En febrero de 2020, sin saber las dimensiones de la tormenta que se venía sobre nosotros, y sin aún medir las consecuencias que tendría la pandemia, estábamos preparando el camino para la primera Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe (AEALyC). Una experiencia animada por el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) y articulada con diversas instancias regionales eclesiales, entre otras, las de la Vida Consagrada y las de Pastorales Sociales.
Pocos meses antes, el papa Francisco había aconsejado que previo a la realización de una nueva conferencia del episcopado latinoamericano y del Caribe, se realizará una reunión en donde tuviera espacio todo el pueblo de Dios y en la que se siguiera profundizando sobre el mensaje del quinto CELAM (Aparecida, 2007), ya que este mensaje tenía mucho qué decirnos.
A partir del proceso de reestructuración del actual CELAM y retomando los frutos del Sínodo Amazónico era imperante establecer una ruta en busca de la consolidación de una verdadera eclesiología del pueblo de Dios, al modo de la Lumen Gentium del Concilio Vaticano II.
En su oración especial en tiempos de pandemia (marzo de 2020), el papa expresó que:
La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades… Nos llamas [Señor] a tomar este tiempo de prueba como un momento de elección.
Ante una situación tan dramática como la de la covid, la primera AEALyC se enfrentó a las preguntas más difíciles: ¿tenía sentido seguir adelante en la preparación de esta experiencia cuando la humanidad sufría una grave crisis?, ¿era posible efectuar un proceso sinodal de tal dimensión y profundidad? y ¿sería responsable para la Asamblea seguir con dicha experiencia cuando no sabíamos qué implicaciones reales tendría la covid sobre el pueblo de Dios?
Estas preguntas no se tomaron a la ligera, de hecho, el esquema de la Asamblea se transformó y en varias ocasiones la propuesta fue cambiando en su conjunto, conforme se iban siguiendo los acontecimientos en torno a la pandemia.
A la luz de las invitaciones del Señor de la vida, cuando la situación producida por la covid parecía más oscura, una experiencia de verdadero discernimiento comunitario nos llevó como comisión animadora a tomar una decisión ante la cual no daríamos ya marcha atrás. En el discernimiento se intuyó que esta experiencia habría de ser un signo profético de una Iglesia viva y cercana a su pueblo, por eso, la primera AEALyC habría de ser la huella indeleble de una Iglesia que no permanece pasiva y resguardada en medio de la crisis, sino que es capaz de ser una presencia que teje esperanza y construye futuro.
Era necesario optar por que sus miembros salieran mejores ante la crisis —a pesar de las innumerables limitaciones—. y mucho más comprometidos con el modo en que Jesús nos interpelaba en ese parteaguas de la historia eclesial.
A partir de ese momento —sucediera lo que sucediera—, la experiencia de la primera AEALyC estaba destinada a unir su destino con el del Pueblo de Dios y con el itinerario de conversión de toda la Iglesia, a pesar de sus muchas fragilidades. La Asamblea debería de ser también un instrumento de Dios para trazar un modo —ojalá irreversible—, de ser Iglesia en escucha sinodal y en salida para ser cada vez más discípula y misionera.
Finalmente, entre el 21 y 28 de noviembre de 2021, se celebró la AEALyC en la sede del episcopado en Cuautitlán, Estado de México.
Lo más valioso del camino
Desde lo planteado anteriormente, se ha ido realizado una experiencia inédita a nivel Iglesia, con un modo sinodal y con un enfoque genuinamente eclesial para una región/continente. Es imposible no considerar esta experiencia como un punto de inflexión en el camino de nuestra experiencia en América Latina y el Caribe. También ha sido, a pesar de ser regional, una contribución muy significativa para la Iglesia universal, ya que, a pesar de los temores de algunos, la Iglesia en esta región americana sigue siendo fiel al llamado de Dios para trazar una experiencia viva que siga afirmando que el proyecto de Reino está vigente.
“La Asamblea Eclesial significó una opción de la presencia viva de la Iglesia mirando hacia el futuro, al asumir los desafíos de la realidad y dando pasos concretos hacia un discipulado misionero sinodal”.
Como ya mencioné, en los tiempos de la pandemia, realizar la Asamblea Eclesial significó una opción de una presencia viva de la Iglesia mirando hacia el futuro, al asumir los desafíos de la realidad y dando pasos concretos hacia un discipulado misionero sinodal que era necesario seguir impulsando, aun en medio de las dificultades por la covid-19. El impulso del Sínodo Amazónico y la experiencia de la recién creada Conferencia Eclesial de la Amazonía, nos instaban para seguir adelante y para no perder el objetivo de construir una Iglesia más sinodal según el Evangelio.
