Por Rafael Luciani y Serena Noceti
Un camino de maduración en la recepción del Concilio
El Concilio Vaticano II fue un concilio de reforma. Así lo testimonian los discursos pronunciados por Juan XXIII y Pablo VI al comienzo del primer y segundo período de los trabajos del Concilio. El primero habló de aggiornamento. El segundo de renovatio ecclesiae. Incluso, recurriendo a una expresión de Lutero, el Decreto sobre el ecumenismo —Unitatis redintegratio 4.6— habla de la ecclesia indiget reformatione y perennem reformationem.
La forma eclesial a la cual debía apuntar la reforma conciliar la describió una de las mentes más brillantes de Lumen gentium, el Cardenal Suenens. Poco después de haber culminado el Concilio, Suenens destacó que los dos elementos más ricos de la renovación eclesiológica eran la imagen del Pueblo de Dios como totalidad y la corresponsabilidad en la misión que de ella deriva para todos sus miembros. Por una parte, se entendía que la esencia de lo eclesial reposa sobre el estado de creyentes de todos sus miembros y no en la jerarquía. Por otra, se reconocía la historicidad de la Iglesia en tanto que esta la configura a través de las realidades socioculturales en donde desarrolla su misión.
Profundizando el espíritu y el texto del Concilio, el pontificado de Francisco inicia una nueva fase en la recepción del Vaticano II y recupera la imagen conciliar de una Ecclesia semper reformanda, como dirá el 9 de noviembre de 2013 en Santa Marta. Días después, explicará en la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium (24 de noviembre de 2013) que no se trata de un acto puntual de revisión de ciertas estructuras, sino de un proceso permanente de conversión eclesial enraizado en la eclesiología del pueblo de Dios. Esto acontecía en medio de una iglesia que comenzaba a ser mundial y culturalmente policéntrica, e inauguraba un pontificado cuyas raíces remiten a la experiencia eclesial latinoamericana. De hecho, la noción que moldeará su ideal de reforma al inicio de su pontificado vendrá de la recepción del Vaticano II que hacen dos Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano. Se trata de la conversión pastoral.
Para la Conferencia de Santo Domingo (1992) esto significaba revisar «la praxis personal y comunitaria, las relaciones de igualdad y de autoridad, y las estructuras y dinamismos» (SD 30). Para Aparecida (2007), la puesta en marcha de la conversión pastoral responde al modelo de la Iglesia como Pueblo de Dios y requiere «actitud de apertura, de diálogo y disponibilidad para promover la corresponsabilidad y participación efectiva de todos los fieles» (Ap 368). Especialmente, que «los laicos participen del discernimiento, la toma de decisiones, la planificación y la ejecución» (Ap 371) de la misión eclesial.
Esto no quiere decir que su pontificado haya querido implantar el modelo eclesial latinoamericano. Francisco ha dicho enfáticamente: «las cosas que hice no las inventé ni las soñé después de una noche de indigestión. Recogí todo lo que los cardenales habíamos dicho en las reuniones pre-cónclave que debía hacer el próximo Papa. Dijimos las cosas que había que cambiar» (Telam, 1-7-2022).
El Documento preparatorio del Sínodo sobre la sinodalidad señala el desafío que el Papa encontró: «la Iglesia entera está llamada a confrontarse con el peso de una cultura impregnada de clericalismo, heredada de su historia, y de formas de ejercicio de la autoridad en las que se insertan los diversos tipos de abuso (de poder, económicos, de conciencia, sexuales). Es impensable una conversión del accionar eclesial sin la participación activa de todos los integrantes del Pueblo de Dios» (n.6). Hoy se quiere responder a esta realidad por medio de una conversión sinodal que lleve a «reformas espirituales, pastorales e institucionales» (Ap 367).
