Es hora de «ir más allá», de «osar», hacia un futuro al que «somos invitados por el Señor». Mons. Jaime Spengler, arzobispo de Porto Alegre, participa en el Sínodo de los Obispos sobre la sinodalidad inaugurado en el Vaticano, en una doble función como presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano y del Caribe (CELAM), que en los últimos años se ha empañado con renovado vigor en el camino de la sinodalidad, y presidente de la Conferencia Nacional de Obispos de Brasil (CNBB, por su sigla en portugués), el país con mayor número de católicos del mundo. Lo hemos entrevistado en el inicio de los trabajos sinodales.
¿Con qué espíritu participará en el Sínodo sobre la Sinodalidad?
Participo en el Sínodo con espíritu de comunión, deseo de cooperar para que la Iglesia sea cada vez más signo del Reino en la sociedad y apertura de corazón para aprender de otras realidades eclesiales.
¿Considera que este Sínodo es un momento decisivo para la Iglesia del futuro? ¿Por qué motivos?
¡Vivimos un cambio de época! Históricamente hablando, sabemos, por ejemplo, que Pablo supo llevar al joven cristianismo hasta los límites del judaísmo de su tiempo. El tiempo presente reclama también un salto de la modernidad marcada por la ideología liberal que prometía bienestar para muchos -lo que no se ha cumplido, dados, por ejemplo, los conflictos armados y los movimientos migratorios que afectan a multitudes en todo el mundo-, a una presencia eclesial en la sociedad que lleve las marcas de una fuerte experiencia personal de encuentro con la persona del Crucificado-Resucitado, capaz de promover e iluminar nuevas relaciones en el tejido social. No debemos olvidar que la fe en Cristo es gracia; pero también es un salto (según Kierkegaard), un camino de confianza y coraje, de amor y fidelidad, de cercanía y solidaridad; ¡es un movimiento en dirección y en construcción de un futuro que ya ha sido inaugurado y al cual estamos invitados por el mismo Señor!
Usted es actualmente presidente del CELAM y de la mayor conferencia episcopal nacional de América Latina, la CNBB. ¿Está satisfecho con el progreso alcanzado en los últimos años en el continente, empezando por la Asamblea Eclesial celebrada en la Ciudad de México?
El camino inaugurado en el ámbito latinoamericano y caribeño se encontró con –¡o fue encontrado por!– el itinerario sinodal. Este movimiento está enfatizando los niveles de participación en la comunidad eclesial. Existe en el continente una práctica muy consolidada de participación de todos los bautizados en la vida eclesial ordinaria. Es cierto que este nivel de participación varía de un país a otro, y de una región a otra. Sin embargo, cabe destacar que las iniciativas de los últimos años han llevado a promover espacios de comunión y participación en la cotidianidad de las comunidades de fe.
¿Qué contribución específica pueden aportar América Latina y el Caribe?
La riqueza de la Iglesia reside también en su diversidad. Todos tenemos algo que aprender de los demás. América Latina y el Caribe tienen una trayectoria marcada por pequeñas comunidades donde, no pocas veces por falta de ministros ordenados, se promueve la lectura de la Palabra, el rezo del rosario, las prácticas devocionales… Esta situación ha ayudado a promover ministerios laicales que, de una u otra manera, cooperan para mantener viva la fe de muchos. Aunque la presencia del ministro ordenado sea importante, los laicos han ido descubriendo su dignidad bautismal y, al mismo tiempo, sus carismas, capacidades. Y esto es hecho de una manera generosa, gratuita, fraterna, ¡auténticamente evangélica! Esta podría ser una experiencia para compartir con las Iglesias de otros continentes. ¡Ciertamente que también nosotros tenemos mucho que aprender de las otras Iglesias! Por eso, este proceso inaugurado por iniciativa del Papa Francisco puede ser una oportunidad privilegiada para todos, yo diría un verdadero kairós, o si quisiéramos, la oportunidad de un nuevo Pentecostés, ¡cuando el Espíritu puede hacer nuevas todas las cosas!
Se considera que el cristianismo en Occidente está en crisis. ¿Se aplica esto también a América Latina? ¿Cuáles podrían ser las respuestas?
Parece haber llegado un tiempo en el cual el cristianismo está necesitando trascender con valentía sus límites mentales e institucionales. ¡Los datos son inocultables! ¡Urge buscar medios, métodos y un lenguaje apropiado para la transmisión del mensaje! La fe que nos guía no es un mero fideísmo emocional, presente en no pocos ambientes; ni un vago sentimiento piadoso, también presente en no pocos espacios eclesiales. La fe implica una apertura a través de la cual aquello que presentan los textos bíblicos, penetra y transforma la vida del ser humano. ¡La fe es gracia! Cada tiempo de la historia trae sus desafíos. Cada época de la historia tiene sus exigencias. Por eso, la crisis está —o debería estar— presente en todos los ámbitos en los que la Iglesia está presente. ¡La crisis es oportunidad! Oportunidad de avanzar, de ir más allá, de osar. Considerar la crisis como un mero peligro o amenaza es un “suicidio”… Los momentos de crisis son oportunidades privilegiadas para buscar lo nuevo —no la novedad— que sólo el Evangelio puede dar. Son oportunidades para encontrar “agua cristalina y fresca” capaz de saciar la sed de los caminantes y peregrinos esperanzados.
