Por Pbro. José Luis Quijano
“El proceso de la evangelización junto con el de la catequesis, constituyen una acción espiritual. Esto pide que los catequistas sean verdaderos evangelizadores con Espíritu y fieles colaboradores de los pastores.”
Hacer la catequesis
A lo largo de la historia de la catequesis, aun considerando los diversos paradigmas que han prevalecido en una época o en otra, la referencia al “hacer” estuvo presente en el discurso catequético con mayor o con menos densidad, atendiendo justamente al modelo vigente y a las corrientes pedagógicas de cada época. En la primera mitad del siglo XX, antes de la renovación de los años ’60, cuando la catequesis era prácticamente “sinónimo de catecismo” y el “hacer catequesis” se reducía a enseñar formulaciones, se seguían unas determinadas pautas que regían ese hacer.
Luego, con la renovación bíblica y litúrgica, la catequesis siguió también un fecundo camino de renovación en el cual la metodología catequística se fundamentó en la pedagogía de Jesús. En virtud de esto el “hacer catequesis” fue descubriendo otros caminos. A pesar de estos nuevos aires que trajeron una verdadera “primavera para la catequesis,” después de la renovación muchas experiencias catequísticas permanecieron ancladas a paradigmas intelectualistas que priorizaban, casi con exclusividad las vertientes doctrinal y moral de la fe.
Los modelos pedagógicos vinculados con la Escuela Nueva surgida a mediados del siglo XIX y la Psicología, que se constituyó como ciencia separándose de la filosofía a fines del mismo siglo, siguieron ejerciendo su influencia mucho tiempo después sobre el “hacer catequístico”. Todavía hoy escuchamos fuertes llamados a desescolarizar la catequesis. Desde hace ya muchos años, con el surgimiento del las oficinas de catequesis y de los centros de formación el “hacer catequístico” encontró un lugar en el ámbito de la formación del catequista constituyendo una de las tres dimensiones en las que ha de sustentarse esa formación.
Sentir la catequesis
La persistencia de rasgos anteriores a la renovación hizo y todavía hace oscilar la catequesis en una cierta indeterminación, de un polo a otro: por un lado, una difusa vivencia de la fe y en el otro polo, una intelectualización del Mensaje en un esquema de escolarización difícil de superar. Sin resolver totalmente esta deuda, hoy asistimos a una catequesis que trae consigo un perfil de catequista diferente.
Antes de la renovación, tanto el catequista como otros agentes de pastoral podían concebirse como simples “ayudantes” del sacerdote. A veces un grupo muy pequeño resolvían, junto al párroco toda la pastoral. Hombres y mujeres de buena voluntad que ayudaban en la parroquia: el sacristán, los colaboradores de Cáritas y las catequistas que repetían el Catecismo y se aseguraban de que fuera aprendido por los niños antes de recibir los sacramentos.
Desde aquellos días a los nuestros ocurrieron acontecimientos que contribuyeron a que hoy sea posible no sólo “hacer catequesis”, sino también “sentir la catequesis.” En primer lugar, acontecimientos eclesiales y, por otro lado, también acontecimientos propios de la cultura, la sociedad y los valores que allí se vehiculizan.
Dos acontecimientos son señales claras de un tiempo privilegiado: la aprobación del Directorio para la Catequesis (DC) el 23 de marzo de 2020 y la publicación del Motu Proprio (AM) sobre el reconocimiento del ministerio del catequista, el 10 de mayo de 2021. En la misma línea celebramos en 2022 el 50º aniversario del Ritual para la Iniciación Cristiana de Adultos (RICA), el 30º aniversario del Catecismo de la Iglesia Católica y el 10º aniversario del III Congreso Catequístico Nacional en Argentina. En septiembre de ese mismo año 2022 se realizó en Roma la tercera edición del Congreso Internacional de Catequesis, cuyas versiones anteriores tuvieron lugar en 2013 y en 2018.
