La compasión como ejercicio sinodal, la Jornada Mundial del Enfermo y las palabras del Papa Francisco por esta fecha, son los temas que aborda Mons. Jorge Lozano en su reflexión semanal.
Trayendo a la memoria que tradicionalmente el 11 de febrero, en la fiesta de la Virgen de Lourdes se celebra la Jornada Mundial del Enfermo, el secretario general del Celam recuerda que «no vale solamente lo que funciona, ni cuentan solamente los que producen». Las personas enfermas están en el centro del pueblo de Dios que avanza con ellos, como la profecía de una humanidad en la que todos son valiosos y nadie debe ser descartado,» por eso invita a orar por ellos, sus familias y quienes tienen la misión de cuidarlos.
Una experiencia común
Reconociendo que en algún momento de la vida «todos experimentamos los límites y la fragilidad», el obispo argentino asegura que la condición humana y el paso del tiempo, nos enfrenta a la experiencia de no alcanzar lo que en algún momento sí pudimos. Ejemplo de ello, es la situación que experimentan los deportistas consagrados, porque es natural que sus capacidades declinen y como todos, lleguemos a un punto en el que ya no es posible superarse, levantarse.
«Limitaciones en la vista, en la fuerza física, en la comprensión. También sentimos como un aguijón cuando la enfermedad irrumpe en la vida,» asegura. Situaciones a las que se pueden sumar los casos de mutilaciones por accidentes, desastres naturales o eventos inesperados, como el reciente terremoto de Turquía o las dolorosas heridas de los conflictos armados en el mundo, el de Ucrania es tan solo un ejemplo.
El tiempo y la verdad
Al respecto, el prelado recuerda que el Papa Francisco comparte sus reflexiones en el mensaje que este año titula «Cuida de él». En su contenido el Pontífice indica que la “la enfermedad forma parte de nuestra experiencia humana. Pero, si se vive en el aislamiento y el abandono, si no va acompañada del cuidado y de la compasión, puede llegar a ser inhumana”.
Así debemos ser conscientes que en las familias, grupos de amigos, compañeros de trabajo o vecinos, es normal que alguno padezca alguna limitación dura y por demás dolorosa, situación que nos mostrará si el momento que estamos viviendo, refleja el «caminamos juntos,» si la propuesta es una realidad o solo un ideal, o si quizá vamos por la misma senda, pero al final cada uno hace las cosas por su cuenta, velando por sus intereses, motivaciones individuales y dejando que los demás se las arreglen o sobrevivan como puedan.
Ante esta realidad el Santo Padre advierte que no podemos olvidar que el pueblo de Dios no solo está formado por los perfectos, los que logran avanzar a buen ritmo y sin descanso. «Caminamos juntos con nuestros hermanos que experimentan fragilidad y enfermedad, y avanzamos según al estilo de Dios, que es cercanía, compasión y ternura,” por lo que el arzobispo de San Juan insiste en que es necesario aprender que no podemos dejar a nadie de lado, mucho menos hacer parte de la costumbre de descartar a los demás, particularmente a quienes sufren. La misión es promover la cultura del cuidado.
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Una respuesta
Para Mons. Lozano «existe una tendencia a encapsular lo que nos cuestiona y molesta, lo que no podemos resolver con nuestras racionalizaciones,» esto termina por llevarnos al aislamiento, la soledad y el abandono. Sobre el tema el mensaje del Evangelio nos trae la parábola del Samaritano que nos advierte sobre la actitud indiferente de los religiosos que siguen de largo ante el sufrimiento del herido, situado al costado del camino, lo que señala el obispo es «la respuesta que Dios espera de hombres y mujeres de fe, conmoverse y hacer propio el sufrimiento del otro». De hecho el significado de la palabra «compasión» es “padecer-con”.
Y finalmente, destaca dentro de este mensaje una realidad difícil de admitir, porque nunca estamos preparados para la enfermedad. Y a menudo, ni siquiera para aceptar el aumento de la edad. «Tenemos miedo a la vulnerabilidad y la cultura omnipresente del mercado nos empuja a negarla. No hay lugar para la fragilidad».
Cuando el mal irrumpe y nos asalta, nos deja aturdidos. Puede suceder, entonces, que los demás nos abandonen, o que nos parezca que debemos abandonarlos, para no ser una carga para ellos. Así comienza la soledad, y nos envenena el sentimiento amargo de una injusticia, por el que incluso el Cielo parece cerrarse,” concluye.
«La enfermedad no es un mal sin remedio,” un callejón sin salida. El mal no tiene la última palabra, insiste el prelado y es posible rehacer una comunidad a partir de hombres y mujeres que hacen propia la fragilidad de los demás, que no dejan que se erija una sociedad de exclusión.
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