Hay un libro de un sacerdote argentino cuyo título llamó siempre mi atención: “El sueño de Francisco: la Evangelii gaudium.” Contrariando al célebre Calderón de la Barca en su condena a la libertad humana que cae presa del determinismo, el Papa Francisco afirmó hace ya 10 años “sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual”.
Así, ya desde el comienzo de su Pontificado, nos convocó a abandonar el “siempre se hizo así” y nos entregó su primera exhortación apostólica que posee un innegable y evidente carácter programático. No fue ésta la única referencia a sus sueños. Francisco expresa sus grandes ideales en forma de sueños que luego dan lugar a proyectos, programas, políticas.
Cuando los sueños no son solamente sueños
El Papa sueña no como un utópico sino como un planificador. El 2 de febrero de 2020, fiesta de la Presentación del Señor, en el séptimo año de su Pontificado, Francisco nos regaló la Exhortación Apostólica Postsinodal Querida Amazonía. Aquí desarrolló estos cuatro sueños: el sueño social: la Iglesia al lado de los que sufren, el sueño cultural: cuidar el poliedro amazónico, el sueño ecológico: un sueño hecho de agua y el sueño eclesial: una Iglesia con rostro amazónico.
En 2022, en su encuentro con los Trapenses que estaban celebrando su Capítulo General, se detuvo en la presentación de cuatro sueños para la Iglesia: comunión, participación, misión y formación.
Hoy, en pleno camino sinodal, “soñamos con una Iglesia abierta, disponible y atenta a las necesidades de la humanidad. Soñamos con una Iglesia que transparente en su actuar el rostro de Jesús. Soñamos con una Iglesia paciente, humilde, perseverante y audaz en la que la jerarquía esté al servicio del Pueblo de Dios. Soñamos con una Iglesia que camina sinodalmente, fundada en la igual dignidad de todos sus fieles por el bautismo, y que promueve y asegura la participación de todos en la misión.”
El Sínodo, camino de esperanza
En el corazón de los grandes sueños vive la esperanza. El proceso sinodal que hoy estamos viviendo se inició el 9 de octubre de 2021 y se extenderá hasta octubre de 2024. Hace referencia a una doble dimensión de la sinodalidad: caminar juntos como Pueblo de Bautizados y acompañar a la humanidad toda, de la cual la Iglesia es servidora, hacia la plenitud del Reino de Dios.
Siguiendo al Papa Francisco podemos afirmar “tengo una certeza dogmática: Dios está en la vida de toda persona”. Por eso, una Iglesia sinodal no es sólo aquella que sabe acoger, sino también una Iglesia que sale al encuentro y está abierta a la fraternidad universal.
El Pueblo de Dios que no se cierra sobre sí mismo sino que dialoga con los interlocutores de un mundo plural. En el lenguaje del Papa, se trata de “una Iglesia conectada con lo bajo, con lo pequeño, con los problemas de la gente, con los marginados por la cultura del descarte”.
Llegando a las periferias digitales
En los inicios de este camino algunos miembros del antiguo Proyecto RIIAL (Red Informática para América Latina) se sintieron convocados a responder al llamado del Papa, llegando a las periferias, allí donde están aquellos abandonados que Dios no abandona.
En el espacio digital hallaron la existencia de muchos abandonados, especialmente jóvenes y también discapacitados que no encuentran en la Iglesia institución un lugar de acogida y de participación. De este modo, en respuesta al sueño misionero de Francisco, nació el Proyecto “La Iglesia te escucha”, que hoy identificamos como Sínodo Digital.
Junto a otros compañeros participé desde la primera hora en esta experiencia, un verdadero kairós de esperanza. En este fraterno grupo de trabajo fui convocado a coordinar las síntesis de las distintas fases que fueron presentadas ante la Secretaría General del Sínodo y hoy seguimos animando a los influencers/misioneros digitales en el descubrimiento de su identidad y misión.
Esta profunda experiencia eclesial tocó fuertemente las fibras de mi corazón de catequista y de catequeta. Junto al Padre Omar Osiris de México participamos, a lo largo de este año, en diversas instancias formativas, ayudando a los catequistas de América Latina y el Caribe a reflexionar acerca de la profunda relación existente entre la catequesis y la sinodadidad.
Laboratorio de sinodalidad
A lo largo de este itinerario formativo, tres preguntas fundamentales fueron haciendo su contribución a la reflexión catequética. ¿Cómo se relacionan catequesis y sinodalidad? ¿Qué aporta la catequesis a la sinodalidad? ¿Cómo hacer realidad la sinodalidad en la catequesis?
A partir de ellas, pudimos descubrir que la catequesis como laboratorio de diálogo es, en definitiva, laboratorio de sinodalidad. Dicho de otro modo: educa para ser una Iglesia sinodal, viviendo ya esa experiencia durante la catequesis. Al mismo tiempo una Iglesia que vive y trabaja sinodalmente favorece una catequesis como laboratorio de diálogo.
En el nuevo Directorio para la Catequesis se reafirma el papel de la comunidad cristiana como lugar natural de generación y maduración de la vida cristiana, quedando de esta manera suficientemente subrayado que la catequesis es una acción de naturaleza eclesial, siendo esta dimensión esencial y constitutiva.
En analogía con el conocido adagio sobre la relación entre Iglesia y Eucaristía, podríamos decir que si “la Iglesia hace la catequesis” (la Iglesia como sujeto de la catequesis), también es verdad que “la catequesis hace la Iglesia” (la Iglesia como objetivo y meta de la catequesis).
Se afirma aquí la dimensión eclesial de la catequesis, puesto que es la Iglesia la que catequiza; pero, también se quiere entender la actividad catequística como lugar de educación para el “sentido de la Iglesia”, lugar de “experiencia” de Iglesia y como factor de renovación de la misma Iglesia.
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