“Joshropaij CELAM mu’ dye ra’ Jen ñibe’jinak”. Es el saludo en lengua tsimane que Gladis Montesinos, una religiosa carmelita misionera, encarnada en la Amazonía boliviana, dedica al Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) para agradecer y bendecir la oportunidad de poder recoger su testimonio en El Palmar, una zona del departamento de Beni (Bolivia), que ella misma ha bautizado como su paraíso terrenal, porque “me deleita con sus paisajes, hermosura de su cielo y un verde que refleja la vida abundante”.
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No obstante, en medio de esta beldad selvática también se esconde “el crimen y la injusticia” contra los pueblos originarios.
Como cuenta de rosario –en misterio doloroso–, la hermana Gladis hace un inventario de cada uno de los flagelos que ha debido enfrentar para proteger la vida de las comunidades originarias: “Indígenas en completo abandono, sin carné de identidad, alejados y distantes; sus bosques deforestados, casas quemadas, asesinatos impunes, territorios avasallados, mujeres abusadas sexualmente, sin agua, sin acceso a la educación, a la salud, sin justicia”.
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En defensa de sus derechos
Por ello, considera que estas comunidades están al borde de un etnocidio y la mejor forma de encarar estos ‘demonios’ es el Evangelio, porque “este no puede estar fuera de la vida de las personas y, por ende, los derechos humanos son la columna vertebral del Evangelio”.
Desde entonces, la religiosa, oriunda del Perú, ha asumido la defensa de los derechos de los tsimanes “completamente vulnerados”, incluso “estoy intentando aprender su idioma, porque creo que es una necesidad vital para poder escuchar sus necesidades su vida, sus sueños y esperanzas”.
Recuerda que una de sus hermanas de comunidad a guisa profética le dijo: “Gladis, parece que es voluntad de Dios tu deseo de compartir plenamente la vida de los pequeños del Reino”.
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