Un aporte desde el Evangelio, la Doctrina Social de la Iglesia y las enseñanzas de los últimos Papas, para avanzar hacia una mirada multidisciplinar de la construcción de paz; son algunos de los elementos presentes en la intervención de Monseñor Miguel Cabrejos, presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño, durante el Seminario Internacional «Balance y perspectivas del diálogo como instrumento para enfrentar la desigualdad social». Evento realizado este 8 de noviembre en Quito.
El prelado centró su disertación en el valor del diálogo y las experiencias de América Latina en los procesos de paz, sin apartarse del carácter multidisciplinar que considera es fundamental para la construcción de la paz y que ayuda a superar el riesgo de un análisis sesgado o incompleto que puede dañar gravemente la paz social y sus perspectivas. Esta mirada multidisciplinaria, afirma el obispo, permite hacer un aporte desde las humanidades, sin las cuales -sostiene- la visión de la vida es incompleta.
El don de la paz
Tomando como punto de partida el saludo que Jesús nos encarga cuando nos envía a construir el Reino y que él mismo enseña al llegar a cualquier lugar, Monseñor Cabrejos extendió su saludo fraternal a los presentes ¡Que la paz sea con ustedes!. Agradeciendo la invitación que se convierte en una oportunidad para reflexionar sobre la importancia del diálogo y la paz en nuestros contextos; el prelado explicó que se trata de pensar en ese regalo que recibimos de Jesús, pero es difícil entregar a los otros.
Evocando la frase del Evangelio de San Juan “Mi paz les dejo, mi paz les doy: no les doy como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde” el prelado recordó que esto nos permite entender que nuestra paz es la que surge de Jesús y la capacidad para discernir los signos de los tiempos; poniéndonos en atenta escucha del Espíritu, para captar lo que Dios nos pide.
Así el también presidente del episcopado peruano, aseguró que es preciso entender que la paz del Señor, que recibimos como un regalo, es también una tarea pastoral, un encargo misionero, un desafío, un reto que necesariamente requiere “que no tiemble nuestro corazón ni se acobarde”; pese a las adversidades latentes en los pueblos de América Latina y el Caribe.
Se trata, en su opinión de humanizar la vida, como lo han señalado los últimos Papas en diversos momentos. San Juan XXIII al afirmar que la construcción de paz tiene alcances personales, comunitarios y mundiales; o el Papa Francisco en Fratelli Tutti, incluso en días más cercanos como en la Fiesta de Todos los Santos, al recordar que, para poder ser operadores y operadoras de la paz, tenemos que “desarmar el corazón” y porque si no acogemos el don de la paz en nuestro propio corazón, será imposible transmitirla a los demás.
Al respecto, Monseñor Cabrejos añadió que nuestra misión como discípulos misioneros es aportar a la construcción del Reino de Dios y su justicia. Entendiendo que la justicia es el fundamento de la paz.
“Sin justicia no es posible establecer una paz sostenible y duradera, los pueblos de América Latina y el Caribe esperan y confían en que caminemos sinodalmente con ellos en el reconocimiento de su dignidad y aquí hallamos un compromiso que generalmente es el objetivo de los diálogos por la paz”. declaró.
Realidad y experiencias
Para comprender el fenómeno Monseñor Miguel Cabrejos recordó que, si bien América Latina y el Caribe es una región de enormes riquezas, también es dueña de las mayores desigualdades sociales y económicas; por lo mismo, de muchos conflictos.
Al respecto indicó que aún no se evidencia un sistema de partidos suficientemente sólidos, capaces de sostener la democracia y el bien común, por lo que prácticamente en todos los casos de conflictos armados o de pueblos sometidos; la Iglesia ha sido un refugio para las víctimas generando espacios de diálogo para avanzar en los procesos de paz.
Ejemplo de ello es la acción de la Iglesia en conflictos que se han presentado en México, Bolivia, Chile, Colombia, Guatemala, Honduras, El Salvador, Perú y Panamá en donde las causas de los conflictos son comunes y surgen por la opresión política, los abusos de poder, el atropello de los derechos de las comunidades campesinas, indígenas y afrodescendientes.
Ante estas situaciones, advierte el arzobispo de Trujillo, la Iglesia se sitúa como mediadora y garante de los derechos de las comunidades, un rol estratégico y profético porque la mayor parte de los conflictos, buscan conseguir el suficiente reconocimiento para generar cambios positivos en los grupos sociales. Para Monseñor Cabrejos, vale la pena destacar que en estos procesos la Iglesia ha estado para ofrecer un acompañamiento pastoral a las gentes. Las experiencias hicieron que los paises aprendieran que las mediaciones entre los actores del conflicto deben lograrse con una autoridad moral que goce de confiabilidad.
