Cuando el Papa Francisco publicó Laudato Si’ en 2015, muchos vieron en esa encíclica un punto de inflexión: por primera vez, un documento magisterial de la Iglesia católica colocaba la crisis ecológica en el centro de la reflexión moral y espiritual. El Papa tejía un hilo invisible, pero indestructible, entre el clamor de la Tierra y el sufrimiento de los excluidos: “Todo está conectado”, repetía. La ecología ya no era un tema de activismos parciales, sino una cuestión de justicia global.
El clamor de la Tierra y el clamor de los pobres resuenan como un único grito en Laudato Si’. El Papa no duda en señalar las raíces de la crisis: “No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socioambiental” (LS 139). La solución que propone, es una “ecología integral” que vincule el cuidado del ambiente con la defensa de los excluidos.
El santo Padre denunció un sistema económico que “mata” (LS 55): la cultura del descarte trata tanto a los seres humanos como a los recursos naturales como mercancías. Frente a esto, el Papa invita a una “conversión ecológica” (LS 217), un cambio radical en los estilos de vida, inspirado en la sobriedad de San Francisco de Asís. La Tierra, recuerda, “es una hermana con la que compartimos la existencia, y una madre que nos acoge entre sus brazos” (LS 1).
La urgencia climática y los límites del poder humano
Ocho años después, Laudate Deum (2023) “Alaben a Dios”, llegó como un urgente recordatorio: los compromisos climáticos siguen siendo insuficientes, y la humanidad está al borde de un “punto de no retorno”. Con datos científicos y un tono profético, el Papa denunció la “deuda ecológica” del Norte global y la hipocresía de quienes dilatan soluciones. Pero también hubo un matiz nuevo: la crítica a ciertos “poderes tecnocráticos” que, bajo la máscara del verde, buscan controlar recursos y territorios. La ecología integral, esa que une lo ambiental con lo social, no puede reducirse a cálculos de emisiones: exige un cambio de paradigma.
“Con el paso de los años, he visto cómo la preocupación por el cuidado de nuestra casa común ha ido creciendo, pero también cómo los esfuerzos han sido insuficientes” (LD 2). El documento, dirigido a “todas las personas de buena voluntad”, es un llamado a actuar ante el colapso climático.
Con datos contundentes, el Papa Francisco critica a quienes “niegan la crisis” (LD 14) o se esconden tras soluciones técnicas falsas, como la geoingeniería. “El mundo no existe para ser explotado, sino para ser custodiado” (LD 35). Y aquí retoma el mensaje de Laudato Si’: la crisis ecológica es un fracaso ético y científico.
Los cuatro sueños para el bioma y el mundo
En Querida Amazonía (2020), el horizonte se amplió. La Amazonía no es solo un “pulmón del planeta”, es un “corazón cultural” cuya devastación implica el exterminio de pueblos enteros. El documento, surgido del Sínodo para la Amazonía (2019), defiende la creación y llama a defenderla, lo que significa escuchar a las comunidades indígenas, custodias de una sabiduría ancestral sobre la interdependencia con la naturaleza.
Sueño social
“Nuestro sueño es el de una Amazonía que integre y promueva a todos sus habitantes para que puedan consolidar un “buen vivir” (QA 8). Francisco denuncia la explotación laboral, la trata de personas y la violencia contra los indígenas, especialmente las mujeres. Aquí retoma el Sínodo (2019), que denunció el “extractivismo depredador” (DF48) como causa de desplazamientos y muerte.
Sueño cultural
“Sueño con una Amazonia que preserve esa riqueza cultural que la destaca, donde brilla de modos tan diversos la belleza humana” (QA 7). El Papa valora las cosmovisiones indígenas, donde “la tierra no es un bien económico, sino un don de Dios” (QA 41). Critica la colonización cultural que impone modelos ajenos y erosiona lenguas y tradiciones.
Sueño ecológico
“Sueño con una Amazonia que custodie celosamente la abrumadora hermosura natural que la engalana, la vida desbordante que llena sus ríos y sus selvas” (QA 7). Francisco llama a proteger la biodiversidad, pero también a aprender de los pueblos originarios, que “viven el territorio como un espacio sagrado” (QA 42). Este sueño eco en el Sínodo, que pidió declarar el “pecado ecológico” (DF 82) y reconocer los derechos de la naturaleza.
Sueño eclesial
“Sueño con comunidades cristianas capaces de entregarse y de encarnarse en la Amazonia, hasta el punto de regalar a la Iglesia nuevos rostros con rasgos amazónicos” (QA 7). Aquí el Papa abre la puerta a una Iglesia inculturada, con ministerios adaptados y una teología que dialogue con las tradiciones locales. El Sínodo propuso, por ejemplo, ordenar a hombres indígenas casados (viri probati) y crear nuevos roles para las mujeres (DF 95-103).
El Sínodo para la Amazonía
El Sínodo, además, propuso caminos concretos: desde la defensa de los derechos humanos ante la minería ilegal hasta la necesidad de una “conversión ecológica” que parta de la espiritualidad. El Documento Final insiste en ello: la Iglesia debe ser “aliada de los pueblos originarios”, porque su lucha es la misma que la del Evangelio: proteger la vida donde es más vulnerable.
El Documento Final del Sínodo amplía estas ideas: propone alternativas al desarrollo extractivista, como economías circulares basadas en el “buen vivir” indígena (DF 74), y exige a los gobiernos frenar la criminalización de los defensores ambientales (DF 83). El Papa Francisco insistió: la Amazonía es un “espejo de toda la humanidad” (QA 108); su destino afecta al planeta entero.
Desde la Laudato Si’ hacia adelante
Desde Laudato Si’ hasta hoy, el mensaje del Papa sigue exhortando al cuidado de la creación como parte esencial del Evangelio: “Dios nos ha unido tan estrechamente al mundo que nos rodea, que la desertificación del suelo es como una enfermedad para cada uno” (LS 89). Lo que emerge de estos textos es una interpelación a cada creyente, para entender que la ecología es un acto de fe: “Cuidar la creación es cuidar la obra de Dios”, dice Laudato Si’. Y, sin embargo, en Laudate Deum hay una advertencia: Dios no nos salvará de nosotros mismos. La esperanza, parece decir el Santo Padre, está en los márgenes: en los jóvenes que protestan, en las mujeres indígenas que defienden sus ríos, en las comunidades que construyen alternativas. La creación no espera.
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