Al inicio del Año Litúrgico, Monseñor Miguel Cabrejos recuerda que la Palabra Santa nos invita a nacer a un nuevo día, a un nuevo tiempo; alimentados por el empeño de alcanzar la paz y la esperanza. Cultivando valores como la responsabilidad, el compromiso, la honestidad y el esfuerzo; sin perder la sensibilidad por el dolor y el sufrimiento humano.
Analizando el contenido de la Sagrada Escritura, el presidente del Celam, indica que, aunque la noche regrese, el creyente debe saber que no está solo en el viaje de la vida. «Está el Señor, la Eucaristía, la Palabra de Dios,» así como recuerda la antífona de la liturgia bizantina del Adviento según la cual «en nosotros mismos, oh hijos, hay un ojo que permanece abierto día y noche y nos mira. En el fondo de nuestro corazón, oh hijos, hay un oído que siempre nos escucha: es Dios».
Es el Señor que viene, el que retorna para ofrecernos un camino hacia la salvación y nuestros sentidos han de estar alerta, expectantes ante la gran visita. Es una espera consciente que nos lleva a transformar a convertir las armas en herramientas de trabajo, pasar de la destrucción a la construcción a revestirnos con las actitudes de Jesús.
Aguardar el momento
En el primer domingo de Adviento, este tiempo de espera y preparación, marcado por el anhelo de la llegada del Mesías, la Iglesia nos ofrece tres lecturas que nos recuerdan la importancia de los símbolos que pertenecen a una experiencia universal de la humanidad: el día y la noche.
Al respecto Mons. Miguel Cabrejos afirma que el resplandor de la luz nos habla a todos de vida, de infinito, de Dios. De ahí que en el Salmo 36 se diga: “En tu luz, Señor, nosotros vemos la luz”. Mientras que las tinieblas siempre serán signo de muerte, de prisión, de mal, lo que nos permite entender las razones del salmista al decir: “Mi compañía son, lamentablemente, sólo las tinieblas”.
Circunstancias frente a las que, el prelado asegura, hay un secreto espiritual por descubrir. Esos tres días y tres noches que nos presenta la liturgia de este domingo nos invitan a comprender su significado como eje transversal de las lecturas.
Entre la oscuridad y la luz
El primero de ellos afirma el presidente del episcopado peruano se encuentra en la primera lectura del profeta Isaías. «El mundo está envuelto en la oscuridad de la guerra y de la muerte, de la violencia, los pueblos levantan la espada y la tierra está con surcos de sangre».
Sin embargo, aparece una colina que irradia una luz misteriosa frente a la que «todos los pueblos hacen caer de sus manos las espadas, más aún las transforman en una hoz para las cosechas y se dirigen de cada ángulo de la tierra hacia la colina luminosa,» es el cambio, la transformación que motiva la presencia divina, insiste el prelado.
Así en palabras de Mons. Cabrejos los salmos del 120 al 134 nos sitúan ante una peregrinación en donde la palabra de Dios anuncia y trae un programa de paz, de desarme, de colaboración interna y externa, de justicia, de paz. La enseñanza asegura el obispo peruano es «dejar de destruir, más bien construir. Trabajar por el progreso, el bienestar. Hacer las críticas constructivas, para el bien».
Una presencia libre y misteriosa
Luego hay una segunda noche en espera del amanecer, es la que justamente describe Jesús a través de una imagen transparente: «la fortaleza del ladrón está propiamente en la oscuridad y en la sorpresa: afortunado aquel padre de familia, que en aquella noche está despierto, pronto a reaccionar a la irrupción del ladrón».
Una imagen ante la cual el obispo nos invita a entender que cada ingreso de Dios «en nuestra historia personal y en aquella universal es libre y misteriosa, no calculable sobre previsiones cronológicas como se obstinan algunas sectas religiosas en hacer creer».
Para ello -continúa el prelado- es necesario “ser hombres despiertos, no entorpecidos por la indiferencia, la inacción o la pereza. Estamos llamados a tener los ojos abiertos para descubrir la presencia y oídos atentos para escuchar los pasos, las palabras y entonces actuar».
Ante un cristianismo gris, opaco, no comprometido, indiferente e insensible, se debe oponer “una fe ardiente, una religión de la esperanza y del adviento, de preparación, del compromiso, de la responsabilidad,» advierte el arzobispo de Trujillo.
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Las armas de la luz
Finalmente, está el tercer símbolo del día y la noche, presente en la carta a los Romanos y que Mons. Cabrejos recuerda es un discurso estrictamente moral que se refiere al actuar del creyente. La noche del Espíritu es la inmoralidad con lo que recuerda es un cortejo perverso representado en la juerga, la borrachera, la maldad, la vida licenciosa, las peleas, la mundanidad, los celos, la traición, los engaños y las mentiras.
Mientras que el día del Espíritu -agrega- es al revés y lo describe San Pablo como un despertar, ese instante al iniciar la mañana tras el sueño reparador, entonces hemos de revestirnos y prepararnos para las pequeñas luchas cotidianas.
Así «el cristiano al amanecer se reviste del señor Jesús, se coloca las armas de la luz, transformando su existencia en un signo luminoso de honestidad, coherencia, limpieza interior, recta intención, justicia y buen obrar,» concluye el presidente del Celam al describir las actitudes con las que debemos esperar con alegría la llegada del Señor a nuestra vida a nuestro corazón.
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