Por Mtra. María Elena Ocegueda J. / Laboratorio de catequesis del Celam
El Papa Francisco nos invita a recuperar esta imagen constitutiva de la Iglesia: Su ser “sinodal”, es decir, el pueblo de Dios que camina junto. Así lo refiere en su discurso al conmemorar el 50° Aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos: “El camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio” (17 de octubre de 2015). Lo espera de cada uno de nosotros y de la Iglesia en su conjunto, porque la sinodalidad es el camino de servicio al que todos estamos llamados.
El camino sinodal está jalonado bajo estos tres componentes: Comunión, participación y misión, convirtiéndose en una profunda invitación a que todos los miembros de la comunidad, laicos y jerarquía, aprendamos a “caminar juntos”, reconociéndonos mutuamente y aceptando la corresponsabilidad que esto conlleva. El camino iniciado nos reta a ir codo a codo con los otros, y en este “andar juntos” se ha puesto de manifiesto la urgente necesidad de vivir procesos de conversión personal y pastoral.
Caminar juntos, bajo el signo de la sinodalidad, implica aprender, retomar y volver a poner en la mesa de diálogo los diversos mecanismos de consulta, de escucha y de discernimiento comunitario, que permitan la participación y corresponsabilidad de todos los miembros de la comunidad eclesial. Estamos entrando, sin duda, en un proceso permanente de conversión, queriendo dejar atrás el clericalismo, la eclesiocentralidad y la burocracia eclesial, entre otras tantas enfermedades que anquilosan y roban la alegría de evangelizar.
El camino de la sinodalidad
Este camino, motivado por el Papa Francisco, renueva nuestro deseo de encuentro, de salir a los diversos caminos, y de ser la Iglesia que pone su tienda de campaña en las veredas, en los multifamiliares y en las plazas. Deseamos estar ahí, donde se juega la vida de todo hombre, mujer, niño o anciano, y actuar al lado del empobrecido y despojado. Nuestro anhelo es ser la “Iglesia en salida”, consciente de la misión que el Señor le encomendó: “Vayan por los caminos y anuncien la Buena Nueva a toda la creación” (Mc 16, 15).
La catequesis se convierte en este servicio ministerial que nos permite salir a los caminos para anunciar la Buena Nueva y acompañar al otro desde su existencia a la vida cristiana. En este camino no todo está dicho, no existen recetas, pues cada camino trae sus propios desafíos. Los catequistas hemos sido enviados con una misión específica: Acompañar en el camino de la fe a cada persona. Así lo explicita el Directorio de Catequesis: “La obra del catequista consiste en encontrar y mostrar los signos de la acción de Dios ya presentes en la vida de las personas y acompañándolas, y proponer el Evangelio como la fuerza transformadora de toda la existencia, a la cual dará pleno sentido” (n. 179), por ello, es necesario reconocer que cada persona transita de manera diversa por los múltiples y variados caminos de la vida, y es ahí donde se realiza la catequesis.
La catequesis es una de las acciones pastorales que brinda la posibilidad de entretejer la vida de tantos hombres y mujeres con el hilo de la fe en el Señor Jesús, el único que da sentido pleno a la existencia humana.
La catequesis es aprender a caminar
Salir al encuentro de las personas, en los distintos y diversos caminos de la vida, exige también a la catequesis un aprendizaje, un reconocimiento de la pluralidad de caminos existentes para el encuentro con el otro, que también es único e irrepetible. Es la aceptación de que en ese camino habrá de todo: Alegrías, ilusiones, tristezas, descalabros… un camino que puede ser fatigoso y exigente, pero, sin lugar a dudas, un camino de posibilidades para el encuentro, que nos permita ser compañeros y acompañantes en la búsqueda del Agua Viva, que nos calme la sed, que nos revitalice, para poder continuar adelante en este gran camino, llamado “vida”, con la certeza de que el Señor Jesús camina con nosotros.
En esta Iglesia Sinodal, en la que estamos aprendiendo a caminar juntos, como comunidad de seguidores de Jesús, en palabras de André Fossion, SJ, la tarea de la catequesis “consiste en despertar la fe y acompañar el camino de ‘hacerse cristiano’ en un contexto en que la fe ya no es obvia” (SINITE 188, Revista de Pedagogía Religiosa, 2021); esto quedó evidente, sin duda, en este tiempo de pandemia: La catequesis se convierte en posibilidad, en esperanza, en envío. Urgente es, pues, salir al encuentro del otro, aprender a caminar sobre caminos poco conocidos, y hasta caminar donde no los haya. Como bien escribió el poeta español Antonio Machado: “Caminante, no hay camino, se hace camino al andar”.
La catequesis es, por tanto, esta acción pastoral que nos coloca en el servicio vital y existencial de nuestra vida y de la vida de los otros. Paradójicamente, a quienes nos alegramos de ser discípulos y misioneros de Jesucristo, esta gravísima tarea ministerial nos invita a dar pasos sencillos, humildes y en ocasiones titubeantes, como los de un niño que aprende a caminar, porque el mundo del otro es un lugar sagrado, y así como lo hizo Moisés ante la Zarza, ahí debemos quitarnos el calzado para poder acompañar con reverencia, respeto y cuidado, la vida de fe que nace, aprendiendo a “caminar junto con”.
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