El Miércoles Santo es el cuarto día de la Semana Santa, que invita al recogimiento y marca el cierra de la Cuaresma. Asimismo, da paso al Triduo Pascual que corresponde a los días Jueves, Viernes y Sábado Santo. La hermana Rosmery Castañeda —religiosa de las Hermanas de la Caridad Dominica de la Presentación y madre sinodal— reflexiona sobre esta jornada recordando que es un momento de gracia para vivir la caridad.
La religiosa, instó a ser una Iglesia que refleje la esperanza, que se comprometa con los más pobres, abrace a los excluidos y se convierta en un verdadero hospital de misericordia. Además, observó que la celebración de la Cena del Señor impulse a los fieles a ser portadores de consuelo y agentes de fraternidad, especialmente en este Año Jubilar.
La Cena del Señor: un encuentro que transforma
En su meditación, la hermana Rosmery tomando las lecturas del Evangelio para este día, recordó que Jesús no solo anticipa su entrega, sino que ofrece el mandato del amor, el “mandatum”. «El amor es un encuentro«, indicó, citando al papa Benedicto XVI, quien enseñó que la fe nace del descubrimiento de un Dios que ama profundamente y transforma.
La Eucaristía, explicó, no es solo memoria, sino un impulso misionero y es el banquete de la fraternidad. «El amor de Jesús no es como el amor humano, a veces interesado o calculador; es un amor que transforma y renueva la vida«, subrayó.
Iglesia que acompaña y sana
Por otra parte, enfatizó que la Iglesia, en su misión de comunión (koinonía), tiene la misión de estar presente al lado del que sufre. Desde su dimensión de servicio, está llamada a acoger a los excluidos, velar por la creación y ser testimonio vivo de unidad y reconciliación. «La diaconía y la koinonía son inseparables», aseveró.
En este contexto, recordó el mandato de Jesús: “Hagan esto en memoria mía”, haciendo énfasis en una doble invitación que contempla el banquete eucarístico y el servicio fraterno, refiriéndose al amor concreto que debe estar explícito en las periferias humanas. Hizo notar que el envío final de cada eucaristía no debe vivirse como despedida, sino como una llamada urgente a la acción, a ser buenos samaritanos que curan heridas y restituyen dignidad.
Una Iglesia al encuentro del que sufre
La hermana Rosmery, recordó que este Año Jubilar debe ser una oportunidad para reavivar la esperanza. Una esperanza no solo como una consigna, sino que salga al encuentro de tantas «soledades, tristezas, heridas sin curar y huérfanos de amor». La Iglesia está llamada a ser hospital de misericordia y a mostrarse como casa de todos, especialmente de los últimos.
«Vayan, y hagan ustedes también ‘esto’ por los demás», concluyó la religiosa, haciendo ver la urgencia de construir fraternidad, vivir la misericordia y anunciar el Reino con gestos concretos. “Porque en la mesa del Señor, todos —incluso los descartados— son comensales de honor”.
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