A poco más de 100 días para el inicio de la primera sesión de la Asamblea Sinodal del Sínodo 2021-2024, se ha dado a conocer esta semana el Instrumentum Laboris, un texto que “quiere ayudar al discernimiento, buscando siempre el bien de la Iglesia”, según Mons. Luis Marín de San Martín, subsecretario del Sínodo.
En esta entrevista, hace un análisis de los elementos presentes en un escrito que pretende “facilitar las labores que se desarrollarán en la primera sesión de la Asamblea del Sínodo de los Obispos”, destacando de la primera fase “la experiencia de encuentro, escucha y discernimiento”, así como “el crecimiento en la corresponsabilidad” y que se trata de un proceso.
Un proceso sinodal que “es de todo el pueblo de Dios”, y en el que “el gran desafío es renovar la Iglesia”, insiste Mons. Marín de San Martín. Eso en un documento con “una connotación eminentemente práctica”, y que “no ofrece soluciones, sino que abre caminos” resalta el obispo agustino. Junto con eso, afirma que “en todo este proceso es fundamental la comunión. Desde la comunión vamos a la pluralidad, no al revés”.
Una Asamblea sinodal que es de los Obispos, pero donde la presencia del resto del pueblo de Dios, un veinticinco por ciento, al menos la mitad mujeres, es importante “para ayudar al discernimiento”, que se verá enriquecido por la interculturalidad que estará presente. Juntos trabajarán a partir de las preguntas que aparecen en el texto, desde el método de la conversación en el Espíritu, ya presente desde el retiro previo de tres días, “una gran novedad, que tal vez no ha sido suficientemente subrayada”.
Este 20 de junio la Secretaría del Sínodo dio a conocer el Instrumentum Laboris para la primera sesión de la Asamblea del Sínodo 2021-2024. ¿Cómo definiría este documento?
El Instrumentum Laboris es, como su nombre indica, un documento de trabajo. De forma prioritaria va orientado a facilitar las labores que se desarrollarán en la primera sesión de la Asamblea del Sínodo de los Obispos, el próximo mes de octubre. No obstante, también puede y debe ser conocido y, en su caso, utilizado tanto personal como comunitariamente en las Iglesias locales para proseguir la reflexión iniciada. El objetivo es impulsar el proceso y encarnarlo en la vida de la Iglesia. El texto se fundamenta en todo el material recogido durante el proceso, especialmente en los documentos de la Etapa Continental, y quiere ayudar al discernimiento, buscando siempre el bien de la Iglesia.
Un Instrumento de Trabajo con el que como recoge el propio texto, se inicia la segunda fase del Sínodo, que no podemos olvidar que es un proceso. ¿Cómo valoraría el camino recorrido, algo que aparece al principio del texto, en esta primera fase?
En la primera fase yo destacaría ante todo la experiencia: de encuentro, escucha y discernimiento. Debemos tener siempre presente el carácter experiencial de todo este camino, que ha provocado entusiasmo en quienes se han integrado y participado en él. En el caminar juntos, con Cristo y con los hermanos y hermanas, la Iglesia se ha sentido viva.
También quiero subrayar el crecimiento en la corresponsabilidad, que procede de la realidad bautismal y que se desarrolla luego según los diferentes carismas, ministerios y vocaciones. Hoy resulta muy fuerte la conciencia de que el pueblo de Dios, todo él, participa de Cristo, de sus funciones y, por tanto, es corresponsable en la Iglesia.
Y el tercer aspecto a tener en cuenta es el carácter de proceso, que se desenvuelve en el tiempo y que ha empezado desde abajo (parroquias, grupos, comunidades). No se trata de eventos pastorales desconectados entre sí. Es un proceso interconectado y dinámico. Y no completo, ya que está en desarrollo.
