«Mi valoración es decidida y claramente positiva,» afirmó Monseñor Luis Marín de San Martín, subsecretario de la Secretaría General del Sínodo al iniciar su intervención durante la presentación de la fase continental del camino sinodal. Evento que tuvo lugar en la Sala de Prensa del Vaticano este 26 de agosto.
Al finalizar la fase diocesana y a punto de iniciar la continental, el prelado compartió su testimonio desde el agradecimiento, la valoración de las experiencias logradas y el análisis de las perspectivas que nos invitan a constatar las dimensiones de la sinodalidad que nos comprometen y hacen crecer en el amor a la Iglesia.
Recordando que estamos en un proceso irreversible, con distintas velocidades y diversos matices; el obispo español no duda en afirmar que no hay vuelta atrás. «Que, poco a poco, va calando, se va purificando y va renovando y reformando la Iglesia».
Memoria y gratitud
Un camino que desde su experiencia por diversos lugares del mundo, acompañando el proceso, se ha alcanzado gracias a todas las personas que desde distintas sensibilidades, mentalidades, opciones y culturas se han implicado con libertad en el proceso. Esto ha facilitado una verdadera experiencia de eclesialidad con sus implicaciones, lo que explica afirmando que «tiene tanto de unidad como de plural, lo que podemos entender como una unidad pluriforme».
En este recorrido destaca con gratitud la misión de los medios de comunicación que desde su opinión no se han limitado a informar, sino que se han involucrado para acompañar un proceso a todas luces histórico y sin precedentes; labor en la que han demostrado creatividad que con el tiempo se ha convertido en ayuda.
Igualmente, asegura que están las personas que desde fuera de la Iglesia optan por el diálogo con la mejor voluntad, ya sea desde la pertenencia a otras religiones o la ausencia de creencias. «Gracias a cuantos consideran más lo que une que lo que divide,» agregó.
Por otra parte está el proceso personal que surge de todo este camino y que para Monseñor Marín ha significado enriquecerse como cristiano, religioso y obispo, porque esto ciertamente le ha ayudado a vivir con entusiasmo su servicio y responsabilidad.
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Un proceso y cinco dimensiones
Inicia la etapa continental del Sínodo y el consagrado indica que es tiempo de descubrir las dimensiones de la sinodalidad que se han hecho manifiestas y conviene tener en cuenta; para seguir adelante con el itinerario, distinguiendo aquello que hace mucho más claro el horizonte y su invitación a vivir la sinodalidad.
En primer lugar está la invitación a comprender que se trata de un proceso espiritual que no solo se refiere a cambios de estructuras, sin descartar que esto pueda suceder, o quizá la realización de rigurosas y minuciosas programaciones o profundas reflexiones académicas. Más bien, se trata de «la vivencia coherente de nuestra fe cristiana y su testimonio».
También es necesario comprender que es un proceso solidario que no pretende alejarnos de la realidad. Por el contrario, nos implica con el mundo y sus dolores, las desigualdades, las injusticias. Por eso, indica que con esta experiencia conceptos como el de “compañeros de camino”, “periferias” o “caminar juntos” se han ampliado, porque se trata de algo experiencial y cotidiano, llevándonos a superar esos espacios de habitual comodidad y seguridad que nos cuesta dejar.
Por otra parte, está el asumirlo como un proceso abierto que invita a la escucha, el discernimiento y la decisión. En esta línea Monseñor Marín comenta que no se trata de diluir la responsabilidad propia, sino que nuestros actos reflejen realmente esa respuesta a la llamada que Dios hace a cada uno. «He constatado el generalizado deseo de expresarnos libremente, sin miedos. soy consciente de la necesidad de perfeccionar la escucha« afirma el obispo explicando que solo así se pueden tomar decisiones en diferentes niveles.
Finalmente, nos habla de la sinodalidad como un proceso integrador, porque es preciso comprender que todas las manifestaciones o formas concretas en las que se expresa la sinodalidad, no pueden ni deben contemplarse como eventos aislados y desconectados.
La propuesta es vivirlo como un proceso dinámico que no concluye nunca, lo que permite concluir que las síntesis y las asambleas diocesanas o nacionales no son un punto de llegada, sino un impulso que ha de animarnos a continuar, porque ante las posibilidades que ofrece la sinodalidad es necesario superar el miedo o la ansiedad por lograr resultados inmediatos; lo importante es asumir un nuevo modo de ser Iglesia más coherente y que avanza con certeza y serenidad.
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