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Francisco señaló que Jesús nos acompaña en las dificultades y pidió para que llegue la paz a “la martirizada Ucrania”, Palestina, Gaza, Israel, el norte de Congo

El verano romano estuvo clemente esta mañana y, bajo un cielo que esquivó varias veces la luz del sol, el Papa Francisco se asomó a su ventana entre los aplausos y vivas de los peregrinos que lo esperaban en la Plaza San Pedro. Y dijo el Papa:

 

“Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz domingo!

Hoy el Evangelio nos presenta a Jesús en la barca, con los discípulos en el lago de Tiberíades. De repente llega una fuerte tormenta y la barca corre peligro de hundirse. Jesús, que estaba durmiendo, se despierta. Amenaza al viento y todo vuelve a la calma. En realidad no se despierta, lo despiertan, había tanto miedo. La noche anterior, Jesús mismo había dicho a los discípulos que subieran a la barca y cruzaran el lago. Eran expertos. Eran pescadores y ese era su ambiente de vida pero una tormenta podía ponerlos en dificultades. Parece que Jesús quiere ponerlos a prueba.

Sin embargo, no los deja solos, se queda con ellos en la barca, tranquilo, es más: incluso duerme. Y cuando se desata la tormenta con su presencia los tranquiliza, los anima, los incita a tener más fe y los acompaña más allá del peligro.

Podemos plantear esta pregunta: ¿por qué Jesús se comporta de esta manera? Para fortalecer la fe de los discípulos y para hacerlos más valientes. Ellos, los discípulos salen de esta experiencia conscientes del poder de Jesús y de su presencia en medio de ellos y, por tanto, más fuertes y dispuestos a afrontar otros obstáculos y dificultades, incluso el miedo a aventurarse a proclamar el Evangelio.

Habiendo superado esta prueba con Él, sabrán afrontar muchas otras, incluso hasta el martirio para llevar el Evangelio a todos los pueblos. También con nosotros, Jesús hace lo mismo, de modo especial en la eucaristía: nos reúne en torno a sí, nos da su palabra, nos alimenta con su cuerpo y su sangre y luego nos invita a ponernos en camino, a transmitir a todos lo que hemos oído y a compartir con todos lo que hemos recibido en la vida cotidiana, incluso cuando es difícil. Jesús no nos ahorra las contrariedades pero sin abandonarnos nos ayuda a afrontarlas. Nos hace valientes.

Así también nosotros, superando las pruebas con su ayuda, aprendemos cada vez más a abrazarnos a Él, a confiar en su poder que va más allá de nuestras capacidades, a superar incertidumbres y dudas, cerrazones y prejuicios. Y esto debemos hacerlo con valentía y grandeza de corazón para decir a todos que el reino de los cielos está presente. Aquí está y que con Jesús a nuestro lado podemos hacerlo crecer juntos, más allá de todas las barreras.

Preguntémonos entonces: en los momentos de prueba, ¿soy capaz de hacer memoria de los momentos de mi vida en los que he experimentado la presencia y la ayuda de Señor? Cuando llega alguna tormenta, ¿me dejo arrollar por la agitación o me aferro a Él en estas tormentas interiores para encontrarla calma y la paz en la oración, en el silencio, en la escucha de la Palabra, en la adoración y en el compartir fraterno de la fe?

Que la Virgen María que aceptó la voluntad de Dios con valor nos conceda en los momentos difíciles la serenidad y el abandono en Él”.

Luego el Papa y los fieles rezaron el Ángelus en latín.

Comentario al Evangelio

El Papa saludó a los “romanos peregrinos, a los procedentes de diversos países, los de Barcelona, a los de Bari, a los participantes de ‘Elijamos la vida’, al coro Edelweiss, a los ciclistas que vinieron desde Bollate en bicicleta”.

Y pidió que sigamos rezando por la paz, “especialmente por Ucrania, Palestina, Israel… miro la bandera de Israel… hoy la vi desde el balcón de la casa. Recemos por la paz en Palestina, Gaza, el norte del Congo. Recemos por la paz en la martirizada Ucrania que sufre tanto. Que llegue la paz. Que el Espíritu Santo ilumine las mentes de los gobernantes e infunda en ellos sabiduría y espíritu de responsabilidad para evitar toda acción o palabras que alimenten los desencuentros y apuntar hacia una única solución pacífica que hay que negociar”.

“El otro día —continuó el Santo Padre— “nos dejó el padre Manuel Blanco, franciscano, quien desde hacía 44 años vivía en la Iglesia de los Cuatro Mártires en Roma.  Fue superior, profesor… recordándolo quisiera recordar a muchos hermanos franciscanos que han honrado la Iglesia de Roma. Gracias a todos ellos.” (aplausos)

Y se despidió Francisco desando “un feliz domingo, y por favor, no se olviden de rezar por mí. Buen almuerzo y hasta la vista”. (aplausos y vivas)

 

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