En la Solemnidad de Cristo Rey, Monseñor Miguel Cabrejos recuerda que la Palabra Santa de este domingo nos invita a reconocer que Cristo no nos da una cita en el reino de la muerte, sino en el de la vida. «Él no ha venido a anunciar al Dios de los muertos sino de los vivos».
Al analizar el contenido de la Sagrada Escritura, el presidente del Celam indica que la muerte de Cristo no es un sello definitivo, sino el umbral del paraíso. «Este Evangelio es como un pre-anuncio pascual, porque es el canto no de una muerte trágica, sino del himno del éxodo hacia una vida divina y eterna,» que se hace evidente en la frase «Hoy estarás conmigo en el paraíso,» asegura el prelado.
El ingreso de Jesús y del pecador arrepentido en el Reino de Dios, es el elemento central de la Palabra que se medita en esta Solemnidad porque «el hombre teme ser olvidado, pero, en realidad, es él quien abandona a Dios, sobre todo cuando ve la cruz. Pero Dios no puede abandonarlo nunca,» indica.
Entregar la vida
En el domingo que cierra el año litúrgico, la Iglesia nos ofrece las lecturas que nos recuerdan que Cristo no vino a salvarse solo, por eso no baja de la cruz, no responde ante los gritos de burla que intentan desafiarlo. Es un rey a punto de expirar, consciente de que vino a entregar la vida, morir y resucitar tras pasar por la cruz.
Al respecto Monseñor Cabrejos, afirma que la realeza de Cristo no se manifiesta en un acto triunfal sino en una humillación. «No se realiza a través de un hecho judicial supremo sino a través de un gesto extremo de perdón». Esto nos permite entender que su realeza se enmarca en el contexto de su muerte salvadora. Su trono es la cruz y el tiempo da la razón a sus propias palabras: «cuando sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí».
Seguido por muchos y abandonado por otros tantos, el rey que está a punto de expirar, pronuncia las únicas palabras que apelan al vocablo «paraíso» que de acuerdo con la explicación de Monseñor Cabrejos de forma literal significa “jardín o lugar de armonía” y se sitúa en forma paralela con la palabra «reino» pronunciada por uno de los compañeros de muerte de Jesús.
El paraíso anhelado
Recordando el capítulo 2 del libro del Apocalipsis el presidente del episcopado peruano, explica que se trata de una imagen original y más bien rara para hablar del reino de Dios. “Al vencedor le daré de comer del árbol de la vida que está en el paraíso”. Imagen que en palabras de Jesús evocan la página fundamental con la que inicia la Biblia y que nos habla del «Paraíso», ese Edén de «donde el hombre por su pecado y su soberbia fue expulsado y que ahora con la gracia de Cristo vuelve,» porque pese a su deseo inicial de suplantar a Dios -explica el prelado- «el hombre volverá a encontrar paz y plenitud de vida, armonía y felicidad».
De esta forma advierte el obispo peruano, es importante reconocer algunos elementos básicos en el Evangelio de San Lucas, por lo que invita a comprender que la acción extrema de Jesús, es decir, la donación de su vida en la cruz, es un gesto de amor y liberación, es el sello de una vida consagrada al perdón y a la salvación.
Al decir «hoy estarás conmigo en el paraíso» se muestra como el rey que ejerce su libertad sirviendo, su único poder es amar hasta la muerte. «Su salvación no es la que espera el hombre. Es la de un Dios que se hace condenar a nuestra propia pena, con tal de estar con nosotros,» agrega Monseñor Cabrejos.
Los últimos de la tierra
Otro de los aspectos significativos del momento que relata la Sagrada Escritura es la última de compañía de Jesús, porque después de publicanos, enfermos, endemoniados y pecadores de toda clase, les corresponde ahora a dos delincuentes, dos criminales. Al respecto el arzobispo de Trujillo destaca que, así como transcurrieron sus viajes por los diferentes lugares de Palestina, hasta en el momento cumbre de su misión Cristo permaneció rodeado por «los últimos de la tierra».
Igualmente es preciso destacar en este pasaje a quienes solo aguardaban un gesto de salvación física y de carácter espectacular. El pueblo, los jefes, los soldados y el malhechor que no se arrepintió y así como ellos; muchos en este tiempo olvidan que «Jesús ofrece una salvación definitiva e integral que arranca para siempre al hombre de la muerte,» afirma el obispo.
Así, el prelado insiste en que a la sabiduría humana se le contrapone la locura de la cruz, porque ahí está la sabiduría de Dios y solo quien se pierde por amor se salva a sí mismo y a los demás. No podemos olvidar que «el destino de cada hombre está siempre en las manos de su libertad» y aún en lo que él denomina el atardecer de la historia humana «la división pasa a través de la conciencia y desemboca en la adhesión o en la blasfemia, en la esperanza o en la desesperación». Se trata de ese «gran momento que cada ser humano atraviesa en soledad».
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Interpelados por el Evangelio
El presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano cierra su reflexión trayendo a la memoria los aportes hechos por tres personajes de la historia de la Iglesia sobre el Evangelio de la Solemnidad de Cristo Rey.
El primero de ellos es San Juan Crisóstomo, patriarca de Constantinopla y uno de los padres de la Iglesia de Oriente. El clérigo comenta la inmensa fe del ladrón: “vio a Jesús atormentado y lo adoró como si estuviera en la Gloria. Lo vio clavado en la cruz y le suplicó como si hubiera estado en un trono. Lo vio condenado y le pidió una gracia como si fuera un rey. ¡Oh admirable ladrón: viste a un hombre crucificado y lo proclamaste Dios!”
En igual modo está San Lucas al referirse al poder que Jesús quiere para sus discípulos. “Los reyes de las naciones dominan sobre ellas, y los que ejercen el poder se hacen llamar bienhechores. Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que es más grande, que se comporte como el menor, y el que gobierna, como un servidor. Porque ¿Quién es más grande, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No es acaso el que está a la mesa? Y, sin embargo, yo estoy entre ustedes como el que sirve”.
Finalmente nombra al teólogo alemán Karl Rahner S.J. considerado uno de los más importantes del Siglo XX y recordado por la influencia que alcanzaron sus postulados en las reflexiones hechas durante el Concilio Vaticano II.
“Un malhechor miró la muerte de Cristo y aquello que vio fue suficiente para comprender también su muerte, la bienaventuranza de su muerte. El otro malhechor desvió la mirada y Jesús no le dijo nada. La oscuridad y el silencio que cubrían a aquella muerte, nos recuerdan que la muerte puede ser, lamentablemente, también el inicio de la muerte eterna”.
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