Procesos de reforma en clave sinodal
Para muchas personas las reformas que ha emprendido Francisco se circunscriben en torno a la renovación de los Sínodos de los Obispos. Uno de los cambios se refiere a la praxis, al ampliar la fase de escucha a todo el pueblo de Dios. Como ejemplo están los dos cuestionarios del Sínodo sobre la familia, la pre-asamblea del sínodo de los jóvenes, la consulta a más de 80.000 personas y 270 reuniones preparatorias del Sínodo para la Amazonia. Hoy en día, esto se profundiza al convocar a un Sínodo sobre la sinodalidad (2021-2024). Es el acontecimiento más importante luego del Vaticano II y el esfuerzo más amplio que haya hecho la Iglesia Católica en toda su historia por involucrar a todos los fieles en «la obra de renovación y de reforma» (UR 4).
Sin embargo, hablar de un proceso de reformas en clave sinodal va más allá de la celebración de Sínodos. Se trata de un proceso de maduración de la eclesiología que encuentra su fundamento en el capítulo II de la Lumen gentium [Iglesia como Pueblo de Dios]. Podemos hablar de una reforma en clave sinodal porque la sinodalidad es el modo de constituirnos en Iglesia Pueblo de Dios con la participación corresponsable de todos. El documento de la Comisión Teológica Internacional define a la sinodalidad como una dimensión constitutiva de toda la Iglesia porque se refiere a “la específica forma de vivir y obrar/operar (modus vivendi et operandi)”, lo cual supone revisar «relaciones y mentalidades» (ser), y «dinámicas comunicativas y estructuras» (operar).
En este sentido, la sinodalidad no es algo opcional. Las palabras del Papa Francisco a la Diócesis de Roma son iluminadoras al respecto (18 de septiembre de 2021): «el tema de la sinodalidad no es el capítulo de un tratado de eclesiología, y menos aún una moda, no es un slogan o un nuevo término a usar e instrumentalizar en nuestros encuentros. ¡No! La sinodalidad expresa la naturaleza de la Iglesia, su forma, su estilo y su misión. Por tanto, hablamos de una Iglesia sinodal, evitando, así, que consideremos que sea un título entre otros o un modo de pensarla previendo alternativas».
El reto de caminar juntos
En el Discurso de la Conmemoración del 50 Aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos (2015), Francisco hizo explícita esta visión y sostuvo que «el camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio», para lo cual ha invitado a toda la Iglesia a emprender procesos de consulta, escucha y discernimiento que contribuyan a construir un nuevo modelo institucional. En ese mismo discurso, el Papa describe el nuevo modelo con las siguientes palabras: «lo que el Señor nos pide, en cierto sentido, ya está todo contenido en la palabra «Sínodo». Caminar juntos —laicos, pastores, Obispo de Roma”. Pero, ¿qué significa esto?
El Documento Preparatorio del Sínodo de la sinodalidad nos explica que «caminar juntos puede ser entendido según dos perspectivas diversas, fuertemente interconectadas. La primera mira a la vida interna de las Iglesias particulares, a las relaciones entre los sujetos que las constituyen (en primer lugar, la relación entre los fieles y sus pastores, también a través de los organismos de participación previstos por la disciplina canónica, incluido el sínodo diocesano) y a las comunidades en las cuales se articulan (en particular las parroquias)» (DP 28). «La segunda perspectiva considera cómo el Pueblo de Dios camina junto a la entera familia humana» (DP 29).
En ambos casos, se nos habla de “la forma específica de vivir y obrar/operar (modus vivendi et operandi) de la Iglesia Pueblo de Dios que manifiesta y realiza en concreto su ser comunión en el caminar juntos, en el reunirse en asamblea y en el participar activamente de todos sus miembros en su misión evangelizadora» (Comisión Teológica Internacional, La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia 6). Esto implica el hecho de que cualquier proceso de reformas debe buscar los modos de involucrar a todo el Pueblo de Dios, en su totalidad, mediante procesos de escucha, discernimiento comunitario, elaboración y toma de decisiones porque, como sostiene la Comisión Teológica Internacional, “la dimensión sinodal de la Iglesia se debe expresar mediante la realización y el gobierno de procesos de participación y de discernimiento capaces de manifestar el dinamismo de comunión que inspira todas las decisiones eclesiales” (n.76).
