A cuatro días de la inauguración de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, el Santo Padre participó en la vigilia ecuménica de oración #Together2023 en la Plaza de San Pedro. En su alocución, recordó la importancia del silencio en la vida de los creyentes y de la Iglesia.
Sebastián Sansón Ferrari – Ciudad del Vaticano
El silencio: este es el concepto central de la breve homilía del Papa Francisco durante la vigilia ecuménica de oración “#Together2023” (“Juntos” en español) celebrada este sábado 30 de septiembre en la Plaza de San Pedro. En las vísperas del inicio del retiro espiritual que precederá la apertura de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, el Santo Padre reflexionó sobre la relevancia del silencio en la vida del creyente, de la Iglesia y en el camino de la unidad de los cristianos.
El Obispo de Roma habló frente a unos 18.000 miembros del Santo Pueblo Fiel de Dios, entre Cardenales creados durante el consistorio público ordinario de esta mañana, jóvenes de distintos países de Europa, sacerdotes, diáconos, laicos, laicas y doce líderes de diversas confesiones cristianas. A todos ellos el Papa agradeció al inicio de su discurso.
Este momento tan significativo para encomendar a Dios los trabajos de la Asamblea Sinodal fue anunciado por Bergoglio al concluir el Ángelus del domingo 15 de enero. Pero la idea fue propuesta por el Hermano Aloïs, prior de la comunidad monástica de carácter ecuménico Taizé, en octubre de 2021, cuando intervino en el comienzo del proceso sinodal. En su mensaje, sugirió la organización de un “gran encuentro ecuménico”, una “celebración sencilla a la escucha de la Palabra de Dios, con un largo momento de silencio y de intercesión por la paz”. Y así ocurrió: se realizó alternando testimonios, cantos, representaciones de pasajes bíblicos, gestos simbólicos e instantes de profundo recogimiento.
El Pontífice planteó que el silencio está al principio y al final de la existencia terrena de Cristo y recordó que esta tarde los cristianos hemos permanecido en silencio ante el Crucifijo de San Damián, “como discípulos a la escucha ante la cruz, la cátedra del Maestro”.
“Nuestro silencio no ha sido vacío, sino un momento lleno de espera y de disponibilidad. En un mundo lleno de ruido ya no estamos acostumbrados al silencio, es más, a veces nos cuesta soportarlo, porque nos pone delante de nosotros mismos. Y, sin embargo, esto constituye la base de la palabra y de la vida. San Pablo dice que el misterio del Verbo encarnado estaba «guardado en secreto desde la eternidad» (Rm 16,25), enseñándonos que el silencio custodia el misterio, como Abraham custodió la Alianza, como María custodió en su seno y meditó en su corazón la vida de su Hijo (cf. Lc 1,31; 2,19.51)”.
A continuación, acotó que “la verdad no necesita gritos violentos para llegar al corazón de los hombres”. Aclaró que “a Dios no le gustan las proclamas y los alborotos, las habladurías y la confusión; prefiere más bien, como hizo con Elías, hablar en el «el rumor de una brisa suave» (1 Re 19,12), en un “hilo sonoro de silencio”.
“Y así también nosotros, como Abraham, como Elías, como María necesitamos liberarnos de tantos ruidos para escuchar su voz. Porque sólo en nuestro silencio resuena su Palabra”.
Luego, Francisco meditó sobre el silencio en la vida de la Iglesia y explicó que “hace posible una comunicación fraterna, en la que el Espíritu Santo armoniza los puntos de vista”.
“Ser sinodales quiere decir acogernos así, unos a otros, con la convicción de que todos tenemos algo que testimoniar y aprender, poniéndonos juntos a la escucha del ‘Espíritu de la verdad’ (Jn 14,17) para conocer lo que Él ‘dice a las Iglesias’ (Ap 2,7). Y el silencio permite precisamente el discernimiento, mediante la escucha atenta de los ‘gemidos inefables’ (Rm 8,26) del Espíritu que resuenan, a menudo ocultos, en el Pueblo de Dios. Pidamos, pues, al Espíritu el don de la escucha para los participantes en el Sínodo: ‘escuchar a Dios, hasta escuchar con Él el clamor del pueblo; escuchar al pueblo, hasta respirar la voluntad a la que Dios nos llama’” (Discurso con ocasión de la Vigilia de oración en preparación del Sínodo sobre la familia, 4 octubre 2014).
En la última parte de su intervención, el Sucesor de Pedro se detuvo en el significado del silencio en el camino de unidad de los cristianos y subrayó que el silencio hecho oración nos permite acoger el don de la unidad “como Cristo la quiere”, “con los medios que Él quiere”, no como fruto autónomo de nuestros propios esfuerzos y según criterios puramente humanos.
“Cuanto más nos dirigimos juntos al Señor en la oración, más experimentamos que es Él quien nos purifica y nos une más allá de las diferencias. La unidad de los cristianos crece en silencio ante la cruz, como las semillas que recibiremos y que representan los diversos dones concedidos por el Espíritu Santo a las distintas tradiciones. A nosotros nos corresponde sembrarlas, con la certeza de que sólo Dios hace crecer (cf. 1 Co 3,6). Serán un signo para nosotros, llamados también a morir silenciosamente al egoísmo para crecer, por la acción del Espíritu Santo, en la comunión con Dios y en la fraternidad entre nosotros”.
Francisco finalizó con dos consejos: pedir, en la oración común, aprender a hacer silencio nuevamente, para escuchar la voz del Padre, la llamada de Jesús y el gemido del Espíritu; pedir que el Sínodo sea Kairós de fraternidad, lugar donde el Espíritu Santo purifique a la Iglesia de las murmuraciones, las ideologías y las polarizaciones.
Y mientras nos acercamos al importante aniversario del gran Concilio de Nicea, el Papa exhortó a pedir que sepamos adorar unidos y en silencio, como los Magos, el misterio de Dios hecho hombre, seguros de que cuanto más cerca estemos de Cristo, más unidos estaremos entre nosotros.
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