La sinodalidad llega para quedarse porque hace referencia a la esencia de la Iglesia, a lo que la Iglesia es en sí misma: está llamada a profundizar continuamente en el conocimiento experiencial de Cristo e impulsa a la evangelización (caminar); es comunión en Cristo con los hermanos y hermanas (juntos). La Iglesia es sinodal, como se pone de manifiesto en la Iglesia Antigua, en las primeras comunidades, en la doctrina de los Padres, en la historia.
Un Sínodo que lo es del pueblo de Dios, como manifestó el cardenal Mario Grech, secretario del Sínodo, al decir que es un gran insulto pensar que el pueblo de Dios no tiene instrumentos para ofrecer una contribución real al proceso sinodal. ¿Podemos decir que todo lo vivido durante el proceso de escucha afianza esta afirmación?
La sinodalidad afecta a toda la Iglesia y a todo lo que es Iglesia. Se expresa y concreta de diferentes modos y en diversas instancias (consejos pastorales, consejos económicos, asambleas eclesiales, sínodos, concilios, etc.). Tuvimos que aclarar, sobre todo al principio, que no se puede identificar la sinodalidad únicamente con el Sínodo de los Obispos, que es un modo de expresar la sinodalidad propia de la colegialidad episcopal, pero que no la agota. La sinodalidad es de toda la Iglesia y se concreta de muchas formas.
Dicho esto, podemos comprender que el proceso sinodal es de todo el pueblo de Dios. Todos pueden aportar. Y los pastores deben facilitarlo. El clericalismo es profundamente injusto y equivocado. Es una corrupción nociva concebir el ministerio como poder, como dominio que mantiene al resto del pueblo de Dios en una actitud de pasividad y sumisión. El ministerio es un servicio que se ejerce integrado siempre en el pueblo de Dios y no fuera de él. Donde el pastor acompaña y se implica, el proceso sinodal funciona y la contribución es viva y profunda. Este ha sido uno de los grandes logros de la primera fase.
El cardenal Hollerich, relator del Sínodo, citando lo recogido en el Instrumentum Laboris, dice que este es no es para leer y sí para hacer. Al hilo de lo dicho en el documento, que insiste en que no se trata de producir documentos, ¿podríamos decir que el gran desafío es instaurar en la Iglesia esa dinámica sinodal?
El gran desafío es renovar la Iglesia. Se trata de una tarea hacia la coherencia como cristianos. El Instrumentum Laboris se inscribe en esta dinámica y tiene una connotación eminentemente práctica. No es una reflexión meramente teórica, sino que brota de la experiencia; no ofrece soluciones, sino que abre caminos. Es un elemento más para ayudar al discernimiento. Articula las prioridades surgidas de la escucha y las expresa a modo de preguntas dirigidas a la Asamblea sinodal, que deberá discernir. Tiene en cuenta dos aspectos fundamentales. El primero es que debemos escuchar al Espíritu, que habla en el pueblo de Dios y, por eso, es imprescindible saber captar sus intuiciones y entender su lenguaje. El segundo es el impulso evangelizador desde el propio testimonio. Solo así podremos llevar esperanza a nuestro mundo, contagiando el entusiasmo de Cristo.
Por eso el cardenal Hollerich decía que es un documento no solamente para leer, para reflexionar, para alimentar la mente, sino para ayudarnos en la vida, en nuestra existencia cristiana. El proceso sinodal se orienta a la identificación con Cristo para dar testimonio de él. Este es el objetivo.
En el documento aparece la realidad del mundo y de la Iglesia y se dice abiertamente que existe diversidad y tensiones, que pueden convertirse en fuentes de energía para no caer en polarizaciones destructivas. ¿La Iglesia puede convertirse en referencia de diálogo, no sólo para sí misma, sino también para un mundo cada vez más dividido y enfrentado?
