En esta entrevista con ADN Celam, el fraile Kasper Kapron nos guía a través de los orígenes del pesebre viviente, una de las tradiciones más entrañables de la Navidad, creada por San Francisco de Asís en 1223. También es una propuesta para reflexionar sobre el simbolismo que encierra, su impacto en la fe cristiana, y cómo ha evolucionado a lo largo de los siglos para adaptarse a las diversas culturas del mundo.
Originario de Cracovia, Polonia, el franciscano Kasper Karpon nos cuenta que esta representación del nacimiento de Jesús sigue siendo un instrumento de evangelización y una invitación a vivir los valores del Evangelio, como la humildad, la sencillez y el servicio a los demás.
Fray Kapron recibió la primera formación humana, cristiana y franciscana en su natal Cracovia, luego estudió en Italia (Roma) donde realizó el doctorado en la Sagrada Liturgia. Desde el año 2011 es misionero en Bolivia. Trabajó en el oriente boliviano (entre los chiquitanos y guarayos). Luego, por varios años fue maestro de los profesos temporales y docente de la Facultad de Teología en Cochabamba. Actualmente vive en Tarata, cerca de Cochabamba, como el guardián de la comunidad franciscana.
Origen del pesebre
Pregunta: ¿Cuál es la importancia histórica del primer pesebre viviente que realizó San Francisco de Asís en 1223?
Respuesta: El “Belén” es un elemento destacado en las iglesias e incluso en las casas durante la temporada navideña. Pero solo pocos saben que el primer belén de la historia fue inventado en 1223 por San Francisco de Asís. El Santo para celebrar el nacimiento de nuestro Señor, quiso recrear la experiencia de la primera Navidad.
Su inspiración llegó después de viajar a Tierra Santa y ver el lugar exacto del nacimiento de Jesús. Francisco no hizo el pesebre con estatuas dentro de una iglesia, sino lo hizo con verdaderos animales en un humilde establo en la cima de una colina. Para recrear la atmósfera del nacimiento evangélico de Cristo en la soledad de un pobre corral, el Pobrecillo había hecho celebrar la misa sobre el pesebre y no sobre la mesa consagrada dentro de una iglesia. En este modo, el Poverello de Asís en Greccio quiso contemplar la concreción de la Encarnación, es decir, la sencillez, la pobreza y la humildad del Hijo de Dios, que se nos dio a sí mismo con sumo amor.
Esta misma dinámica la encontramos en la contemplación de la Eucaristía. La pobreza del nacimiento del Hijo de Dios y la pobreza de ese trozo del pan, que es la Eucaristía: todo aquello tuvo un gran impacto en San Francisco y fue un elemento particular que quiso celebrar en Greccio del 1223.
“Francisco quiso hacer memoria de aquel Niño que nació en Belén”
El fraile franciscano y biógrafo del Santo, Tomás de Celano, narra con estas palabras este acontecimiento: “Francisco quiso hacer memoria de aquel Niño que nació en Belén, y de alguna manera contemplar con ojos corporales sus sufrimientos infantiles; cómo yacía en un pesebre sobre el heno, con el buey y el asno a su lado…Allí se honró la sencillez, se exaltó la pobreza, se elogió la humildad; y de Greccio se hizo como un nuevo Belén. La noche estaba iluminada como el día, y era deliciosa para los hombres y las bestias… [Francisco] estaba ante el pesebre, lleno de suspiros, sobrecogido de ternura y lleno de maravillosa alegría. Las solemnidades de la Misa se celebraron sobre el pesebre, y el sacerdote disfrutó de un nuevo consuelo.”
Según San Buenaventura, también ocurrió un milagro esa noche y alguien se dio cuenta de que San Francisco sostenía al Niño Jesús: “Un soldado valiente y veraz… afirmó que vio a un Niño maravillosamente hermoso, durmiendo en el pesebre, a quien el bienaventurado Padre Francisco abrazó con ambos brazos, como si quisiera despertarlo de su sueño.”
La escena fue impactante para todos los presentes y enfatizó la pobreza en la que nació Jesús.
