“Quédate con los pobres y humildes, los indígenas y afroamericanos que no siempre han encontrado espacios para expresar la riqueza de su cultura y la sabiduría de su identidad”. Así expresaba su plegaria el entonces papa Benedicto XVI durante la apertura de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en el Santuario de Nuestra Señora de la Concepción Aparecida (Brasil) el 13 de mayo de 2007.
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Han pasado 15 años y vale la pena preguntarse desde diversos ángulos: ¿Qué es Aparecida? ¿Una fuerte conmoción? ¿Una Iglesia no apta para tibios? ¿Una Iglesia desinstalada? ¿Un nuevo pentecostés para el continente? ¿Compromiso “para que el mundo crea”? Misión Celam ha buscado respuestas con algunos de sus protagonistas, entre ellos, el cardenal Álvaro Leonel Ramazzini, obispo de Huehuetenango (Guatemala).
Según explica, en 1992 “habíamos celebrado la IV Conferencia en Santo Domingo, habíamos celebrado el Sínodo de América (1997) y parecía que nuestras reflexiones y compromisos habían caído en muchos sectores de la Iglesia como compromisos que no lograban los objetivos planteados”; al mismo tiempo “la situación de América Latina y el Caribe mostraba una serie de problemas que ponían en entredicho el modo de vivir la fe y lograr que el compromiso cristiano fuera tal que transformara”. La conclusión lógica era: “por qué no se lograba pasar de una práctica religiosa muy piadosa a un compromiso que cambiara estructuras”.
Desde Panamá, en la diócesis de David, provincia de Chiriquí, su titular, el cardenal José Luis Lacunza prefiere ser prudente antes de dar una definición, pues cree que Aparecida “fue todo eso y mucho más. Como nos mostró el papa Francisco en Evangelii gaudium, Aparecida dio y sigue dando materia suficiente para una puesta al día de la Iglesia según la propuesta del Concilio Vaticano II. El hecho de que el Papa no quisiera convocar una nueva Conferencia General del Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam), sino una Asamblea Eclesial para revisar y reponer Aparecida, lo explica todo”.
Por su parte, Emilio Aranguren, obispo de Holguín (Cuba), y Andrés Stanovnik, arzobispo de Corrientes (Argentina), coinciden en que Aparecida “es un nuevo Pentecostés para el continente”. Para el prelado cubano, actual presidente de la Conferencia de Obispos de Cuba, es “un nuevo Pentecostés desde Alaska hasta la Tierra de Fuego, en consonancia con el Sínodo de América, celebrado en diciembre de 1997”, mientras que su par argentino recuerda que en el documento conclusivo se hace referencia “a la experiencia de Pentecostés al menos seis veces de un modo explícito”.
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Antecedentes de Aparecida
El cardenal Jorge Mario Bergoglio fue el coordinador de la comisión que redactó el documento final y a la postre se convertiría en el sucesor de Benedicto XVI. Al respecto, Aranguren echa mano de algunos antecedentes: “Novo Millennio Ineunte –6 de enero de 2001– viene a ser (así lo he leído) el testamento pastoral de san Juan Pablo II que, a su vez, coincidió en nuestro continente con la exhortación postsinodal Ecclesia in America que el mismo Papa había entregado en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, en enero de 1999. En ese espíritu, se celebró la 29ª Asamblea General del Celam en Tuparendá, Paraguay, en el 2003.
Fue Karol Wojtyla quien aprobó la V Conferencia General y, posteriormente, Benedicto XVI la ratificó y señaló la sede y el lema, al que le añadió el “para que los pueblos en Él tengan vida”. Por tanto, asevera el obispo cubano, Aparecida –el antes y el durante, especialmente– incidieron en el cardenal Bergoglio, a quien correspondió servir como ‘facilitador’ para lograr la común-unión tan necesaria que reinó allí. Tal como lo vivimos, en primer lugar, fue ‘un espíritu’ que, posteriormente, se concretó en un documento”.
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