En la noche del 2 de agosto la Arquidiócesis de Tunja, en Colombia, anunciaba “con profundo dolor, pero con la esperanza puesta en el Señor Resucitado”, el fallecimiento de Mons. Luis Augusto Castro Quiroga, quien fuera su arzobispo hasta el 11 de febrero de 2020, cuando el Papa Francisco aceptó su renuncia al gobierno pastoral de la arquidiócesis.
Desde ese momento los homenajes y reconocimientos se han desbordado a través de los medios de comunicación, en la velación y en la Eucaristía celebrada en la tarde del 3 de agosto en la Catedral Primada de Colombia, en Bogotá, presidida por el Nuncio Apostólico de Su Santidad, Mons. Luis Mariano Montemayor.
Hombre de Dios y de Iglesia
A sus 80 años de edad –cumplidos el pasado 8 de abril–, el liderazgo pastoral de Mons. Luis Augusto Castro era ampliamente valorado como “un auténtico artesano de la paz” entre los colombianos, tal como afirmó Mons. Gabriel Villa Vahos, su sucesor en la Arquidiócesis de Tunja, quien lo ha recordado como “un hombre de Dios, un hombre de Iglesia (…), enamorado de la misión, inspirado y prolífero escritor eclesiástico y destacado catequista”.
Nacido en Bogotá, Mons. Castro Quiroga cursó sus estudios de primaria y secundaria en el Instituto San Bernardo, orientado por los Hermanos de las Escuelas Cristianas –más conocidos como Hermanos de La Salle–, congregación religiosa cuyo carisma educativo también se extendió a la Institución Educativa Nacional Dante Aligheri, cuando unas décadas después –siendo obispo del entonces vicariato apostólico San Vicente – Puerto Leguízamo–, su ex alumno los invitó a contribuir con una educación para la paz y para la vida en San Vicente del Caguán (Caquetá), una de las regiones que más ha sido afectada por la violencia y la confrontación armada.
Amor por la misión
Su inclinación por la vida sacerdotal y misionera se concretó en el Instituto Misiones Consolata, al que ingresó desde joven. Su formación filosófica la realizó en la Pontificia Universidad Javeriana (Colombia), cursó su noviciado en la ciudad italiana de Bedizzole y la teología en la Universidad Urbaniana, en Roma, siendo ordenado en la misma ciudad el 24 de diciembre de 1967, el mismo año en que había realizado sus votos perpetuos como religioso de la Consolata el 10 de marzo. Posteriormente realizaría una especialización en orientación psicológica en la Universidad de Pittsburg (Estados Unidos) y el doctorado en teología en la Pontificia Universidad Javeriana.
Al interior de su congregación religiosa, en Colombia, fue vicario cooperador de la parroquia de la Catedral y Rector de la Universidad de la Amazonía, en Florencia (1973-1975). De 1975 a 1978 dirigió el Seminario Mayor para los estudios Filosóficos del Instituto Misiones Consolata en Bogotá y fue consejero provincial. Luego, de 1978 a 1981 fue elegido Superior Provincial de los Consolatos y entre 1981 y 1986 asumió como miembro del Consejero General del Instituto.
Su nombramiento como obispo titular de Acque Flavie y Vicario Apostólico de San Vicente – Puerto Leguízamo se produjo el 17 de octubre de 1986, por el Papa san Juan Pablo II, quien 12 años más tarde lo nombró arzobispo de Tunja, a partir del 14 de marzo de 1998. Allí permaneció por 22 años hasta el 2020.
Aporte a la Iglesia latinoamericana y caribeña
Ese mismo año, ya como obispo emérito, la Editorial Celam publicó su libro El hilo misionero de la historia humana, en la Colección Autores, en continuidad con Cuando el corazón le habla al corazón (2019), un “tratado de misionología para pequeñas comunidades”, como él mismo lo subtituló. Su aporte a la teología –sobre todo a la misionología– fue ampliamente conocido en el continente, y a nivel de la Iglesia latinoamericana y caribeña, sus escritos sobre animación y formación misionera fueron una de sus mayores contribuciones, particularmente de cara a la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano celebrada en Santo Domingo (1992), en el mismo periodo en que presidió el Departamento de Misiones del Celam (DEMIS), entre 1991 y 1995.
Con todo, además de su aporte como autor y como pastor, Mons. Luis Augusto Castro pasará a la historia de Colombia como uno de los obispos que se la jugó por el proceso de paz y de reconciliación. Así lo hizo al colaborar como mediador en múltiples instancias eclesiales, gubernamentales e intersectoriales que permitió la liberación de secuestrados, la promoción de los derechos humanos y el desarrollo de diálogos para hacer posible la paz desde los postulados del pensamiento social de la Iglesia y de los procesos de reconciliación.
‘Misionero de la paz’
Por su labor como “misionero de la paz”, trascendió su liderazgo como Presidente de la Comisión de Conciliación Nacional, por ocho años, y como Presidente de la Conferencia Episcopal de Colombia en dos periodos: 2005-2008 y 2014-2017.
Tras la celebración de la misa de exequias y su sepultura en la Catedral Santiago Apóstol, de Tunja, este 4 de agosto, la Iglesia confía “que su legado sea para las actuales y futuras generaciones, un verdadero estímulo para vivir con pasión el trabajo por la extensión del Reino de Dios, en un decidido empeño misionero y en la búsqueda de la paz y la reconciliación, por las vías del diálogo”, como ha dicho Mons. Villa.
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