El camino a la tradición actual
P.: ¿Qué elementos originales de aquel primer pesebre han perdurado en la tradición actual?
R.: La Nochebuena de Greccio fue precursora, en buena medida, de una tradición “belenista” que, a día de hoy, puede ser que es la única huella cristiana de la Navidad fuera de los templos. Vivimos un consumismo desenfrenado, sin embargo, en medio de todo esto, los belenes no solo sobreviven, sino que crecen en cantidad y calidad. Con sus estilos tan ligados a sus lugares de origen, suscitan una mezcla de curiosidad y admiración, que contribuye a despertar buenos sentimientos.
El objetivo de Francisco de volver a las raíces del Evangelio armoniza con aquella representación. La clave de esa invitación a contemplar el misterio -que persiste a lo largo del tiempo- no está solo en entender lo que ocurrió en Belén, sino en lo que puede suceder en el corazón de cada uno, si se abre al mejor regalo: a ese milagro “sepultado en el olvido en muchos corazones” – como decía Celano – y que entusiasmó a aquellos habitantes de Greccio.
Acoger la propuesta de Jesús y seguir sus huellas en la humildad
P.: ¿Cómo influyó la espiritualidad franciscana en la creación y difusión del pesebre?
R.: Como ya hemos dicho, san Francisco ha hecho que en el pobre establo de Greccio se celebró la misa. ¿Cómo justificar, entonces, la persistencia de un malentendido que muestra en el acontecimiento de Greccio el primer Belén de la historia y en Francisco el inventor de esta piadosa tradición?
La respuesta se encuentra en la traducción de la Vita beati Francisci de Tomás de Celano, es decir en la traducción de esta biografía del Santo. Precisamente en referencia a la Navidad en Greccio, la traducción parece hecha a propósito para crear malentendidos desde el principio. El latín original titula uno de los capítulos: “De praesepio quod fecit in die natalis Domini”, a saber: “Del pesebre que había preparado en la Navidad del Señor”. Ahora bien, la palabra latina praesaepium se traduce al italiano con “pesebre”, “establo” y es muy claro que cuando Tomás de Celano usa esta palabra se refiere al pesebre que estaba en el establo donde se celebraba la Eucaristía, por lo que no se explica por qué en muchas de las traducciones de manera completamente arbitraria se utiliza en su lugar el término “el escenario de la natividad”. El resultado termina por falsear todo el sentido del relato.
Cuando en 1581 Juan Francisco Nuño, un franciscano español que vivía en el Aracoeli, transformó el acontecimiento de Greccio en el primer Belén de la historia y convirtió a Francisco en el inventor de esta piadosa tradición, el círculo se cerró definitivamente. Entonces nació un mito que aún hoy es difícil derrumbar. Un mito lleno de poesía, pero que debilita la fuerza de una altísima reflexión sobre el estilo escogido por el Hijo de Dios que quiso elegir la morada entre los hombres y que ha querido ser también propuesta concreta de una severa y exigente sequela Christi para los que quieren repetir en la propia vida el estilo y el comportamiento de Cristo Jesús.
Y de todas formas así persiste el malentendido, haciendo feliz a mucha gente y, sobre todo, creando mucho menos problemas: al fin y al cabo, un poco de poesía no hace daño, sobre todo si es capaz de emocionar (y mejor si deja a todo el mundo vivir como siempre y sin la necesidad de hacer los cambios). Pero más profundo y exigente (por tanto, inquietante) fue el mensaje lanzado por Francisco en la Navidad de 1223: un mensaje que invita a acoger la propuesta de Jesús y a seguir sus huellas en la humildad, en la pobreza y en el despojo total de sí mismo. Lo cual hizo con decisión y fuerza, hasta el final.
Una gran obra de Evangelización
P.: ¿Qué representa el pesebre para la fe cristiana católica?
R.: En su carta apostólica Admirabile signum, el Papa Francisco señala que la representación del Nacimiento es “la hermosa tradición de nuestras familias. El belén, en efecto, es como un Evangelio vivo, que surge de las páginas de la Sagrada Escritura. La contemplación de la escena de la Navidad, nos invita a ponernos espiritualmente en camino, atraídos por la humildad de Aquel que se ha hecho hombre para encontrar a cada hombre”. Podríamos decir que San Francisco, en la celebración de Greccio, realizó “una gran obra de evangelización”. En la sencillez de un lenguaje fácilmente comprensible y visible, supo comunicar el mensaje evangélico.
