«Me complace recibirlos en esta casa de Pedro y de toda la Iglesia, en la feliz celebración de sus 25 años de servicio a unas personas cuyo sufrimiento es indescriptible«, dijo el Papa Francisco al saludar este 30 de octubre a los representantes del Proyecto Esperanza. Iniciativa que nació en 1999, con él ánimo de acompañar a los hombres y mujeres que por una u otra circunstancia, interrumpieron voluntariamente un embarazo y tiempo después, no hallaron el camino para sobrellevar el dolor, la culpa, el vacío.
Es como dice el Papa Francisco un dolor secreto que nadie imagina, atraviesa y determina la existencia. Un hecho que no tiene marcha atrás, las imágenes que no se borran, el peso de las decisiones, es ir y volver de la muerte por voluntad, un límite que cruzamos y las relaciones que nos quebrantaron. Un dolor que se entierra, un duelo que se bloquea.
Situación más común de lo que pensamos y ante la cual el Proyecto Esperanza busca ser una luz, para ayudar a enfrentar el dolor y dar un nuevo sentido a la vida; porque la experiencia del aborto provocado o espontáneo, siempre está rodeada de silencio y aislamiento, es el sufrimiento que se vive en absoluta soledad.
Un dolor sin tiempo
Al respecto, el Papa Francisco recordó en su intervención que la llegada de un recién nacido para cualquier persona, suele ser sinónimo de una alegría que embarga de forma misteriosa, renovando nuestra esperanza. Es difícil de explicar, pero es como si percibiéramos que «cada niño es el anuncio del nacimiento de Jesús en Belén, es el deseo que tiene Dios de hacer morada en nuestros corazones».
Quizás por eso aseguró, es que «el Señor, en la pedagogía de su Evangelio, quiso hacernos partícipes de un dolor que por ser la antítesis de esa alegría, es algo que nos conmociona de forma brutal: «Se escucha un grito en Ramá, gemidos y un llanto amargo: Raquel, que llora a sus hijos, no quiere ser consolada, pues se ha quedado sin ellos».
Texto de la Sagrada Escritura que según explica el Pontífice a la luz de autores como Santo Tomás de Aquino, nos lleva a entender ese primer gemido como la referencia a los niños, los santos inocentes cuyo dolor cesa con la muerte. Mientras que «el llanto amargo es el lamento de las madres que se renueva siempre con la memoria». Un dolor sin tiempo del que nunca se habla y que en muchas oportunidades además de las mujeres, también se extiende a los hombres que abandonaron, los que negaron, los que ayudaron a decidir, los que pagaron, los que no fueron consultados o presionaron para lograr el procedimiento «médico».
Reflexión a la que el Papa agrega un fragmento del Evangelio de Mateo que describe la huida a Egipto, casi como diciendo que un mal tan grande como este, logra alejarnos de Jesús, lo que le impide entrar en nuestro hogar, tener sitio en nuestra posada. Sin embargo, el obispo de Roma agrega que «no debemos perder la esperanza, porque el mal no tiene la última palabra, nunca es definitivo» y como el ángel del sueño de san José, Dios nos anuncia que, después de este desierto, el Señor volverá a tomar posesión de su casa, la de nuestro corazón, el vientre desgarrado, la vida que se detuvo.
De ahí que el Vicario de Cristo resalte la misión del Proyecto Esperanza. «Para muchas personas ustedes son como ese ángel y se los agradezco de veras. Confíense en la mano firme de san José para que estos hermanos nuestros, puedan encontrar a Jesús en la desolación«, afirmó porque «solo con él llegarán al hogar cálido y seguro de Nazaret, en el que podrán vivir el silencio interior y la pacífica dicha de verse acogidos y perdonados en el seno de la Sagrada Familia».
La travesía más difícil
Mons. Jorge Lozano arzobispo de San de Cuyo en Argentina y uno de los acompañantes constantes del Proyecto Esperanza, aseguró al finalizar la audiencia que el encuentro con Francisco fue maravilloso, porque después de haber leído el discurso que tenia preparado con orientaciones concretas, invitó a los asistentes a formular sus inquietudes. «Pregúntenme lo que quieran, tengo un rato para dialogar» lo que el prelado describió como «un momento muy lindo que entre todos los participantes más o menos 30, nos sentimos como charlando con un padre que nos da consejos, nos contiene, enseña y escucha. Así que esta ha sido una experiencia muy buena para todos nosotros, celebrando los 25 años del inicio de este Proyecto Esperanza».
Comentario al que se unió Elizabeth Bunster una de las principales impulsoras de Proyecto Esperanza en el continente, quien confirmó que tras la audiencia con el Santo Padre, se reunieron en la tumba de San Pedro para dar gracias desde el amor y la misericordia de Dios, por los 25 años de la iniciativa. A su turno, Jesús Briceño asesor del Celam confirmó que el evento está enmarcado en el trabajo de la red de cuidado en el continente, que busca proteger la vida desde la concepción hasta la muerte natural y que también contempla un encuentro con el Dicasterio de familia vida y laicos con el objetivo de darle continuidad a esta misión de acompañamiento y articulación con las organizaciones eclesiales desde el Celam.
«No podía soportar más ese dolor que sentía», «algo tiene que cambiar», «de a poco se encuentra la paz que uno necesita», «Yo, la peor de todas», «Decido romper el silencio para que salga a la luz algo que fue muy doloroso», «¿Dónde está mi hijo?», son algunas frases de mujeres y hombres que buscaron ayuda en el Proyecto Esperanza, para iniciar un camino de reconciliación y perdón con aquel que no se permitieron conocer y asumiendo con valentía la más difícil de las travesías, la que nos conduce a perdonarnos a nosotros mismos, razones para seguir adelante con este proyecto ante la magnitud y el impacto de la problemática.
En la audiencia celebrada con el Papa también estuvieron presentes el P. Francisco Hernández, director de Centro de Programas y Redes de Acción Pastoral del Celam, Jesús Briceño asesor de la misma dependencia, Mons. Juan Ignacio González, obispo de San Bernardo, diócesis sede del proyecto Esperanza en Chile, el Padre Alfredo Ozuna de Paraguay y el Padre Juan Francisco vicario de familia y vida en San Bernardo y asesor pastoral del proyecto en Chile, además del diácono Luis López y algunos miembros de la organización.
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