Al ser un actor imparcial en los conflictos, explica el prelado, la Iglesia ayuda a traducir las demandas históricas en agendas viables que puedan discutirse en mesas de diálogo, porque muchas veces los Estados responden con soluciones que los pueblos no querían, lo que para el obispo implica que la Iglesia cuide las condiciones metodológicas en la experiencia mediadora.
“Nuestra Latinoamérica y el Caribe han vivido un largo tiempo en condiciones de violencia estructural en muchos de sus países. Ello ha llevado a generar polarización política y a que grupos de distintos pueblos opten por el camino de la violencia,» precisó.
Un análisis desde la Iglesia
Consciente de las problemáticas continentales el prelado dijo que las Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano y Caribeño han hecho un análisis constante de ello que se ha conocido en diferentes pronunciamientos:
En Medellín, se afirmó que el amor a Cristo, para los hermanos que sufren, no solo será la gran fuerza liberadora de la injusticia y la opresión; sino la fuente inspiradora de la justicia social.
Puebla aseguró que «todo lo que atenta contra la dignidad del cuerpo del hombre, llamado a ser templo de Dios, implica profanación y sacrilegio y entristece al Espíritu”; esto refiriéndose al homicidio y la tortura.
Mientras que Santo Domingo insistió en la promoción humana integral de los pueblos latinoamericanos y caribeños; invitando a promover un nuevo orden económico, social y político; mucho más acorde con la dignidad de las personas, impulsando la justicia y la solidaridad, que a la final son bases de la paz.
Y Aparecida planteó al menos tres perspectivas de la violencia refiriéndose a la necesidad de tomar conciencia de la situación precaria que afecta la dignidad de muchas mujeres, las desigualdades en la esfera del trabajo, la política y de la economía, así como la explotación publicitaria por parte de muchos medios de comunicación, que hacen de las mujeres objeto de lucro.
Escuchar y dialogar
Reconociendo las dimensiones de la problemática, Monseñor Miguel Cabrejos mencionó la vigencia de la escucha recíproca en los procesos de paz que supone el mutuo reconocimiento de las personas, esto es, el reconocimiento de la alteridad, del interlocutor que también tiene su propia cosmovisión, sus formas propias de comprender la vida y la trascendencia en ella.
“No debemos olvidar que lograr el punto de no retorno a los conflictos de la violencia política que remecieron a nuestras sociedades, implica tener claras las políticas públicas en los cuatro componentes de la Agenda de las comisiones de la verdad” afirmó.
En este sentido estas formas de organización deben ocuparse de la búsqueda de la verdad para que las víctimas alcancen justicia sin el sentido de la venganza, asegurando la reparación con presupuestos públicos, que han de aplicarse en los dolorosos casos de las personas desaparecidas y el desplazamiento forzado, entre otros; velando porque se inicien procesos de reconciliación donde los actores del conflicto puedan encontrarse y sanar las heridas; solo así se podrá pensar en una nueva forma de convivencia que está fundamentada en la escucha y el diálogo.
Sistemas internacionales
Todo lo anterior asegura Monseñor Cabrejos, constituye una misión para la Iglesia que desde luego se ampara en el Sistema Multilateral Internacional que ayuda a generar espacios de justicia y superación del conflicto y que requiere de inversión pública y financiera para prevenirlos, atendiendo las causas de los conflictos ya existentes que por lo general -señala- tienen sus raíces en la pobreza y la desigualdad.
Para lograrlo hay ciertos elementos que no pueden abandonarse entre los que figuran el garantizar la equidad en sus diversas dimensiones, la participación de todos los actores y la diferenciación entre las agendas para el desarrollo cuidando de las articulaciones; defendiendo y promoviendo los derechos humanos y velando por las rendiciones de cuentas.
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Nuevos caminos, nuevas formas de convivir
Finalmente, el presidente del Celam dijo que cuando hablamos de construir paz, recordamos, que se trata de un verdadero trabajo artesanal que debe gestar una cultura del encuentro, como invita el Papa Francisco.
Y algunas acciones al respecto van desde el abrir oportunidades para que los pobres sean gestores de economías viables a corto, mediano y largo plazo basadas en la solidaridad, en el bien común y la buena convivencia, hasta el recordar que, junto a los pobres, los pueblos originarios aparecen como demandantes de la responsabilidad social de la Iglesia. «Construir justicia y desde allí avanzar hacia la paz, es una acción pastoral para la cual es necesario sumar voluntades,» afirmó.
Construir una paz duradera “implica el hábito de reconocer al otro el derecho de ser él mismo y de ser diferente. A partir de ese reconocimiento hecho cultura se vuelve posible la gestación de un pacto social. Alcanzar ambos pactos, el cultural y el social, debería ser el objetivo de todo proceso de paz, que requiere del diálogo sincero y profundo,” concluyó al tiempo que imploró a Dios que ilumine el proceso de construcción de paz en nuestro continente a través de la escucha, el discernimiento y el diálogo con la esperanza; para que con su ayuda eficaz sea una realidad.
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