«La vida de una sola persona es tan valiosa porque es un hijo de Dios», así lo expresó el obispo de Buenaventura, Rubén Darío Jaramillo, al referirse al doloroso panorama que vive el principal puerto del Pacífico colombiano, por cuenta del enfrentamiento entre bandas criminales que tienen atemorizada a toda la población.
Esta región enfrenta una constante guerra urbana marcada por el narcotráfico y la disputa entre las bandas criminales los «chotas» y «espartanos». En el 2022 se había logrado una tregua que abrió las llamadas “fronteras invisibles” proceso que duró cinco meses. Una paz efímera, que perjudica la economía y arrastra a la pobreza extrema a su población. En los tres primeros meses del 2025 han sido asesinadas 48 personas en la zona urbana de Buenaventura.
- Foto: Revista Semana
- Foto: El Tiempo
El diálogo con los grupos armados
Monseñor Jaramillo, ha sido un incansable mediador en este conflicto, un actor clave para animar los diálogos socio-jurídicos con los líderes de las bandas «chotas» y «espartanos». Las conversaciones no avanzan en la medida que la ausencia de garantías para los voceros de estos grupos ha dificultado la reanudación del proceso de paz.
«Queremos recomponer el proceso y restablecer las treguas. No es lo mismo dialogar en medio de la guerra que hacerlo en un ambiente de paz y tranquilidad», afirmó el obispo. Explicó que los líderes de las bandas desean volver al diálogo, pero que «no hay condiciones» para ello, por lo que es necesario activar la ley de sometimiento que brinde garantías a los voceros y permita un proceso serio de negociación.
En este sentido, el prelado insiste en la importancia de recuperar la estabilidad para Buenaventura. «Necesitamos que la gente vuelva a sentirse segura en sus calles. No podemos permitir que la violencia siga destruyendo nuestro tejido social y económico«.
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El impacto en la juventud y la comunidad
La violencia no solo está afectando el desarrollo social, turístico y económico de Buenaventura, sino está poniendo en riesgo la vida de cientos de jóvenes. «Si nos asesinan los jóvenes, ¿para qué vienen otras ofertas? Lo primero es la vida», advirtió monseñor Jaramillo, haciendo un llamado urgente para proteger a quienes buscan la paz y la transformación de la ciudad.
Monseñor Jaramillo, también evidenció el miedo generalizado que está sufriendo la población bonaerense. «La gente está cerrando sus casas, tienen pavor de salir a las calles. Eso tenemos que quitarlo, tenemos que volver a la vida normal de una ciudad y de un puerto que le aporta tantos recursos al país».
El diálogo como salida al conflicto
Por su parte, el gobierno Nacional impulsó un «laboratorio de paz» que alivió temporalmente a la comunidad, permitiendo que los barrios más afectados vivieran sin temor. Desafortunadamente, la reanudación de los enfrentamientos ha puesto de nuevo en jaque esos avances y ha generado incertidumbre sobre el futuro de Buenaventura.
Frente a este panorama, monseñor Jaramillo sigue insistiendo en la necesidad urgente de buscar soluciones definitivas. «No podemos seguir atrapados en este círculo de violencia. Se necesita que tengamos un marco jurídico para que estas personas que hacen parte integrante de estas bandas criminales puedan negociar con el Estado y esa figura se llama una ley de sometimiento. Pero para eso necesitamos voluntad de todas las partes y garantías reales para quienes buscan una solución», asintió.
Finalmente, monseñor Jaramillo señaló que el camino correcto a seguir es recomponer el proceso y que se vuelva a restablecer la tregua que se venía dando para encontrar soluciones sostenibles. «No es lo mismo dialogar en medio de la guerra y el conflicto, que hacerlo en un ambiente de paz y tranquilidad», concluyó.
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