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La familia palotina argentina, feliz y esperanzada: el arzobispo de Buenos Aires impulsa la causa de canonización de los cinco mártires de San Patricio, “se la puso al hombro”

El 4 de julio de 1976 murieron asesinados en la Parroquia San Patricio de Buenos Aires, Argentina, 3 sacerdotes y 2 seminaristas de la familia palotina: los padres Alfredo Leaden, Pedro Dufau y Alfredo Kelly, y los seminaristas Salvador Barbeito y Emilio Barletti. Cada año, los 4 de julio se los recuerda con una misa en el mismo templo donde sirvieron como cristianos comprometidos con su tiempo hasta el último aliento y donde encontraron esa injusta muerte, tan cruel como prematura.

 

 

Y ayer sucedió lo mismo —familiares, amigos, las comunidades escolares palotinas, tantos y tantos compañeros de la vida… reunidos en torno al altar, las fotos de “los cinco” en palpable presencia— pero con algo que renovó una esperanza: el arzobispo de Buenos Aires “se puso al hombro” impulsar la causa del martirio de “los cinco”.

 

Con actitud y sin misterios

Así lo anunciaba con agradecimiento sincero el postulador de la causa, el sacerdote palotino Juan Sebastián Velasco, mirando al arzobispo de Buenos Aires, monseñor Jorge Ignacio García Cuerva:

“Te quiero agradecer especialmente a vos, Jorge Ignacio, te digo así porque está Jorge Lozano [a quien había destacado momentos antes por su presencia desde siempre, un amigo de la casa] aquí, por tu cercanía, por tu predisposición que desde que asumiste en la arquidiócesis ya el año pasado, el venir, en conocer, en preocuparte y, les confieso que fue —hace un par de meses— al primero que invité (…) y te agradezco, y lo digo porque lo estuviste difundiendo y es de conocimiento público. Yo soy postulador también de la causa canónica y siempre me preguntan cuarenta y tantos años después ‘¿qué hace falta para que la causa canónica avance?’. Él lo estuvo diciendo pero yo lo voy a poner en palabras más fáciles; para que cualquier causa avance hacen falta dos cosas: una, cinco como ellos y ya los tenemos en 48 años; dos, un obispo, un arzobispo que se la ponga al hombro, y vos te la pusiste al hombro. Después nosotros vamos a trabajar juntos. (aplausos sostenidos en el templo). No hay ningún misterio. Eso es una causa canónica”.

Una misa, una homilía

 

P. Pablo Bocca, Mons. Jorge Lozano, Mons. García Cuerva, Mons. Giorgi, P. Juan Sebastián Velasco

La misa fue presidida por monseñor García Cuerva, concelebrada por monseñor Jorge Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo; monseñor Alejandro Giorgi, auxiliar de Buenos Aires; los sacerdotes palotinos Pablo Bocca y Juan Sebastián Velasco, y otros 20 sacerdotes. La prédica estuvo a cargo del arzobispo porteño quien destacó cuatro aspectos de la fe “los cinco”: la audacia, la centralidad en Jesús y en la oración, la importancia de lo comunitario en sus vidas, y el indudable compromiso con el tiempo que les tocó vivir.

Ojos de testigo

Para tener una dimensión de lo que sucedió aquel 4 de julio del año 76, recuperamos el relato de Rolando Savino, el organista de la parroquia San Patricio quien fue el primero en descubrir la masacre:

Ellos solían abrir el templo a las 7:30. El padre Alfredo Leaden, sobre todo, que estaba encargado de la misa de las 8:00, a las 7:30 ya estaba con su breviario frente al altar del Sagrado Corazón rezando.

Yo ese día ese día llegué 7:20 y no me extrañó ver el templo cerrado, esperé… era una mañana muy fría y pensé que se habían demorado un poquito, pero pasaban los minutos, 7:40, y como la gente sabía que el templo abría temprano ya había feligreses que esperaban y se preguntaban entre ellos qué pasaba.

Miré en las habitaciones que daban al frente de la casa y vi luz, me tranquilicé pensando que estaban levantados y que simplemente estaban demorados; como yo conocía el movimiento de la casa empecé a buscar la forma de entrar. Detrás de la casa había un salón con la persiana levantada, le dije a una señora que si me ayudaban entraba…

Las luces (del interior de la casa) estaban prendidas y en el pasillo central estaba la perrita Inca, que me miraba, ahora pienso que estaba triste y no vino a saludarme. Me miraba de lejos… Busqué la llave del templo y de la casa parroquial, vi la estufa encendida en el pasillo y pensé que estaban levantados. Fui al templo, preparé las cosas para la misa y miré el reloj, ya habían pasado unos minutos de las 8:00 y no entendía por qué si eran muy puntuales, recordé la estufa del pasillo y pensé que se habían quedado dormidos y hubo pérdida de gas. Ahí empecé a asustarme. Volví a la casa, entré con la llave que tenía en mano y comencé a golpear las palmas y a nombrar a cada uno, por supuesto que hubo silencio.

Seguí golpeando las palmas y subí las escaleras porque los cuartos estaban en el primer piso. ‘¡Miren que estoy subiendo!’, dije y repetía los nombres de cada uno. En el descanso de la escalera giré y vi un desorden descomunal, había escrituras en la puerta que decía ‘por nuestros camaradas dinamitados de Seguridad Federal. Venceremos. Viva la Patria’, estaba escrito con tiza. Había insultos en la alfombra, yo no entendía nada, estaba totalmente aturdido mirando el desorden y esas escrituras que no entendía qué querían decir y cuando miré para el lado del living, vi los cuerpos sin vida… Pensé que estaba soñando, fue una imagen de terror. Volví a mirar y vi lo mismo.

Giré. Bajé la escalera y cuando llegué a la puerta (de ingreso a la iglesia) la gente me asaltaba preguntando: ‘¿Qué pasó?’, yo no podía decir lo que había visto…

Tenía 16 años. El padre Alfredo me dio la Primera Comunión de 1968. Ellos eran mis maestros y me sentí arruinado porque me habían quitado a mis líderes, a mis maestros. Todo lo que sé de Dios y Liturgia me lo enseñaron ellos…

Cuando terminó la misa del 5 de julio y retiraron los cuerpos de la parroquia, me quedé donde estaban los porta ataúdes, mirando la iglesia y dije: ‘Bueno, ahora tengo que poner en práctica todo lo que me enseñaron, ahora es el momento de dar testimonio de lo que ellos me enseñaron”. Y con mucha tristeza, pero con fuerza, porque no dejé que la tristeza me derribara. Y así lo sigo sintiendo y siento que ellos me impulsan a seguir. Para mí son Santos y Mártires desde el momento cero, no hace falta que alguien me diga que no’”.

 

Testimonio del padre Rodolfo Capalozza, seminarista y compañero de «los cinco» quien aquella noche hubiera debido estar allí:

 




 

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