En este sentido, caminar juntos supone revisar tanto las «relaciones y las mentalidades» (ser), como las «dinámicas comunicativas y las estructuras» (operar) de la Iglesia. Así, este pontificado ha iniciado un proceso de renovación eclesial que supone un cambio en la comprensión de la conciencia colectiva de lo que es ser Iglesia Pueblo de Dios, lo cual conlleva el reto de generar nuevos modos de relacionarnos entre los sujetos eclesiales (conversión), así como la actualización de estructuras existentes y la creación de otras (reforma) que permitan el ejercicio de la corresponsabilidad efectiva de todos los fieles. Pero, ¿por dónde comenzar?
Hacia un nuevo modelo institucional
Francisco habla del nuevo modelo usando dinámicas comunicativas. Explica que “una Iglesia sinodal es una Iglesia de la escucha (…). Es una escucha recíproca en la cual cada uno tiene algo que aprender (…). Es escucha de Dios, hasta escuchar con él el clamor del pueblo; y es escucha del pueblo, hasta respirar en él la voluntad a la que Dios nos llama». El ejercicio de la escucha es indispensable para cualquier cambio eclesial pues parte del reconocimiento de la identidad y la contribución propia de cada sujeto eclesial —laicos(as), presbíteros, religiosos(as), obispos, Papa. Se recuperarían las relaciones horizontales que brotan de la dignidad bautismal, la participación en el sacerdocio común de todos los fieles y el ejercicio de la corresponsabilidad en la misión.
La práctica de la escucha activará el proceso de conversión y reformas hacia un nuevo modelo institucional que se inspire en el clásico principio que reza: lo que afecta a todos debe ser tratado y aprobado por todos. Por tanto, en una Iglesia sinodal, la escucha se realiza en el marco de un proceso, porque su finalidad no es simplemente encontrarnos y conocernos mejor, sino discernir y elaborar decisiones pastorales que nos afectarán a todos, «siguiendo lo que podemos considerar el primer y más importante manual de eclesiología, que es el libro de los Hechos de los Apóstoles» (Francisco a la Diócesis de Roma, 18 de septiembre 2021). Además, se trata de escuchar a los otros «para conocer lo que el Espíritu dice a las Iglesias (Ap 2,7)» y encontrar modos de proceder acordes a nuestra época. Por ello, la escucha incluye a quienes tienen puntos de vista diverso, a los que no han sido escuchados o son excluidos. No podemos pretender domesticar al Espíritu y decirle por donde ha de hablar.
La sinodalidad puede ser nueva para nosotros, pero no para la larga y rica tradición de la Iglesia. Podemos concluir recordando la regla de oro de San Cipriano, que ofrece el marco interpretativo más adecuado para pensar los retos actuales: “nada sin el consejo de los presbíteros y el consenso del pueblo”. Para este obispo, tomar consejo del presbiterio y construir consenso con el pueblo fueron experiencias fundamentales a lo largo de su ejercicio episcopal para mantener la comunión en la Iglesia. Él implementó métodos basados en la escucha, el diálogo y el discernimiento en los que participaban todos los fieles y no solo los ministros ordenados.
Hoy, Francisco nos deja con este gran desafío para el tercer milenio: construir una Iglesia toda ella sinodal que viva la comunión desde la participación y la corresponsabilidad de todos los fieles como miembros de una Iglesia Pueblo de Dios en estado permanente de conversión y reforma. Quisiera culminar con una reflexión que ofrecieron las voces recogidas de todos los continentes en el Documento para la Etapa Continental del Sínodo sobre la sinodalidad:
«Caminar juntos como Pueblo de Dios requiere que reconozcamos la necesidad de una conversión continua, individual y comunitaria. En el plano institucional y pastoral, esta conversión se traduce en una reforma igualmente permanente de la Iglesia, de sus estructuras y de su estilo, siguiendo las huellas del impulso al aggiornamento continuo, legado precioso que nos ha dejado el Concilio Vaticano II, al que estamos llamados a mirar mientras celebramos su 60º aniversario» (DET 101).
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