Por otro lado, hace 60 años el Concilio expresó la original y propia relevancia de la misión de los laicos en la comunidad cristiana. En continuidad con él, la Iglesia siguió hasta hoy enseñando esa relevancia a través de diversos documentos.
Estos acontecimientos más recientes y otros más alejados en el tiempo, entre los que muy sintéticamente señalo…
– La Semana Internacional de Catequesis de Medellín en 1968 con importancia capital debido a la densidad de sus contenidos y a su importancia histórica. La dimensión situacional de la catequesis y el carácter antropológico-existencial, que tímidamente había despuntado en algunas semanas internacionales anteriores, adquieren a partir de entonces su fuerza en Medellín. Se imposieron como notas destacas de la catequesis latinoamericana y como contribución original de este continente a la reflexión catequística de toda la Iglesia.
– El Sínodo sobre la Catequesis de 1977 y la exhortación apostólica Catechesis Tradendae que en el emblemático Nº 5 afirma que en el centro de la catequesis encontramos esencialmente una Persona, la de Jesús de Nazaret y que el fin definitivo de la catequesis que es poner a uno no sólo en contacto sino en comunión, en intimidad con Jesucristo: sólo Él puede conducirnos al amor del Padre en el Espíritu y hacernos partícipes de la vida de la Santísima Trinidad.
– La catequesis kerigmática y al servicio de la iniciación a la vida cristiana y la prioridad de la catequesis con adultos, como catecumenado en sentido estricto o como catequesis de inspiración catecumenal, que hoy asume el Directorio para la Catequesis de 2020 en continuidad con el Directorio de 1997. El proceso de reflexión latinoamericano, con sus tres Semanas Latinoamericanas de Catequesis y con los tres documentos catequéticos del CELAM, fructifica en ambos documentos de la Iglesia Universal.
Muy apretadamente presento aquí algunos acontecimientos eclesiales que señalan la prioridad, sobre todo, de catequistas laicos que, en la conciencia de su llamado a la misión específica de Anunciar a Cristo, experimentan el don y el compromiso bautismal del sacerdocio común de los fieles. Estos catequistas son fundamentalmente distintos a quienes su identidad los limitaba a ser hombres y mujeres de buena voluntad que colaboraban con el sacerdote, transmitían y ayudaban a memorizar algunas fórmulas doctrinales.
Hoy reconocemos que los catequistas no se limitan a trabajar de catequistas, sino que son catequistas por vocación. No sólo “hacen catequesis”, sino que son capaces de “sentir la catequesis” en la hondura de su propia conciencia, allí donde está arraigada su vocación: en el sagrario donde Dios habita y desde donde les.
Por otro lado, hay hechos culturales que contribuyen a configurar personalidades catequísticas que “sienten la catequesis.” Sobre todo en esta última década se ha instalado en la sociedad, en general, y en la educación, en particular, una creciente valoración hacia las emociones. Ellas son expresiones de nuestro mundo interior. Son estados de la persona originados internamente que influyen en nuestras acciones externas. La educación emocional encuentra hoy un lugar destacado incluso en muchos ámbitos de educación formal.
Un catequista puede emocionarse e incluso conmoverse hasta las lágrimas en una celebración, puede experimentar una gran alegría en la exitosa utilización de un recurso atrayente o frustrarse cuando no logra cumplir sus propósitos catequísticos. Cuando decimos “sentir la catequesis” no estamos haciendo un juicio de valor sobre la fe, la vocación o las competencias del catequista. Las emociones no son indicadores de ninguno de esos aspectos. En cambio, sí podemos afirmar que un catequista creyente, que ha experimentado el llamado de Dios en su vida, puede en virtud de su naturaleza humana experimentar diversas emociones, por ejemplo, cuando…
– Se reconoce a sí mismo como instrumento para las maravillas que hace el Señor.
– Experimenta que en su pequeñez se manifiesta la gloria de Dios.
– Constata con dolor nuestra falta de disponibilidad y los obstáculos que nosotros mismos ponemos a la Gracia.
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