En enero de 2021, asumiendo la invitación del papa Francisco en el lanzamiento de la Asamblea, en donde nos pidió «no excluir a nadie», se realizó un proceso de participación con todo el Pueblo de Dios. En él participaron de modo formal cerca de 70 mil personas, 45 mil en espacios comunitarios, alrededor de 10 mil de modo individual y cerca de 15 mil en foros temáticos propuestos y organizados por varias organizaciones de la Iglesia y otras instancias afines. Se contó además con un número de participantes —imposible de establecer con certeza, ya que algunas decenas de miles más no fueron registrados de modo formal—. En este espacio participó toda la diversidad de la Iglesia, con un fuerte énfasis en la representación del laicado y, sobre todo, de la mujer, como presencia esencial para el presente y futuro de la Iglesia. Si bien, aunque esta experiencia de escucha y su alcance fueron imitados se puede decir que ha sido algo inédito.
Se ha dejado atrás la visión de eventos aislados, ya que esta Asamblea es un proceso que no ha terminado y que está marcado por diversas etapas, claramente identificadas, organizadas e inspiradas en la propuesta sinodal de la Constitución Apostólica Episcopalis Communio, esto es, un llamado a seguir por los caminos trazados hace casi 60 años para nuestra Iglesia.
Algunos aspectos que no ayudaron en el proceso de la Asamblea
La participación en el proceso de escucha, aunque inédita, no pudo alcanzar con la fuerza suficiente a un mayor número de voces, presencias y representaciones de las diversas periferias geográficas y existenciales. No logramos implicar a las voces de los «improbables», es decir, los que nunca fueron escuchados, los que nunca participaron, los que siempre fueron destinatarios y no sujetos dentro de nuestro camino, sin embargo, estas presencias son imprescindibles para la consecución del objetivo planteado, aunque no hayan estado presentes del todo.
En las delegaciones de cada país, seleccionadas por las comisiones eclesiales, la participación en la fase plenaria no siempre reflejó la amplitud de la escucha o la diversidad de la Iglesia. Es decir, pesó más la tentación de delegar a los grupos más cercanos, a los más institucionalizados o a los más afines al pensamiento de quienes tienen cargos de dirección en la Iglesia. La participación más amplia y significativa de los grupos de periferia fue la ausencia más fuerte en las delegaciones de los países, y en la propia experiencia presencial en México. Algunas Conferencias Episcopales se comprometieron poco, tanto en su conjunto como en sus respectivas jurisdicciones eclesiásticas. En muchos casos fue gracias a las Conferencias de Religiosas(os), de las Pastorales Sociales y de otras instancias, que se logró una participación más amplia en algunos países.
Podemos decir también que faltó una preparación mucho más intencionada y cuidada de los delegados(as) para la Asamblea, pues percibimos que un buen número no hizo un ejercicio serio de lectura orante y reflexiva como preparación para su participación en la experiencia de discernimiento. Su rol suponía ser una representación de las diversas voces de la Iglesia de sus países y esto no sucedió así en muchos casos.
Además de lo anterior, no ofrecimos el suficiente acompañamiento, o las necesarias sesiones preparatorias, para que los delegados(as) tuvieran más elementos para el discernimiento comunitario, y su modo de participación en él, de modo que pudieran vivir una experiencia plena de pasar del «yo» al «tú»; del «tú» al «nosotros»; y en ese «nosotros» encontrarlo a «Él», al Señor Jesús y su voluntad.
La plataforma tecnológica, nuestra inexperiencia y cierta desorganización interna entre las instancias implicadas, presentó diversas dificultades que hicieron más complejo el proceso de participación plena en los grupos de discernimiento y en otros espacios de la Asamblea.
“La espiritualidad fue un elemento esencial a lo largo de toda la experiencia, centró nuestra vivencia hacia la búsqueda de la voluntad de Dios, a poner la palabra de Cristo y su seguimiento en el centro”.
El número de participación en la fase de escucha reflejó más de un 67% de presencia de mujeres de diversas instancias eclesiales, y en la fase de Asamblea Plenaria las mujeres fueron solamente el 36% de la representación en las delegaciones de los países. Esto es una de las limitaciones que más nos han preocupado. También notamos que, durante la Asamblea, a pesar de que se dieron signos contundentes de un deseo y disponibilidad para el cambio, se percibieron todavía algunas expresiones de clericalismo que fueron señaladas durante la misma.
Se ha dejado atrás la visión de eventos aislados, ya que esta Asamblea es un proceso que no ha terminado y que está marcado por diversas etapas, claramente identificadas, organizadas e inspiradas en la propuesta sinodal de la Constitución Apostólica Episcopalis Communio, esto es, un llamado a seguir por los caminos trazados hace casi 60 años para nuestra Iglesia.