En efecto, hacer el pesebre en nuestras casas y en las plazas de las ciudades es una ayuda para revivir el Evangelio del nacimiento de Jesús en Belén; sobre todo –como nos enseñó san Francisco– es una invitación a “sentir” y “tocar” la pobreza que el Hijo de Dios eligió para sí en su Encarnación. Es una llamada a encontrarle y servirle con misericordia en nuestros hermanos más necesitados (cfr. Mt 25, 31-43).
El pesebre Eucarístico
La originalidad del Santo –como se ha dicho– fue inventar un “pesebre eucarístico”. El heno se convierte en el primer lecho de Aquel que se revelará como “el pan bajado del cielo” (cfr. Jn 6,41). San Francisco quería un encuentro real con el Señor Jesús, porque el sentido último de la pobreza del pesebre, del buey y del asno, del anuncio del Evangelio, del nuevo Belén se unen en la Eucaristía. Francisco amaba el vínculo encarnación-eucaristía. Jesús que nace y es depositado en un pesebre se convierte en “pan” para renacer en nosotros y darnos vida: no es casualidad que en hebreo “Belén” signifique “Casa del pan” y en árabe “Casa de la carne”.
Ese hacerse pan y carne se convierte para nosotros en vocación: el creyente está llamado a hacerse pan y alimento de sus hermanos, especialmente de los más pobres, de los pequeños, de los marginados, de los solitarios, de los enfermos, de los abandonados. El don de sí mismo y la apertura a los demás son el camino de la plenitud humana y cristiana. El pesebre muestra entonces lo importante: ahí está lo esencial, la vida que renace. Ahí está sobre todo la alegría: la alegría de nuestra salvación, que el ángel anunció a los pastores: “¡Les anuncio una gran alegría!” (Lc 2,10). Por último, no hay que olvidar el silencio: todo calla en la noche santa para que podamos escuchar y contemplar la omnipotencia de Dios que se hace niño, se hace un infante pobre para renacer en nosotros.
Detenerse ante el misterio de la Encarnación
P.: En la sociedad moderna, ¿cómo puede el pesebre reforzar los valores evangélicos, como la humildad y la sencillez?
R.: En el año 2023 hemos celebrado el centenario de la Navidad de Greccio. Para nosotros, los franciscanos, este acontecimiento era como una invitación a detenerse ante el misterio de la Encarnación para contemplar la grandeza del amor divino por la humanidad. El Hijo de Dios se hace también Hijo del hombre, se hace uno de nosotros, nuestro hermano.
Nuestra fe en la Encarnación nos impulsa a descubrir las semillas del Verbo presentes en todas las culturas y también en la sociedad contemporánea, para que florezcan las semillas de humanidad que allí se encuentran. Además, nos insta no sólo a defender la vida, sino también a convertirnos en instrumentos de vida y humanidad en nuestras familias y fraternidades, para llegar hasta aquellos que ya nadie considera humanos, sino sólo descartables de la sociedad. La concreción con la que Francisco de Asís celebró el misterio de la Encarnación en Greccio nos invita a recuperar la conciencia de que debemos llevar una vida nueva y que no hay nada mejor para transmitirla a los demás.
Cristo Jesús, con su Encarnación, eliminó todas las distancias que lo separaban de la humanidad y nos llama a hacer lo mismo, es decir, a hacernos cercanos, próximos, a nuestros hermanos para acogerlos, para tocarlos con misericordia, como nos recordó Papa Francisco en la Carta apostólica Admirabile signum sobre el significado y el valor del Belén: “San Francisco realizó una gran obra de evangelización con la simplicidad de aquel signo […] De modo particular, el pesebre es desde su origen franciscano una invitación a ‘sentir’, a ‘tocar’ la pobreza que el Hijo de Dios eligió para sí mismo en su encarnación. Y así, es implícitamente una llamada a seguirlo en el camino de la humildad, de la pobreza, del despojo, que desde la gruta de Belén conduce hasta la Cruz. Es una llamada a encontrarlo y servirlo con misericordia en los hermanos y hermanas más necesitados”.