¿Una sinodalidad vivida y ejercida puede ser también una respuesta al avance de nuevas realidades religiosas? Pienso particularmente en Brasil y en los neoevangélicos…
Esto que llamamos sinodalidad es la característica primordial de la Iglesia. Los primeros siglos de la historia cristiana lo demuestran. La realidad multirreligiosa que marca la vida del pueblo brasileño es el fruto de múltiples y variados factores. No podemos entrar aquí en detalles, pues se trata de un fenómeno complejo. Sin embargo, me atrevería a decir que el clericalismo ha contribuido mucho a la multiplicación de las llamadas confesiones religiosas y cristianas. El hecho es que las personas necesitan alimentar y promover momentos y lugares donde sea posible experimentar la trascendencia. Se trata de una necesidad que requiere cuidado y respeto. No se puede “negociar” con lo divino, o con la trascendencia. Por eso, creo que lo que el Espíritu está pidiendo a la Iglesia puede ser una oportunidad privilegiada para volver a proponer el mensaje de forma aún más incisiva. Creo también que los procesos de iniciación a la vida cristiana, la práctica de la Lectura Orante de la Palabra y la promoción de pequeñas comunidades, pueden cooperar vigorosamente en la promoción de la obra evangelizadora. Las comunidades deben promover espacios de acogida, escucha, solidaridad y oración. Esto tiene que ver con aquello que el Documento de Aparecida denominó “conversión pastoral”, pero en la cotidianidad de las actividades pastorales no es algo simple.
Pasar de un grupo de seguidores a una comunidad de discípulos y discípulas, requiere apertura de corazón, coraje, audacia, caridad…
¿Espera reformas visibles de esta y de la próxima sesión del Sínodo? ¿En qué ámbito?
Hace tiempo que se oía hablar de la necesidad de un sínodo sobre la Iglesia. ¿Qué caminos se abrirán? ¿Qué nos espera? ¿Qué insumos se ofrecerán al Santo Padre a partir de los debates, diálogos, estudios y oración de las dos sesiones del Sínodo? ¡No lo sabemos! ¡Es el Espíritu quien guía los trabajos! Lo fundamental es cultivar la apertura de mente y de corazón para acoger realmente lo que el Espíritu sugiere a la Iglesia de hoy y de mañana. El camino que hemos recorrido hasta ahora ya está produciendo frutos. Algunos tienen miedo. Otros, tal vez, indiferencia. Y han quienes sienten nostalgia de un tiempo que ya pasó. Pero hay muchos atentos a los signos de los tiempos, dispuestos a colaborar para que la vida de muchos siga teniendo sabor a Evangelio; dispuestos a responder a la altura de los desafíos de la cultura actual. No debemos olvidar que, si la cultura es el medio de búsqueda de sentido, entonces puede considerarse objeto de una legítima investigación teológica y espiritual.
En este camino sinodal, se ha hablado mucho de la necesidad de hacer silencio, de escuchar, intentar comprender y entender, perseverar en la búsqueda de respuestas auténticas a las inquietudes del ser humano de hoy. La verdad que buscamos, para nosotros los cristianos, no es un concepto, ¡es una persona!, una persona viva. En este sentido, la verdad viva siempre necesita ser buscada, deseada y amada de una manera nueva. Usted pregunta sobre reformas visibles después del sínodo. Bueno, el propio proceso sinodal ya expresa algo nuevo. Es más, creo que el lenguaje utilizado para transmitir el mensaje también está en crisis. Encontrar un lenguaje que salga al encuentro de los adolescentes y jóvenes de hoy, por ejemplo, es una necesidad acuciante. Son nativos digitales, están siendo marcados por lo que se está denominando ‘inteligencia artificial’, que requiere un abordaje específico. Imagino que llegaremos a profundizar en las instancias de participación en la vida eclesial ordinaria; me refiero a los diversos consejos ya previstos, a la cuestión de la ministerialidad en el seno de las comunidades y, en un sentido más amplio, a la identidad, misión y competencia de los consejos eclesiales, conferencias episcopales y provincias eclesiásticas.
Publicado originalmente em italiano en: Agencia de noticias SIR (Conferência Episcopal Italiana).
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