Uruguay puede ser considerado el país más laico de América Latina, lo que hace de la Iglesia uruguaya “pobre y libre”, afirma Mons. Arturo Fajardo, presidente de la Conferencia Episcopal del país. Una Iglesia a la que se le reconoce su aporte social.
El último 6 de mayo, la Iglesia uruguaya vivió un momento histórico, la beatificación de Mons. Jacinto Vera, primer obispo del Uruguay, “un pastor admirado, querido, una bonhomía, un obispo gaucho”, con estilo apostólico que Mons. Fajardo espera “nos ayude a retomar la pasión por el anuncio del Evangelio, sobre todo a los que más sufren, a los más pobres en nuestra sociedad, y anunciar la frescura del Evangelio, ese es el desafío que hoy nos deja la figura de este pastor”.
Vive en un país que podemos decir que en América Latina es el que tiene una tradición más laica. ¿Cómo ser Iglesia en un país donde esa laicidad marca la vida del día a día?
Es una Iglesia pobre y libre, y eso le da una gran libertad y capacidad también de presencia en lo social, sobre todo. Incluso los partidos, del signo que sean, reconocen el aporte social de la Iglesia en muchas realidades en que está presente, en la atención a los niños carenciados, en las obras sociales.
Y también en mi primera visita ad limina, estoy haciendo 15 años de obispo, nos decían que Uruguay podría ser un pequeño laboratorio de cómo la Iglesia se construyó en un proceso de secularización, que sobre todo al principio fue bastante excluyente, pero que hoy tenemos una cooperación con la sociedad y podríamos llamarlo laicidad positiva. Eso es un pequeño aporte que va creciendo en nuestro país.
Habla de libertad, ¿podríamos decir que la libertad garantiza la profecía, ayuda a que la Iglesia pueda expresar claramente lo que se espera de la sociedad a partir de la propuesta del Evangelio?
Creo que sí, una Iglesia como te decía pobre y libre, donde no tenemos ningún tipo de compromiso con el Estado, ni con la política. Quizás está demasiado reducida a un espacio que es lo propio de la vida espiritual, con una presencia que es valorada positivamente en el ámbito social, sobre todo por la atención a los más pobres, a la niñez abandonada. Hay una cantidad de proyectos que la Iglesia gestiona y que se reconoce que los gestiona positivamente.
La Iglesia del Uruguay ha vivido en este mes un momento histórico, la beatificación de Mons. Jacinto Vera, el primer obispo del Uruguay. ¿Quién era Jacinto Vera y qué ha representado para la Iglesia del Uruguay?
El catolicismo uruguayo es muy tardío, el primer obispo en el 1.800, quizás ello explica también por qué nuestra Iglesia es muy pequeña, muy frágil. Dependía de Buenos Aires, y fue primero Vicario Apostólico, después el primer obispo de Uruguay. Cuando leía estos días, y he tenido que leer bastante de la historia de él, creo que coincide mucho con los sueños y con la identidad que el Papa Francisco genera en la Iglesia. Era un obispo en salida, mucho de su tiempo lo dedicaba a las misiones, recorrió tres veces el país, sus colaboradores se quejaban de que nunca estaba en la sede.
Un obispo que atendía a los pobres, estuvo cerca de los pobres de muchas formas, en la atención a los enfermos, en la atención a aquellos más carenciados. Alguien que en una sociedad fragmentada supo generar unidad, en la guerra civil hizo un hospital de campaña en el Sitio de Paysandú, para atender a los heridos de los dos bandos. Cuando tuvo que estar exiliado porque el gobierno lo exilió y volvió, siempre su actitud fue la de generar vínculos, puentes y buscar entendimiento.
Fue para nosotros, y la historiografía oficial, de alguna forma lo ha ignorado, hoy se recupera, el hombre más querido de fines del siglo XIX. Un pastor admirado, querido, una bonhomía, un obispo gaucho, un cura gaucho, de una familia muy humilde, de origen canario, pero que supo ganarse el afecto, el cariño de su pueblo, sobre todo a partir de esa pasión por el Evangelio.
Y para un obispo uruguayo de hoy, ¿qué supone esa figura y esas actitudes del primer obispo del país?
Quizás en esa línea que el Papa Francisco pide hoy, que ese estilo apostólico de Jacinto nos ayude a retomar la pasión por el anuncio del Evangelio, sobre todo a los que más sufren, a los más pobres en nuestra sociedad, y anunciar la frescura del Evangelio, ese es el desafío que hoy nos deja la figura de este pastor.
Una Iglesia que forma parte del Celam, ¿cómo establecer puentes entre la Iglesia uruguaya y la Iglesia de América Latina y el Caribe?
El Celam es una realidad novedosa en América Latina y el Caribe. La realidad del Celam se ha universalizado en el pontificado del Papa Francisco, sobre todo a partir de Aparecida. Evangelii Gaudium, decía él, esa es la palabra que usaba, un refrito de Evangelii Nuntiandi y Aparecida.
La Iglesia uruguaya parte de esa realidad, enriquecida por el aporte de otras iglesias, pero aportando también su propio camino, sus propias dificultades, en esta sociedad marcada por la secularización.
Otro elemento importante en la vida de la Iglesia está siendo el Sínodo 2021-2024, ¿cómo está siendo vivido ese Sínodo en Uruguay?
Con algunas dificultades, pero hemos avanzado. En mi diócesis, toda la etapa sinodal, hace poquito que me cambiaron de diócesis, me sirvió para elaborar, en esa consulta amplísima al pueblo de Dios, la hoja de ruta de la diócesis, las propuestas pastorales. Fue una experiencia rica, que en un consejo pastoral diocesano ampliado significó repensar la identidad propia de nuestra Iglesia, y una Iglesia que tiene mucha tradición de asambleas.
En la diócesis que he estado, mi diócesis de origen, y esta segunda diócesis, siempre hubo espacios de asambleas diocesanas, de asambleas parroquiales. Participaban laicos, religiosos, religiosas, presbíteros y también el obispo. Es la entrada de un nuevo camino que no era tan novedoso para nosotros.
De cara al futuro, teniendo en cuenta estos acontecimientos de los que hemos hablado, la beatificación de Mons. Jacinto Vera, el proceso de renovación y reestructuración del Celam, el Sínodo de la Sinodalidad, ¿Cuáles son los desafíos que enfrenta la Iglesia en el Uruguay?
Me acuerdo de un obispo que ahora ya está retirado, que su lema era “todos evangelizando a todos”. Es sentir que es el conjunto del pueblo de Dios el que evangeliza, es el conjunto del pueblo de Dios el que lleva adelante la tarea, y lo que el Papa nos pide, poner todo lo que tenemos en clave de misión y viviendo lo que ha sido su exponente programático, la alegría del Evangelio.
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