Hermano de todos, centinela de la realidad, decidido servidor, garante de la unidad y expresión genuina del Evangelio, cinco tareas, cinco esperanzas que definen la misión y autoridad del obispo en una Iglesia sinodal de acuerdo con la propuesta de la Hna. Gloria Liliana Franco en su disertación durante uno de los foros teológico – pastorales que hacen parte de las actividades que se realizan en el contexto de la segunda sesión del Sínodo sobre la sinodalidad.
Misericordia de Dios
El párrafo 38 del Instrumentum Laboris está dedicado específicamente al obispo que «tiene la tarea de presidir una Iglesia siendo principio visible de unidad en ella y vinculo de comunión con todas las Iglesias», una demanda de la realidad ante la que surgen diversos interrogantes: ¿En qué se fundamenta esta tarea específica? ¿Cómo deben concebirse y vivirse en una Iglesia sinodal misionera las relaciones entre el Obispo, los presbíteros y los diáconos?, apenas dos interrogantes de muchos que se plantearon en el espacio moderado por la profesora Anna Rowlands y en el que aportaron su visión del tema, los profesores Carlos María Galli, Roberto Repole, Gilles Routhier y Mateo Visioli, además de la religiosa colombiana.
La Hna. Gloria Liliana Franco es religiosa de la Orden de la Compañía de María Nuestra Señora, preside la CLAR, la Confederación Latinoamericana y Caribeña de Religiosas y Religiosos e integra el equipo de teólogas del Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño (CELAM), experiencias académicas y pastorales fundamentan sus palabras que en esta oportunidad se iniciaron con la mención a la carta de San Pablo a Timoteo: “Doy gracias al que me dio la fuerza, a Cristo Jesús, nuestro Señor, por la confianza que me tuvo al llamarme al ministerio”.
Fragmento de la Palabra al que la religiosa apeló para afirmar que es ahí donde reside la autoridad: en la gracia. «No es mérito propio, ni fruto de un currículo admirable, es simple y llanamente misericordia de Dios que, conociéndonos, puso la mirada en cada uno de nosotros, para que desde la vocación específica que hemos recibido, caminemos con Él, lo sigamos y le ayudemos apasionados por el Reino».
Configurados con Cristo
Para la religiosa es «la experiencia de la gracia la que nos abre a la trascendencia, doblega al ministerio y ofrece plena conciencia de la vulnerabilidad, la finitud y el derroche de amor que Dios ha tenido con nosotros al confiarnos su misión».
Así a manera de coloquio y haciendo énfasis en ciertos aspectos preponderantes, recordó a los obispos la importancia de tener una vida espiritual sólida que sea algo así como la columna vertebral de su ministerio. «Oren permanentemente, para que puedan configurarse con Cristo y servir a su estilo» pues se trata de la experiencia de sentirse llamados a ponerse en camino reconociendo que “todo es don y la autoridad que tienen les ha sido dada y ha de conducirlos a la kenosis, es decir, a entregarlo todo a dar la vida”.
Reconociendo que los obispos son nuestros hermanos y han sido convocados por Dios para ayudar a otros a vivir a plenitud la fraternidad, insistió en que su ministerio tiene un fundamento trinitario y la trinidad es una comunidad de amor. Entonces sin desconocer que tienen muchas y diversas funciones administrativas, no deben sentirse limitados para el ejercicio de la más auténtica de sus vocaciones la de «ser pastores, los decididos cuidadores que con amor misericordioso velan por los demás».
Así Franco abogó por un espacio en su agenda y que no se limiten en el desgaste de las demandas burocráticas y fomenten un vínculo necesario. «Ayúdennos a purificar los modos relacionales. No encubran nada que consideren que es dañino; que ningún tipo de abuso lo apague el silencio en su voz de pastor».
Gestos contundentes
En este sentido es necesario insistir en la importancia del tiempo que los obispos comparten con la gente, el valor de gestos como la visita a las parroquias y las casas de la gente, los recorridos por la diócesis, porque en palabras de la religiosa «hace mucho bien verlos próximos, acogedores, cercanos y solidarios».