El pesebre adaptado a las culturas
P.: El pesebre ha sido adaptado según las culturas y tradiciones locales. ¿Qué opina sobre estas interpretaciones culturales?
R.: El belenismo o construcción de belenes hace referencia a los diversos tipos y modelos de representación plástica de nacimiento de Jesucristo. Hemos dicho ya que la escena del nacimiento de Cristo realizada por San Francisco no fue representada con figuritas, como hacemos actualmente, ni con personas, aunque para la ocasión San Francisco sí utilizó animales. Se celebró la misa nocturna acompañada de una representación simbólica de la escena del nacimiento, mediante un pesebre (sin niño) con el buey y la mula, basándose en la tradición cristiana y los Evangelios apócrifos, así como en la lectura de Isaías: “Conoce el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo. Israel no conoce, mi pueblo no discierne” (Is. 1,3). A partir del siglo XIV -a través de los frailes franciscanos- el montaje de los belenes por Navidad se consolidó como tradición, primero en la península itálica, y luego pasando al resto de Europa, al principio como práctica eclesiástica y posteriormente popular.
Hoy en día, la costumbre de realizar el pesebre está muy extendida en todo el mundo católico. Pensemos, por ejemplo, en el suntuoso pesebre napolitano, nacido alrededor de 1700, que cuenta con una impresionante cantidad de personajes ahora codificados, cada uno de los cuales se invierte con un valor simbólico preciso. Allí hay posadas, puestos, tiendas, animales, carros, a menudo incluso retratos de casas, cocinas, habitaciones, que revelan los detalles de una pequeña vida.
En América del Sur, en Perú o Bolivia, hay personajes, si podemos decirlo, que no es posible encontrar en ningún otro país del mundo. Por ejemplo, en lugar del tradicional buey y burro, en la cabaña con la Sagrada Familia hay un llama. Así es, el animal lanudo típico de los Andes calienta el niño Jesús en lugar del burro más canónico. Por otro lado, los belenes andinos son muy hermosos, coloridos, gracias a los personajes vestidos con coloridos trajes tradicionales.
Pesebres presentes en el mundo
En mi tierra, a Cracovia en Polonia, el pesebre es muy diferente de lo que conocemos, y representa una tradición muy importante para el país. Los habitantes de Cracovia no reconstruyen la Natividad colocándola en un escenario naturalista, sino que crean complejas y coloridas arquitecturas de papel de aluminio. Por lo general, el centro del pesebre es una catedral, pero también puede haber muchos otros edificios con una estructura complicada y que en algunos casos incluso alcanzan varios metros de altura. La creación de estos belenes es una pasión para la gente de mi tierra, y a menudo involucra a todos los miembros de la familia, con técnicas que se transmiten de generación en generación.
En África, las figuritas a menudo están moldeadas en arcilla, talladas en ébano o fundidas en bronce, mientras que Jesús esta hecho de marfil, para destacar lo más posible. Por supuesto, también las estatuillas también se refieren a los hombres y costumbres locales. Los Reyes Magos son creados a imagen y semejanza de eminencias locales, como el jefe de la aldea, los pastores traen instrumentos musicales locales y utensilios. Los animales típicos del pesebre son reemplazados por los presentes en la sabana. En Asía los pesebres son hechos de madera y bambú, y las estatuillas tienen los rasgos somáticos orientales.
Podríamos hacer una lista muy larga de los pesebres presentes en el mundo. Todos ellos representan las diferentes culturas y tradiciones; son el testimonio de la riqueza cultural de toda la humanidad. Muestran también que el Hijo de Dios se encarna en cada cultura humana.
El pesebre es un incentivo a vivir los valores esenciales de la fe cristiana
P.: ¿Qué rol juega el pesebre en la evangelización y la transmisión de la fe en las familias?
