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Mons. Bodeant: Mons. Jacinto Vera “sabía presentar la exigencia del Evangelio con una mirada empática”

El día 6 de mayo será beatificado Mons. Jacinto Vera, primer obispo del Uruguay, una Iglesia con menos de 150 años de historia. Estamos ante la figura de alguien que recorrió todo el país, como señala en esta entrevista Mons. Heriberto Bodeant, que le considera “una figura profundamente inspiradora”, pues “sabía presentar la exigencia del Evangelio con una mirada empática”.

 

Uruguay se prepara para un momento histórico, la beatificación de Mons. Jacinto Vera, el primer obispo del Uruguay. ¿Qué significa esa figura para la Iglesia del Uruguay y para el propio país?

Uruguay, dentro del contexto de América Latina, tiene una historia eclesial muy curiosa. Si pensamos que muchas diócesis latinoamericanas han celebrado bicentenario, tricentenario, cuatricentenario, la nuestra no hace tanto que celebró su centenario, fue creada en 1878, ya sobre el final del siglo XIX. El país, comenzó su vida regular como país independiente en 1830, con la jura de la Constitución, eligiendo sus primeras autoridades.

No estamos tampoco muy lejos de otros procesos de independencia, un poco más tarde que otros países, pero no mucho más. Pero en esos otros países ya la Iglesia estaba constituida con diócesis y arquidiócesis incluso. En cambio, este país independiente va a ser organizado por la Santa Sede como Vicariato Apostólico, y en los primeros tiempos van a ser unos sacerdotes destacados quienes tengan ese servicio.

Jacinto Vera, que va a ser beatificado, será el cuarto Vicario Apostólico y el primero que fue ordenado obispo, todavía como Vicario Apostólico. En 1878, con la creación de la diócesis de Montevideo, que abarcaba el Uruguay, él pasa entonces a ser el primer obispo del Uruguay.

 

¿Qué es lo que marcó su vida y su episcopado?

Ya en su tiempo de Vicario y lo continua en su episcopado, recorrió todo el país. Más que visitas pastorales eran verdaderas misiones, así quedó consignado en libros parroquiales de los puntos más alejados de Montevideo. Montevideo está al Sur del Uruguay, sobre el Río de la Plata, de modo que todo lo que signifique salir de Montevideo es alejarse. Hay una expresión en Uruguay, muy montevideana que es ir para afuera, es decir, salir de la ciudad, todo lo demás es afuera. ¿Vos sos de afuera?, preguntan algunos.

Sí que salió Jacinto, y realmente llegó a todos los rincones del Uruguay. Ese es un motivo de especial recuerdo porque quedaron huellas de su paso, aun tanto tiempo transcurrido. Como primer obispo le correspondió también encarar las diversas dificultades que tenía una Iglesia que nacía, él fundó el seminario, se preocupó por la formación del clero que ya estaba en la diócesis, promovió las distintas formas de participación del laicado de acuerdo a su época, trajo congregaciones religiosas, él tuvo por ejemplo una correspondencia importante con San Juan Bosco. En fin, podemos decir que él es el padre de la Iglesia uruguaya de hoy.

Como Vicario Apostólico, él vivió un incidente que fue muy sonado en su época, que fue un conflicto con el gobierno. La primera Constitución Uruguaya establecía que la religión católica era la religión oficial del Estado, pero eso más que darle una facilidad a la Iglesia le generaba una situación de dependencia, y más aún en una Iglesia no tan constituida. En un determinado momento él tuvo conflicto con el gobierno de la época, lo que le valió un destierro temporal en Buenos Aires. Regresó y al poco tiempo de regresar tuvo el nombramiento episcopal. De modo que hay también en su vida una historia de contrastes, de defensa de la fe frente a ciertos racionalismos imperantes en la clase dirigente de la época, el desprecio de lo religioso, el poder dar el valor a la fe y a la fe de los uruguayos, también es algo que vale la pena recordar.

 

Usted presenta a Jacinto Vera como un gran misionero, alguien que no dudaba en llegar hasta los últimos rincones del Uruguay, ¿cómo eso puede ayudar en la misión evangelizadora de la Iglesia para llegar hasta los últimos?

Francisco nos habla constantemente de ser Iglesia en salida, y nosotros en Jacinto tenemos alguien que lo vivió sin ninguna duda, ni ninguna cortedaz, de modo que es una figura tremendamente inspiradora. Uruguay es un país que tiene la fama bien ganada de ser el más secularizado de América Latina, sin una religiosidad fuerte. Es realmente un territorio de misión, pero tenemos que saber vivir la misión como realmente un ir al encuentro, con una actitud de escucha, donde tal vez en el diálogo de Jesús con la samaritana podemos tener el paradigma.

Es decir, ir abiertos a cuáles son las expectativas de salvación presentes en este nuestro mundo uruguayo y ver, conociéndolas, presentar los anhelos, no llevar el anuncio prefabricado, como algo que quisiéramos depositar sino como algo que el Señor viene al encuentro de aquellos que buscan un sentido profundo a su vida, que está buscando algo que realmente los colme.

 

Una realidad, la actual, que no sería muy diferente de la vivida hace casi 150 años, en el tiempo en el que él era obispo. ¿Cómo el diálogo puede ayudar a esa sociedad secularizada a descubrir en el cristianismo una referencia para su vida, no sólo en el plano de fe, sino para crear una convivencia mejor en el país?

En realidad, Uruguay se caracteriza por ser un país de bastante estabilidad, es un país podemos decir de clase media, de cierta moderación. No está ajeno de muchos de los problemas que se atraviesan en la vida latinoamericana, pero si uno compara la vida política de Uruguay, encuentra partidos políticos consolidados, formas de relacionamiento entre oposición y oficialismo razonables, donde no hay enfrentamientos entre insultos, ni escraches, ni abucheos. Pero es una sociedad donde en parte, quienes están mejor viven con cierta complacencia de esa situación.

Hay una necesidad de mirar hacia quienes están en otra velocidad de crecimiento y de desarrollo, y sobre todo también plantearse un sentido de la vida. Uruguay tiene una tasa de suicidios bastante relevante entre jóvenes, entre hombres, y ahí hay una falta de sentido de la vida, de un para qué estamos aquí, que a veces queda atado a unos logros pequeños, a unas cosas que si se pierden parece que todo se derrumbara, o si no se ve un futuro delante también. De modo que ahí hay un anuncio para hacer, pero también a partir de la escucha.

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¿Cuál sería la actualidad de la figura de Jacinto Vera para el Uruguay y para la Iglesia uruguaya?

A él se le describe como un hombre bueno, comprensivo, que sabía corregir sin agredir, que sabía corregir con dulzura, que sabía presentar la exigencia del Evangelio con una mirada empática. Yo creo que por ahí también tenemos que caminar.

 

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