un verdadero ‘giro copernicano’ en la educación coherente con la Buena Nueva del Divino Maestro: Jesús. Hay que volver a poner en el centro del proceso educativo a la persona e identificar la función educadora de la familia, como propone el PEG.
Es muy significativo que nuestros colegios, institutos y universidades, así como la educación popular sean bien gestionados y ofrezcan un servicio de calidad, particularmente a aquellos que provienen de familias con bajos recursos y viven en situaciones de vulnerabilidad.
Asimismo, la Iglesia latinoamericana y caribeña ha expresado su preocupación frente a los modelos educativos que ponen su foco solo en la eficiencia, esto es, “en la adquisición de conocimientos y habilidades, y denotan un claro reduccionismo antropológico, ya que conciben la educación preponderantemente en función de la producción, la competitividad y el mercado” (DAp 328).
Cuando se cumplen 60 años del inicio del Concilio Vaticano II, es un buen momento para volver a las fuentes: “Todos los hombres, de cualquier raza, condición y edad, por poseer la dignidad de persona, tienen derecho inalienable a una educación que responda al propio fin, al propio carácter, al diferente sexo, y acomodada a la cultura y a las tradiciones patrias, y al mismo tiempo, abierta a las relaciones fraternas con otros pueblos, para fomentar en la tierra la unidad verdadera y la paz” (Declaración sobre la Educación Cristiana de la Juventud. Octubre, 1965).
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