Este es uno de los grandes retos, uno de los temas fundamentales: conjugar la unidad y la pluralidad. Tenemos el depósito de la fe, que nadie puede cambiar ni modificar: un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo. Y tenemos la diversidad: variedad de vocaciones, diferentes sensibilidades, diferencias geográficas y culturales, etc. Ya decía san Juan XXIII que no es el Evangelio el que cambia, somos nosotros quienes le entendemos mejor. Y san Juan Pablo II hablaba de “unidad pluriforme”. El reto, por tanto, es integrar las tensiones y las diferencias. Esto solo es posible desde la realidad del amor (caritas).
Por desgracia, vivimos en un mundo muy polarizado, dividido y enfrentado. Y muy ideologizado. El problema ha calado también en la Iglesia. Nos afecta hasta el punto de llegar al contrasentido de los enfrentamientos en ella, llevados por intereses ideológicos o de otro tipo: quien no piensa como yo, es mi enemigo; el diferente debe quedar fuera; a quien no sirve a mis intereses, se le margina. Y nos olvidamos de que no puede haber unidad sin amor (Dios, en su esencia, es Amor). Sin la caridad, nos convertimos en un movimiento político, social o económico. Pero no es la Iglesia de Cristo.
El Instrumentum Laboris señala que la comunión no es una reunión sociológica como miembros de un grupo identitario, sino don de Dios y, al mismo tiempo, tarea nunca agotada que nos lleva al “nosotros”. ¿Cómo integrar entonces las tensiones sin llegar a la ruptura ni resolverlas en el uniformismo?
En las primeras comunidades cristianas había discrepancias, tensiones y problemas, pero existía la caridad fundamental, la unión en Cristo. Las tensiones, las diferencias existen y no son malas, como existen en una familia, pero hay que saber integrarlas, buscando el bien común a la luz del Evangelio.
Por eso, en todo este proceso es fundamental la comunión. Desde la comunión vamos a la pluralidad, no al revés. Tiene que existir la experiencia de Cristo y la caridad como eje. Desde ahí podemos dialogar e integrar las diferencias. Podemos incluso discrepar y discutir, pero no de una manera agresiva y agria, sino queriendo al otro. La corrección cristiana debe ser expresión de caridad.
Es lo que desea el pueblo de Dios. En muchas asambleas, encuentros y reuniones sinodales se ha constatado el cansancio, el hartazgo ante las tensiones destructivas, que se viven como escándalo. Hay nostalgia de una Iglesia que sea, de verdad, familia de Dios. Acogedora, fraterna, inclusiva. Resulta urgente potenciar o, tal vez, recuperar el sentido de comunión. Es la clave de la Eucaristía.
La diversidad se va a hacer presente en la propia composición de la Asamblea sinodal, obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, diáconos, laicos y laicas, de diferentes lugares del mundo, con diferentes vivencias eclesiales y culturas. ¿Cómo esta catolicidad y multiculturalidad puede ayudar en el desarrollo de la Asamblea sinodal?
Primero hay que aclarar que la asamblea de octubre es una Asamblea del Sínodo de los Obispos, y en ella se expresa la colegialidad episcopal. No podemos desnaturalizarla. Se podrán crear otras estructuras (como la Asamblea eclesial en América Latina) o tal vez buscar otras expresiones, pero lo que se celebra en octubre es la Asamblea del Sínodo de los Obispos.
Si en todas las fases, desde la diocesana a la continental, hemos dicho que el discernimiento solo es posible escuchando al pueblo de Dios, y hemos procurado hacerlo así. En esta fase propia de los obispos, también debe haber una presencia de representantes del resto del pueblo de Dios para ayudar al discernimiento. Como en una parroquia el párroco debe escuchar al pueblo de Dios y lo mismo el obispo a través de las estructuras diocesanas, también los obispos en el Sínodo deben escuchar al resto del pueblo de Dios.
Se ha querido que estén presentes en un porcentaje del veinticinco por ciento, para que no se desnaturalice la Asamblea del Sínodo de los Obispos, pero, al mismo tiempo, de una manera muy significativa, con voz y con voto. Estará representada toda la realidad del pueblo de Dios: sacerdotes, laicos, religiosos, religiosas, diáconos. Y, al menos, la mitad de ellos serán mujeres. El objetivo, como he dicho, es ayudar en el discernimiento. Creo que la presencia de no obispos, de representantes del resto del pueblo de Dios, puede ayudar muchísimo, porque amplia horizontes.