Algunos aspectos que no ayudaron en el proceso de la Asamblea
La participación en el proceso de escucha, aunque inédita, no pudo alcanzar con la fuerza suficiente a un mayor número de voces, presencias y representaciones de las diversas periferias geográficas y existenciales. No logramos implicar a las voces de los «improbables», es decir, los que nunca fueron escuchados, los que nunca participaron, los que siempre fueron destinatarios y no sujetos dentro de nuestro camino, sin embargo, estas presencias son imprescindibles para la consecución del objetivo planteado, aunque no hayan estado presentes del todo.
En las delegaciones de cada país, seleccionadas por las comisiones eclesiales, la participación en la fase plenaria no siempre reflejó la amplitud de la escucha o la diversidad de la Iglesia. Es decir, pesó más la tentación de delegar a los grupos más cercanos, a los más institucionalizados o a los más afines al pensamiento de quienes tienen cargos de dirección en la Iglesia. La participación más amplia y significativa de los grupos de periferia fue la ausencia más fuerte en las delegaciones de los países, y en la propia experiencia presencial en México. Algunas Conferencias Episcopales se comprometieron poco, tanto en su conjunto como en sus respectivas jurisdicciones eclesiásticas. En muchos casos fue gracias a las Conferencias de Religiosas(os), de las Pastorales Sociales y de otras instancias, que se logró una participación más amplia en algunos países.
Podemos decir también que faltó una preparación mucho más intencionada y cuidada de los delegados(as) para la Asamblea, pues percibimos que un buen número no hizo un ejercicio serio de lectura orante y reflexiva como preparación para su participación en la experiencia de discernimiento. Su rol suponía ser una representación de las diversas voces de la Iglesia de sus países y esto no sucedió así en muchos casos.
Además de lo anterior, no ofrecimos el suficiente acompañamiento, o las necesarias sesiones preparatorias, para que los delegados(as) tuvieran más elementos para el discernimiento comunitario, y su modo de participación en él, de modo que pudieran vivir una experiencia plena de pasar del «yo» al «tú»; del «tú» al «nosotros»; y en ese «nosotros» encontrarlo a «Él», al Señor Jesús y su voluntad.
La plataforma tecnológica, nuestra inexperiencia y cierta desorganización interna entre las instancias implicadas, presentó diversas dificultades que hicieron más complejo el proceso de participación plena en los grupos de discernimiento y en otros espacios de la Asamblea.
“La espiritualidad fue un elemento esencial a lo largo de toda la experiencia, centró nuestra vivencia hacia la búsqueda de la voluntad de Dios, a poner la palabra de Cristo y su seguimiento en el centro”.
El número de participación en la fase de escucha reflejó más de un 67% de presencia de mujeres de diversas instancias eclesiales, y en la fase de Asamblea Plenaria las mujeres fueron solamente el 36% de la representación en las delegaciones de los países. Esto es una de las limitaciones que más nos han preocupado. También notamos que, durante la Asamblea, a pesar de que se dieron signos contundentes de un deseo y disponibilidad para el cambio, se percibieron todavía algunas expresiones de clericalismo que fueron señaladas durante la misma.
Cuando me han preguntado sobre lo más significativo de esta experiencia, he expresado que lo más importante es hacernos dos preguntas que están en el centro de lo vivido: ¿de qué modos concretos hemos sido transformados (a nivel personal, comunitario y como Iglesia) por la experiencia de encuentro y escucha del Dios de la vida en las voces concretas de su pueblo? ¿A qué nuevos caminos nos ha impulsado esto?
Podría responder que, si no hemos vivido una metanoia, es decir, una genuina conversión, la experiencia habrá sido en vano y seguirá siendo una amenaza para los sectores de un extremo, o una contribución siempre insuficiente o impura desde el reduccionismo ideológico para los sectores del otro extremo.
Ningún documento final, ninguna lista de desafíos y de orientaciones pastorales, ningún elemento metodológico u operativo de la experiencia, ningún acierto o limitación de la Asamblea, tienen sentido o valor si no nos ponen en la perspectiva de sabernos llamados(as) a un mayor seguimiento de Cristo.
Quisiera cerrar esta reflexión citando la oración de la Constitución Apostólica Episcopalis Communio y que nos invita a tener la actitud que ha sostenido nuestra Asamblea Eclesial:
Pidamos ante todo al Espíritu Santo, para los padres sinodales (en este caso, nosotros incluimos a los participantes de la AEALyC) el don de la escucha: escucha de Dios, hasta escuchar con él el clamor del pueblo; escucha del pueblo, hasta respirar en él la voluntad a la que Dios nos llama.
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Estos son los 41 desafíos que deja la Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe https://bit.ly/3ye5lcK
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Adriana Guevara says
3 de julio de 2022 at 12:57Muy buena reseña
Ángel Morillo says
4 de julio de 2022 at 08:44Gracias, te invitamos a compartirla entre tus contactos
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