Por Rixio G. Portillo Ríos / Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey
Si algo sigue siendo tema de atención en la opinión pública es la comunicación del papa Francisco, que comunica con gestos, expresiones, actuaciones pero principalmente con el uso formal del lenguaje.
El lenguaje como patrimonio común es un ejercicio compartido, y en vez de dividir, imponer o segregar; en la lógica de Francisco es para discernir y encontrar.
Su viaje a Canadá permite hacer un balance sobre la importancia de estos días, a partir de lo pronunciado, pues cada calificativo conlleva a una cualidad, y con esto a ponderar el peso intencional de sus palabras.
No un viaje, sino una peregrinación penitencial
La descripción de la visita, en términos del mismo papa, es una lección de cristianismo auténtico, una peregrinación denominada como penitencial. El Santo Padre hace penitencia e implora la misericordia, ante el penoso episodio del genocidio cultural en el que fueron vejados y maltratados más de 150 mil miembros de comunidades indígenas.
Remarcar los adjetivos utilizados por el Papa, en sus discursos, permiten valorar la carga semántica de sus palabras. Nada ni nadie puede minimizar el sentido real de lo que ha dicho. Nadie puede decir que ha sido tibio, esquivo o acomodaticio.
Francisco dijo: “Es necesario recordar cómo las políticas de asimilación y desvinculación, que también incluían el sistema de las escuelas residenciales, fueron nefastas para la gente de estas tierras” (…) «las políticas ligadas a las escuelas residenciales han sido catastróficas”.
Nefastas, catastróficas, memoria sangrante, error devastador, fueron las palabras con las que el Papa pidió perdón; dolido en el corazón por la pretensión colonialista de algunos hijos de la Iglesia de la que él es obispo.
La memoria y la verdad como vías de sanación
Sin embargo, el Santo Padre honró la verdad, la responsabilidad y el mal en el mundo son una carga compartida, una culpa de todos, un pecado social lacerante por la acción o indiferencia de todos, por eso no excluyó a las autoridades civiles.
Si, el Papa pide perdón “por el modo en el que muchos miembros de la Iglesia y de las comunidades religiosas cooperaron, también por medio de la indiferencia, en esos proyectos de destrucción cultural y asimilación forzada de los gobiernos de la época, que finalizaron en el sistema de las escuelas residenciales”, dijo.
Reconciliación y apertura
Pero todo el horror de la tragedia en las Escuelas no es únicamente para reprochar o acusar delitos y pecados, todo camino penitencial conlleva a la conversión y a la reconciliación, y Francisco en Canadá es apóstol de conversión y ministro de la reconciliación.
El Papa, así como hizo uso de fuertes adjetivos para rechazar la tragedia del genocidio, también apuesta por una Iglesia que pueda servir a la solución y no sea más parte del problema:
“La Iglesia —y ojalá fuese siempre así—, la Iglesia no un conjunto de ideas y preceptos que inculcar a la gente, la Iglesia es una casa acogedora para todos. Y ojalá sea siempre así. La Iglesia es un templo con las puertas siempre abiertas. Lo escuchamos (…) esta parroquia es así: un templo con las puertas siempre abiertas, donde todos nosotros, templos vivos del Espíritu, nos encontramos, servimos y nos reconciliamos”.
Iglesia abierta, inclusiva, de hospitalidad y acogida, con los valores típicos de la cultura indígena, siempre de puertas abiertas, en salida, comunidad viva, testigo de vida en el Resucitado. Pues “no se puede anunciar a Dios de un modo contrario a Dios”, dijo.
El camino penitencial en Canadá incluye cinco encuentros con pueblos indígenas, y quizás el mejor discurso será la conversación privada del papa, con ex alumnos de las Escuelas residenciales, en la primaria de Iqaluit, del que no habrá registro de prensa, porque será la palabra indeleble de consuelo del pastor a las ovejas heridas.
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