Otro elemento a resaltar es la interculturalidad, es decir, la presencia de distintas sensibilidades y culturas. Esto enriquece el conjunto, nos ayuda a superar el monopolio de la cultura latina-occidental y nos hace avanzar en la conjugación de los binomios unidad-pluralidad, esencial-accesorio.
En la presentación del Instrumentum Laboris, el padre Giacomo Costa presentaba a grandes rasgos cómo puede ser la Asamblea sinodal, insistiendo en la importancia de la conversación en el Espíritu. Para ello están las fichas de trabajo presentadas en el Instrumentum Laboris, queriendo llegar con ellas mediante el discernimiento comunitario a decisiones prácticas, que es en lo que se ha insistido, ¿Cómo eso va a marcar el desarrollo de la Asamblea sinodal?
Por una parte, el Instrumentum Laboris ofrece muchas preguntas, agrupadas en tres bloques: comunión, misión, participación. No hemos querido redactar un texto base sobre el que trabajen los obispos y luego, con algunas modificaciones, puedan presentarlo como conclusiones de la Asamblea para entregar al Papa. Hemos ido al esquema de preguntas, para fomentar el diálogo amplio y el discernimiento.
Un método que ha funcionado bien ha sido el de la conversación en el Espíritu, muy valorado en todas las asambleas continentales. No se trata de iniciar un debate, un intercambio de opiniones, para ver quien tiene más fuerza o cómo puede convencer al otro. Se trata de escucharnos unos a otros y escuchar todos al Espíritu Santo. Por eso este método es sencillo y eficaz. Aunque no es realmente obligatorio, creo que es una propuesta válida.
Se comienza con un momento de oración y preparación personal, escuchando la Palabra de Dios; después viene una primera ronda de opiniones donde cada uno se expresa sobre el argumento; sigue otro momento de silencio y oración; después viene el tiempo en el que cada uno comparte cuáles son las resonancias que se han suscitado en él y también las resistencias, sin entrar en debate; nuevo momento de silencio y oración; se dialoga para recoger las intuiciones, convergencias y discrepancias; se termina con una oración de acción de gracias.
Este método insiste la escucha al Espíritu Santo y en la dimensión orante. Nos puede ayudar mucho a desarrollar los trabajos de la Asamblea del Sínodo, sobre todo en los círculos menores.
Faltan unos 100 días para el inicio de la asamblea, ¿cuáles son los desafíos que deben ser enfrentados en esta cuenta atrás?
Estamos ya muy cerca de la Asamblea del Sínodo de los Obispos, y ahora lo que nos lleva más tiempo es la preparación práctica de asamblea: logística, lugar donde se va a celebrar, etc. También los temas organizativos: inscripción, alojamientos. Pero, junto con esto, estamos insistiendo en que debe haber una preparación personal de todos los participantes en el Sínodo, una preparación interior. Se pide que se lean todos los documentos que se han ido publicando en este proceso, que haya reflexión, oración. Es imprescindible.
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Una gran novedad, que tal vez no ha sido suficientemente subrayada, pero que me parece fundamental, es que vamos a comenzar con tres días de retiro espiritual para todos los participantes en el Sínodo. Y recalco el “todos”. Del 1 al 3 de octubre, en una localidad cercana a Roma, tendremos estos tres días de retiro espiritual, todos juntos, para escuchar al Espíritu Santo, para orar, para sentirnos de verdad parte de un gran proyecto de renovación profunda de la Iglesia, orientado a la coherencia y al dinamismo evangelizador. Estos tres días de retiro espiritual van a ser fundamentales y serán parte ya del Sínodo. Los trabajos de la Asamblea comenzarán el día 4.
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