R.: La sencilla iniciativa del Santo de Asís se fue extendiendo y enriqueciendo en formas diferentes echando raíces muy profundas y sentidas en la religiosidad popular, recogiendo y promoviendo múltiples expresiones culturales de la Navidad.
Hoy en día, el pesebre es un medio muy eficaz de la evangelización y podemos preguntarnos ¿qué mensaje da el pesebre sobre Dios, el ser humano, la sociedad, la naturaleza…? ¿Qué enseña y subraya el pesebre a nuestro mundo concreto? Y como la respuesta, se podría decir que el pesebre es como una Biblia abierta. El pesebre es, junto a la imaginería tradicional, un incentivo a vivir los valores esenciales de la fe cristiana: la sencillez, la pobreza y la humildad del Hijo de Dios.
Frente a la invasión del mercantil papá Noel y del absorbente consumismo navideño, el pesebre ha de recordar a los cristianos que se consideran tales lo que decía Jesús acerca de la sal que pierde su sabor (Mt 5, 13). El retomar y actualizar con fe y amor el pesebre constituye hoy un verdadero desafío para los creyentes.
El belén es ícono universal de la paz
P.: A más de 800 años del primer pesebre, ¿cómo sigue siendo relevante esta tradición para los cristianos?
R.: Lo que llama la atención es que el pesebre está hecho de muchos signos, pero el primero es el de la precariedad. Dios nace donde hay poca gente -María, José, pocos pastores-, es decir, donde está lo esencial. Y el Nacimiento es hermoso cuando se centra en este aspecto. Todo aquí nos habla de esperanza y nos invita a reflexionar sobre nuestro presente para construir nuestro futuro.
En este sentido, el belén es el ícono universal de la paz. María y José acogiendo al niño Jesús: esta es la escena más sencilla y poderosa al mismo tiempo, que cambió el destino de la humanidad y sigue alimentando la esperanza y la certeza de que el odio y la sangre se detendrán ante la esencialidad del pesebre de Belén.
Un motivo de esperanza
P.: ¿Qué significa el pesebre para usted personalmente, como fraile y como cristiano?
R.: Para mi volver a Greccio es vivir la virtud de la esperanza de la que todos sentimos urgente necesidad en este tiempo oscuro que vivimos. Estoy convencido que la “esperanza” es como palabra clave de la Navidad. La esperanza, lo sabemos, no es optimismo, sino poder que nos permite ver una gran luz incluso cuando caminamos en la oscuridad. Esta certeza nos abre al futuro, nos permite asomarnos al horizonte más allá de nuestra pequeña visión.
El nacimiento de un hijo es siempre una nueva oportunidad, un nuevo comienzo, un motivo de esperanza. El Niño que nace en Belén en el fresco de Greccio tiene como pesebre un pequeño sepulcro, porque ya es el Resucitado, ya es el que nace definitivamente a la vida después de haber pasado por nuestra muerte en cruz. Él es el Resucitado, el que vive para siempre, la razón de la esperanza cristiana. Él es la verdad y la realidad de la existencia de cada ser humano, de la historia.
Desde la pequeñez se construye el futuro
P.: ¿Qué mensaje le da a las familias católicas en torno al pesebre y la Navidad?
R.: El pesebre navideño puede ser para cada uno de nosotros un signo visible que desde la pequeñez se construye el futuro. El Niño nace para todos, enseñándonos desde su pobreza a valorar y socorrer al otro, como de hecho hacen muchas veces mejor los desposeídos que los afortunados, y su presencia emite un mensaje muy claro: desde la fragilidad y la pequeñez que yacen en el pesebre mana una fuerza que ha cambiado la historia.
Nos sentimos débiles, pero nuestra fuerza está en una dignidad que se nos ha dado. Está en nuestras manos someternos pasivamente, o sobreponernos con fe, esperanza, y caridad fraterna, hacia una libertad que comienza diciendo: “No me dejo definir por el mal que nos acosa, soy libre y escojo trabajar por el bien que nos espera.” Que sea ese el ímpetu reinante en esta Navidad y que nuestras tradiciones y humildes celebraciones estén marcadas por la fuerza del pesebre.
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