Un regalo, una tarea pastoral, un encargo misionero, un desafío. Fueron las palabras que usó Monseñor Miguel Cabrejos, presidente del Celam para definir el don de la paz, ese que recibimos del Señor y que aún en medio de las dificultades que pueden presentarse en el camino, nunca deben hacer que nuestro corazón tiemble o se acobarde.
Alcances personales y comunitarios
Así lo manifestó al dirigirse a los participantes del Congreso «La Iglesia al servicio de la paz» previsto del 29 al 31 de marzo en el Celam. El prelado aseguró que se trata de una gran oportunidad para reflexionar juntos, sobre el diálogo y la paz, que «constituyen regalos preciosos que nos hace Jesús y que en gran medida nos cuesta entregar a otros”.
Consciente de los esfuerzos que se desarrollan en diferentes lugares del continente para favorecer su construcción, el prelado agradeció a los asistentes por asumir este desafío en el marco de un congreso que estimula el compromiso de la Iglesia en su servicio a la paz. Trayendo a la memoria a San Juan XXIII. Mons. Cabrejos señaló que «la construcción de paz tiene alcances personales, comunitarios y en las naciones,» entonces debe considerarse como una tarea que se expande a niveles universales; concepto que ratifica el Papa Francisco en la Carta Encíclica Fratelli Tutti.
Sin perder de vista que América Latina y el Caribe es una región con enormes riquezas y el mayor número de católicos; el consagrado lamentó que también sea una de las zonas del mundo con un gran índice de desigualdades sociales y económicas, lo que incide en la proliferación de conflictos.
Justicia, primer paso hacia la paz
En ese sentido, el prelado recordó la afirmación de San Óscar Romero según la cual, la Iglesia se siente impulsada a buscar la paz, por su inspiración evangélica. No obstante, esta paz que la iglesia busca siempre ha de ser obra de la justicia. Así el presidente del Celam, definió la violencia estructural, la opresión política, los abusos de poder y el atropello contra los derechos de las comunidades indígenas, como las principales causas de los conflictos en el continente.
Necesidades ante la cuales la Iglesia se ha involucrado facilitando el diálogo, la gestión mediadora y asumiendo un rol de garante de los derechos de otros, lo que en palabras del prelado ha facilitado la aplicación de las condiciones necesarias para el diálogo propuestas por el mártir salvadoreño entre las que figuran la participación de las fuerzas sociales, el cese de toda forma de violencia y la disponibilidad para revisar y cambiar las estructuras sin perder la libertad para organizarse.
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La misión de la Iglesia
Para el prelado dentro de las funciones de la Iglesia para construir la paz, está promover la pedagogía de los acuerdos, favorecer el acompañamiento de las víctimas, velar por el monitoreo de los pactos, cuidar la legitimidad de los actores involucrados en los procesos, motivar a los medios de comunicación para transmitir información basada en evidencias claras; además de trabajar en articulación con otras organizaciones de la sociedad civil, identificando las necesidades del tejido social para establecer un diálogo con los interlocutores válidos para cada causa.
Procesos emprendidos por la Iglesia y cuyos resultados hacen evidente que la incapacidad para dialogar o la manifiesta voluntad de evitarlo, constituye una de las principales causas de los conflictos armados que terminan perpetuando en el tiempo situaciones estructurales de pobreza, exclusión y desprecio. Hechos que resultan comprobables en los informes de las comisiones de la verdad que se han formado en el continente durante las últimas décadas.
De esta forma el prelado destaca la invitación que la Iglesia de América Latina y El Caribe ha recibido para contribuir a la construcción de la paz, interviniendo en distintos diálogos, procesos y mediaciones para lo cual advierte es necesario comprender que más allá de una tarea pastoral se trata de una acción social que demanda apertura a otros sectores y actores para acumular la fuerza moral y política necesaria que permita transformar los conflictos en verdaderos procesos de paz.
El prelado cerró su discurso extendiendo su saludo franciscano a los presentes. “Paz y bien para ustedes, sus familias y para todos los que hacemos parte de esta Patria Grande, de este continente de la esperanza,” concluyó.
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