Con motivo de la Jornada Mundial de la Vida Consagrada, la Hna. Daniela A. Cannavina, religiosa argentina de la Congregación de las Hermanas Capuchinas de Madre Rubatto y secretaria general de la Confederación Latinoamericana de Religiosos (CLAR), reflexionó sobre el camino sinodal de la Iglesia y su valor en la vida consagrada.
El desafío de integrar todas las voces
En una entrevista con el Observatorio Latinoamericano de la Sinodalidad, la Hna. Cannavina señaló que uno de los principales logros del Sínodo de la Sinodalidad el trabajo conjunto con los Episcopados y las Conferencias Nacionales de Religiosos. Este esfuerzo ha dado lugar a la creación de un equipo continental ampliado y a la producción de recursos que promueven una Iglesia más sinodal: “La sinodalidad no es solo un proceso, sino una forma de vivir y actuar”, subrayó.
Uno de los retos más grandes que enfrenta la Iglesia, según la religiosa, es la integración de todas las voces, especialmente aquellas que han estado en los márgenes. Señaló que el Sínodo de la Amazonía fue una gran lección en este sentido, ya que permitió visibilizar nuevas formas de participación y acceso al proceso sinodal.
“Requiere una sensibilidad especial para intuir las formas más adecuadas, siempre con un enfoque ‘en salida’ y no simplemente ‘en espera’ de que lleguen. No podemos seguir promoviendo una Iglesia ‘para los de siempre’; la verdadera riqueza proviene de la pluralidad”, precisó.
La sinodalidad en la vida cotidiana
La Hna. Daniela reiteró la necesidad de llevar la sinodalidad de la teoría a la práctica en el día a día de las comunidades eclesiales. Para ello, recordó la metodología de la ‘conversación en el Espíritu’ como una herramienta clave para el discernimiento y la toma de decisiones compartidas.
Además, insistió en que compartir testimonios y experiencias de buenas prácticas sinodales ayuda a fomentar una Iglesia más inclusiva y comprometida con la escucha y la participación de todos sus miembros.
La participación activa de la mujer
Otro aspecto que toma la entrevista es la participación de las mujeres en la Iglesia: “El lugar de la mujer en una Iglesia sinodal es un tema central que afecta la identidad misma de la comunidad eclesial y la manera en que vive su misión. En una Iglesia que camina junta, la participación activa de la mujer no solo un derecho, sino una necesidad para que la sinodalidad sea auténtica y plena”, afirmó la Hna. Cannavina.
Remarcó que es urgente avanzar en un reconocimiento real de la labor femenina en la Iglesia, erradicando estructuras de poder que limiten su presencia y promoviendo cambios concretos en las instancias de liderazgo eclesial.
“Es importante conocer y fomentar las posibilidades que ya existen en el Derecho Canónico, promoviendo su implementación en los diversos ámbitos eclesiales. El Papa Francisco ha dado pasos importantes en este sentido (últimos nombramiento realizados), como se evidenció en los resultados de la última Asamblea sinodal. Esto contribuye a abrir tanto la mente como el corazón hacia una mayor inclusión y participación”, sostuvo.
La vida consagrada y la sinodalidad
La secretaria general de la CLAR resaltó que la vida consagrada tiene un rol fundamental en la consolidación de la sinodalidad. Hizo un llamado a la renovación de sus estructuras y vínculos, con un liderazgo transformador que impulse la misión compartida y la corresponsabilidad.
“Vivir plenamente la dimensión sinodal será esencial para que la vida consagrada se enfoque en la espiritualidad, el discernimiento y la formación permanente”, afirmó. En este sentido, manifestó la necesidad de fomentar espacios de formación que reflejen la esencia sinodal de la Iglesia.
Además, mencionó que es necesaria la creación de organismos participativos que integren la misión compartida y un liderazgo transformador, “evitando la centralización verticalista y clericalista y promoviendo la corresponsabilidad y una autonomía junta”.
Un mensaje de esperanza
La Hna. Daniela Cannavina invitó a todos los miembros de la Iglesia a seguir construyendo una comunidad basada en la escucha, la corresponsabilidad y la fraternidad. “Sigamos caminando juntas/os, ayudándonos a ser una voz profética y centinelas vigilantes de las llamadas del Espíritu. Que nuestra vida consagrada sea un testimonio vivo de apertura, escucha y entrega en el servicio al Pueblo de Dios”.
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