Por Miguel Ángel Estupiñán, El Espectador de Colombia
El cardenal Michael Czerny es uno de los principales colaboradores del papa Francisco. Prefecto del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, este jesuita canadiense nacido en la antigua Checoslovaquia dirige el organismo encargado del trabajo social de la Iglesia católica a nivel mundial. La siguiente conversación tuvo lugar durante su paso por Bogotá, días atrás, con ocasión de la más reciente asamblea extraordinaria del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM).
¿En qué radica la importancia del viaje del papa Francisco a Canadá, previsto para el 24 de julio?
Es un viaje de reconciliación. En la compleja relación entre la Iglesia y los pueblos indígenas, el papa quiere responder a la inquietud de muchos de los pueblos y de muchos otros canadienses, y hacer un acto formal y presencial de reconciliación.
¿Cómo ese mensaje podría dar ejemplo a los obispos de otras partes del mundo, donde también se han presentado abusos y otras formas de violencia contra la niñez?
En el caso de Canadá estamos hablando sobre internados católicos donde hubo cientos de niños indígenas abusados y muertos.
Cada país, región o territorio tiene que afrontar la cuestión y sería un error pensar que el cara a cara principal es siempre con el papa. No, es con la Iglesia en el lugar. Es ahí por donde debe comenzar el camino de reconciliación. El papa no puede venir de lejos y sanar algo a distancia.
Pero usted entiende que el papa es un símbolo, sus actitudes dan ejemplo y pueden motivar para que otros sigan sus pasos. De hecho, algunos ya lo están haciendo.
Entonces, cuando las iglesias locales están en posición de caminar junto a los pueblos indígenas u otras personas ofendidas, eso es lo importante.
Lo pregunto porque hay quienes tienen muchas expectativas en el ejemplo que puedan seguir otros obispos, a la luz de las acciones del papa como una especie inspiración…
Entonces, el ejemplo es de los obispos canadienses, no del papa. El camino que han hecho los obispos canadienses para llegar a este momento. Ese es el ejemplo.
Sáqueme de la ignorancia, ¿cuál es el camino recorrido por los obispos canadienses?
Han aceptado el desafío de escuchar y de compartir el dolor y el sufrimiento; de acompañar procesos de diálogo de reconciliación.
Pasemos a otro tema, cardenal. ¿Cuál es el mensaje del Santo Padre con relación al conflicto entre Rusia y Ucrania? Se habla del hambre que puede producir el bloqueo económico de los cereales. Ante esa situación, ¿qué dice la Iglesia católica?
El papa ha dicho que no se debe utilizar la comida como arma de guerra.
Y con relación a las posibilidades de paz entre estos dos países, ¿cuál es el mensaje de la Santa Sede hoy en día?
El mensaje ha sido desde el comienzo que el único camino a la paz es el diálogo.
El nuevo presidente electo de Colombia, Gustavo Petro, ha manifestado su deseo de dialogar con la guerrilla del ELN, en busca de una solución al conflicto armado. La Conferencia Episcopal ha ofrecido sus buenos oficios, para eventuales negociaciones de paz. ¿Cuál es su llamado, como hombre de Iglesia, frente a estos esfuerzos?
Frente a los más recientes esfuerzos de paz en Colombia, lo que me viene espontáneamente al espíritu son las palabras inspiradas del profeta Isaías: “¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz!”, y añado: que construye, que abraza, que promueve la paz. Todos, de cualquier fe o creencia y con cualquier don o talento, todos somos invitados y desafiados a contribuir a la paz en construcción, una tarea urgente y constante, aquí y en muchas otras partes. Lo que digo representa, estoy seguro, el sentimiento y la oración de tantos y tantas en todo el mundo, comenzando con el papa Francisco. ¡Que Colombia, después de tantas décadas de sufrimientos indecibles, pueda devenir ella misma un santuario de paz para todo el mundo!
Hablemos sobre la deuda externa, algo que oprime a muchos países en regiones del sur global, cuando ven buena parte de sus recursos dedicados al pago de este compromiso. ¿Qué decir sobre esta situación? ¿Algún análisis de realidad de su parte, como alguien que reflexiona sobre asuntos de desarrollo humano integral?