Así en su misión episcopal resulta determinante la escucha que han de privilegiar, porque su actitud logra validar la existencia de los demás. el objetivo es situarse con “la reverencia de quien sabe que el otro es tierra sagrada”, por lo que en el ámbito de las relaciones con sacerdotes, diáconos y religiosos la misión ha de «ayudarlos a cultivar la amistad, sentir el gozo de encontrarse en la diversidad de los carismas, ministerios y vocaciones», en tanto es necesario articularse y ensanchar la red apostólica y misionera de la Iglesia para que en lo cotidiano y a ejemplo de Jesús puedan abajarse para susurrarle a los demás: «existen y me importan».
Igualmente, señaló respecto a la misión que Dios les ha confiado es necesario que habiten los territorios que Dios les confía, por ende informarse y formarse sobre la realidad les permitirá escuchar e interpretar los hechos, porque no pueden «olvidar que la realidad es la narrativa que Dios usa para manifestarles su voluntad». En este sentido sus “homilías, discursos y posiciones deben dar cuenta de su experiencia de Dios y de un conocimiento profundo de la realidad». Partir de la vida y dirigirse a la gente con la elocuencia de quien conoce la cultura, los valores, las heridas y esperanzas de su pueblo, no puede dejarse de lado.
Liderazgo y ofrenda
Así «nada de lo que suceda en su Iglesia particular, ni en el mundo, debe serles ajeno». Se trata de acuerdo con la consagrada, de conocer la realidad de la diócesis porque la opción por Jesús y el reino ha de ubicarlos en un binomio que define como inseparable: el anuncio de la buena noticia de Jesús y el compromiso decidido por el desarrollo integral. «No hay separación entre fe y vida, creerle a Jesús exige trabajar por su reino», declaró.
Una autoridad que Dios les ha dado y no servirá de nada sino los conduce a servir, porque como aseguró todo ejercicio de autoridad, de liderazgo debe traducirse en ofrenda y no en un «asidero de privilegios que los distancie de los laicos, la vida consagrada, los diáconos y los sacerdotes de su diócesis, porque los obispos no pueden olvidar que también son discípulos y no pueden situarse en el lugar de la suficiencia o la soberbia. »
Entonces será clave saberse ubicar en el lugar de la humildad, del que aprende, del que sabe que no tiene todas las respuestas. De hecho, acciones como alimentarse de la Palabra y favorecer las redes del vínculo y la relación que les permitan interactuar, caminar en corresponsabilidad, servir con novedad y sin protagonismos ante una misión que muchas veces sobrepasa y supera las fuerzas debe ser la prioridad.
“No claudiquen ante el cansancio, no aplacen las decisiones, han de renovar cada día su Sí para seguir a Jesús con renovado entusiasmo». Ante situaciones como las críticas de los escépticos, el peso de las instituciones y el inminente paso del tiempo, es preciso decidir y dejarse asesorar. «Encaminen todo hacía aquello que como inspiración del Espíritu consideran que le traerá más vida a la Iglesia y la hará más creíble y coherente con el proyecto de Jesús».
Canales de la misericordia
Una exhortación a trabajar por la comunión, favorecer la participación, implicarse con otros para mejorar del mundo, construir el Reino. Camino en el que será necesario privilegiar la comunicación, creer en el valor de las narrativas comunes. “Comuniquen con acierto y transparencia; rindan cuentas, tomen decisiones sin miedo al conflicto”.
En su opinión la opción es por la participación; “ayúdennos a ensanchar la mesa, sean incluyentes y acojan la diferencia. Enriquezcan sus diócesis con Consejos pastorales, de evangelización, económicos…Dispónganse para el intercambio que cuando es auténtico produce conversión”, explicó diciendo que “la constatación de la fragilidad humana, no debe escandalizar porque no deben situarse como jueces, poir el contrario han de ser siempre canales de la misericordia y el amor de Dios.
Seguramente la consecuencia del ejercicio misionero hará que aflore el conflicto y la contradicción; “mírenlo a la cara, nómbrenlo, descríbanlo, identifíquenlo, para que de esa manera no se constituya en un fantasma capaz de atemorizarlos. No permitan que se rompa la unidad”, recomendó.
En últimas la meta es la de abrazar la misión del Buen pastor, “el que deja las 99 ovejas y va por la perdida, desvívanse por ellas a quienes aman, huelan a ellas en su ser, viviendas, atuendos y vituallas», porque como en el poema de Don Pedro Casaldáliga, también a los obispos los queremos hermanos y radicalmente humanos, dispuestos a construir la iglesia sinodal por la que el mundo espera.
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