Usted lo ha dicho ya en la pregunta. La deuda es un peso terrible y el problema es que son los mismos gobiernos que han entrado en ella los que ahora deben encontrar una salida. Quizás la pregunta no es tanto sobre la deuda en general, sino sobre cómo cuestionar los mecanismos y los principios en cada país que permiten este tipo de endeudamiento.
La deuda pública de Colombia alcanza el 68 % del Producto Interno Bruto (PIB). Ante hechos como este en un país caracterizado por la inequidad, ¿qué puede decir la Iglesia?
Parte del problema es que la gente no sabe eso. Un rol importante de la Iglesia y de los medios de comunicación es educar. Hay un problema con los gobiernos que contraen la deuda y con la estructura del sistema global capitalista, que presta dinero bajo estas condiciones opresoras.
Hablemos sobre la Amazonía. Se viene profundizando el daño ambiental en este bioma objeto de la preocupación del papa, quien ha constituido una vanguardia ambientalista en el seno de la Iglesia, acompañando iniciativas locales. Conocemos lo que hizo el cardenal Hummes, entre otros. ¿No habría que actualizar el llamado a los gobiernos de países que comparten este territorio y que tienen la responsabilizar de protegerlo?
Sí. La situación ha devenido todavía más difícil con la pandemia y sus consecuencias. Y la guerra en Ucrania es otro motivo para quienes dicen que no podemos permitirnos este cuidado del ambiente porque tenemos que producir y ganar, producir y ganar. El desafío del que usted habla es ahora más grande que cuando el papa comenzó a llamar la atención. Por ejemplo, ahora vienen dos sesiones de la COP de las Naciones Unidas y uno tiene que tener fe, esperando que eso de resultados en un sentido que ayude a gobiernos municipales, regionales y nacionales a proteger el ambiente y a la gente que vive en la selva o en las partes vulnerables.
Los efectos de la pandemia permanecen en países como Colombia, donde salieron a la luz en medio de estallidos sociales en contra de medidas como las promovidas por el presidente Iván Duque. Son hechos y hay muertos de por medio. Aquí hubo represión y violencia de distintos lados, condenada, incluso, por la Iglesia, en su momento. ¿Cómo deberían administrar esta situación los gobiernos de países como el nuestro, donde los efectos de la pandemia profundizaron el hambre y la desesperación?
Son preguntas muy buenas, pero no tengo respuestas precisas. Hay que recomenzar con las mismas inquietudes y desafíos; retomar o lanzar políticas que pongan a las personas, sobre todo a las vulnerables, más al centro. Lastimosamente cada vez hay más disposición de sacrificar, de marginar y de excluir personas, porque la así llamada salud de la economía es más importante.
Monseñor, ¿apoya usted iniciativas como la de la red Iglesias y minería, que invita a los obispos de la Iglesia católica a desinvertir en compañías mineras que atentan contra la Casa Común?
Desinvertir es una posibilidad. Tiene sus ventajas y puede tener sus efectos. Hay otras maneras de tratar la cuestión, sin desinvertir: utilizar la inversión como parte interesada y tratar con las empresas. Dentro de la Iglesia hay gente de ambas actitudes. Entonces, hace falta estudiar más de cerca la situación para ver si desinvertir es la medida más indicada para tener un resultado o si lo es tratar con las empresas.
La Comisión de la verdad hizo público el informe final redactado por la institución. ¿Cómo reacciona a este esfuerzo liderado por el también jesuita Francisco de Roux?
Este informe es fruto de un proceso muy inclusivo y, desde afuera, tengo la impresión de que correspondió a un proceso muy paciente. Tomaron el tiempo necesario para escuchar a la gente que ha sufrido. Eso es fundamental y esencial.
Su cruz calla, pero grita. ¿Qué mensaje tiene sobre su pecho?
Esta cruz está hecha del leño de un barco que atravesó el Mediterráneo, probablemente desde Libia, hasta Lampedusa, la primera isla de Italia. Representa este sufrimiento y esta esperanza contra toda esperanza de la gente que busca una vida digna en Europa. La cruz dice varias cosas, porque es roja abajo: el sufrimiento; pero también tiene un poco de blanco: un poco de vida y de esperanza. Y el clavo nos recuerda la primera cruz, que tenía clavos también. Y el todo es una expresión de cómo Jesús sufre hoy.
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